En su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, dice el Santo Padre que ésta es ocasión para “reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia” (nº 9). El Señor ha querido en su providencia que este primer contacto epistolar con mis diocesanos tenga lugar con motivo del DOMUND. Desde el inicio de mi servicio episcopal en Huelva, en la homilía de mi toma de posesión de la Sede onubense, ya decía que no estamos destinados a ser anunciadores de ideas o de valores humanos por nobles que sean, sino testigos de la persona de Jesús, junto a quien permanecemos toda la vida como discípulos aprendiendo el camino del amor. Un testigo, necesariamente, es misionero. En la Iglesia, la misión de evangelizar, nacida del mandato del Señor, antes de subir al cielo, es universal. Por eso, esta campaña del DOMUND pretende hacernos conscientes de nuestra participación en esa misión.
1. La misión de Isaías y la nuestra.
El lema de la campaña del DOMUND de este año está basado en la llamada o vocación del profeta Isaías: “Aquí estoy, envíame” (Is 6, 8), un modelo de toda vocación cristiana. Todos somos llamados a evangelizar, a hablar en nombre del Señor con palabras y obras. Cada uno desde su lugar en la Iglesia, porque la vocación cristiana es llamada universal a la santidad, y la santidad exige anunciar la grandeza de Dios. Por eso la misión no es algo exclusivo de los misioneros que están en la vanguardia de la evangelización en tierras donde no se conoce a Cristo. Sencillamente porque su trabajo por el Reino ha de ser sostenido por nuestra implicación misionera. En este sentido, el DOMUND ha de servir a nuestras comunidades, como señala el Papa, para la reflexión del ser misionero de la Iglesia.
La respuesta de Isaías, ante la pregunta del Señor: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?” (Is 6, 8), es pronta y firme: “Aquí estoy”. ¿No nos recuerda también la respuesta de la Virgen ante el anuncio del ángel? (Lc 1, 38). Todo cristiano es llamado, consagrado y enviado, porque todos tenemos una función profética: la misión de anunciar a Cristo. Hay hermanos y hermanas nuestros que siguen al Señor en la misión “ad gentes”, es decir, allí donde el Señor no es conocido ni amado, y traducen en su vida la respuesta de Isaías, “aquí estoy”, como una concreción radical de una respuesta confiada y puesta en las manos del Señor de la condición de enviados que tenemos todos por nuestro bautismo. Esos miembros del Cuerpo Místico de Cristo que son los misioneros, alargan el brazo de la Iglesia a países y lugares donde no llegamos todos, pero es también, en el misterio de la comunión de los santos, una expresión de la catolicidad del Pueblo de Dios, que no se restringe a determinados lugares, sino que se expande tanto como es el abrazo universal con el que Jesús nos une desde la cruz.
La respuesta de Isaías, la respuesta de María, la respuesta de cada uno de nosotros a la llamada de Dios, cada uno desde el lugar donde Dios lo ha colocado, ha de sentirse también como una respuesta a la vocación católica o universal de la Iglesia, que no conoce fronteras, ni razas, ni color. “Envíame”, esa palabra del profeta es prefiguración también de la respuesta de Cristo, el Verbo encarnado del Padre, cuando entra en el mundo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Hb 10, 9). La voluntad del Padre es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad (Cfr. Tim 2, 4).
2. La oración por las misiones.
Una de las formas de nuestra participación en la misión activa de la Iglesia, como recuerda el Papa, es también la oración. Una oración de intercesión, contemplativa, profunda y sentida, con la que “mantenemos” el fervor de los misioneros, sus trabajos por el Evangelio y, consecuentemente, por la promoción humana de los sujetos de la evangelización. Una oración comunitaria, porque donde dos o más se reúnen en mi nombre allí estoy en medio de ellos (Cfr. Mt 18, 20), una oración litúrgica, desde donde sale el sol hasta su ocaso (Cfr. Sal 113, 3), una oración interpelante que nos lleva a actuar en obras concretas.
Invito a todos los diocesanos a unirnos, de manera especial durante este mes de octubre, en la oración de intercesión por los misioneros y por las misiones, por las vocaciones a la misión, para que aumente nuestra conciencia misionera. Como decía Benedicto XVI: “la oración del creyente se abre también a las dimensiones de la humanidad y de toda la creación, que, «expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8, 19). Esto significa que la oración, sostenida por el Espíritu de Cristo que habla en lo más íntimo de nosotros mismos, no permanece nunca cerrada en sí misma, nunca es sólo oración por mí, sino que se abre a compartir los sufrimientos de nuestro tiempo, de los demás. Se transforma en intercesión por los demás (…), que no acaba en nosotros mismos, sino que se abre a los demás, y así me libera, así ayuda a la redención del mundo” (Audiencia 16-V-2012).
3. Nuestras ofrendas, fruto de nuestro corazón.
Una tercera forma de participación en la condición misionera de la Iglesia son las ofrendas, espirituales y materiales para el sostenimiento de las misiones. Desde aquí hago un llamamiento a todos los diocesanos para que expresen su compromiso con la evangelización de los pueblos mediante el ofrecimiento de sus trabajos, de sus ocupaciones, de sus penas y alegrías por el incremento de la evangelización de aquellas personas que no conocen a Cristo, para el sostenimiento de la labor de los misioneros. La oración unida al sacrificio sube como incienso a la presencia de Dios por estos hijos suyos que esperan que les sea anunciado el Evangelio. Desde su claustro de Lisieux (Francia), Santa Teresa del Niño Jesús, una religiosa contemplativa, ofrendó su vida por las misiones. Su ejemplo sigue siendo un estímulo para nosotros en el misterio de la comunión de la Iglesia.
Os invito a la generosidad de las aportaciones económicas que hacen posible el trabajo de tantos misioneros y misioneras, porque el anuncio del Evangelio se hace con palabras y con obras, las obras de Cristo que ha querido que se realicen por su Iglesia. También de esa manera estaremos respondiendo como Isaías a la vocación misionera: “Aquí estoy, envíame”. Que la Virgen María nos ayude a responder con las ofrendas, fruto de nuestro corazón, para el sostenimiento de aquellos que han sido enviados a evangelizar en la misión. Ellos hacen presente y concretan nuestra misión, la misión de todos nosotros, la misión de la Iglesia.
Con afecto os bendigo,
✠Santiago Gómez Sierra, Obispo de Huelva
Huelva, 1 de octubre de 2020, memoria litúrgica de Santa Teresa del Niño Jesús.