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«Llamados a ser testigos e instrumentos de fraternidad y amistad social»

Publicado:
22 octubre, 2020
Queridos hermanos y hermanas: Con alegría y agradecimiento hemos recibido la nueva encíclica del papa Francisco que ha titulado Fratelli Tutti, “Todos hermanos”. Sobre la fraternidad y la amistad social, firmada en Asís el pasado 3 de octubre. Es la tercera de su pontificado, tras Lumen Fidei (29 de junio de 2013) sobre la fe, y Laudato Si` (24 de mayo de 2015) sobre el cuidado de la casa común. Una encíclica social Una encíclica es una carta solemne sobre asuntos de la Iglesia o determinados puntos de la doctrina católica, dirigida por el Papa a los obispos y fieles católicos de todo el mundo. Este tipo de documento es muy relevante entre los escritos del Magisterio pontificio, y los fieles cristianos debemos acogerlo con espíritu de asentimiento, obediencia y respeto. La encíclica no sólo se dirige a los miembros de la comunidad cristiana, sino que, además, invita a todos los hombres de buena voluntad a profundizar y a abrir un diálogo sincero, porque entiende que los asuntos que trata nos conciernen a todos, especialmente cuando tiene una temática social. Es el caso de Fratelli Tutti, que el mismo Francisco define como encíclica social, “un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” (n. 6) Sobre la fraternidad y la amistad social Tanto la fraternidad como la amistad social son temas tratados a lo largo del pontificado de Francisco en numerosas ocasiones: la cultura del descarte en el marco de la globalización; la inclusión social de los pobres y, en especial, el drama de la migración; la paz y el diálogo social en un mundo polarizado; la autorreferencialidad que nos encierra en nuestra conciencia aislada; la dinámica misionera fruto del alegre encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios que nos hace salir al encuentro de los hermanos como discípulos misioneros; todas son llamadas de atención reiteradas por el Papa en su magisterio. ¿Cuáles son los caminos concretos a recorrer para quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones? Esta es la pregunta que quiere responder la encíclica. El Papa explica que su intención no es “resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos” (n. 6). Se trata, pues, de vencer las sombras del corazón y de un mundo cerrado en el que no se favorece el desarrollo de esa fraternidad universal, y pensar y gestar un mundo abierto fruto de corazones convertidos a la misericordia, capaz de reconocer al prójimo en el extraño. Desde ahí, Francisco insiste en que la fraternidad debe promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la “mejor política”, aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común; que ponga en el centro la dignidad de cada ser humano y asegure el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades. Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente cuestiones tan preocupantes en el mundo como son el hambre o la trata de personas. Al mismo tiempo, el Papa Francisco subraya que un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es sólo la ausencia de guerra, sino una verdadera obra “artesanal” que implica a todos. Esta obra debe sostenerse en la verdad y la reconciliación, buscadas de modo proactivo y a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. De ahí deriva la condena del Pontífice a la guerra, “negación de todos los derechos” y que ya no es concebible, ni siquiera en una hipotética forma “justa”, porque las armas nucleares, químicas y biológicas tienen enormes repercusiones en los civiles inocentes. Para este diálogo y necesaria amistad social, el Papa indica un dinamismo que resume en una lista de verbos: “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto…” y así poder reconciliarnos, conectarnos y ponernos juntos en la búsqueda de soluciones reales a los problemas de la humanidad. El ejemplo del Buen Samaritano La luz de la encíclica emana de la Palabra de Dios, desde un pasaje que el Papa define como un presagio de esperanza: el del Buen Samaritano. El segundo capítulo, “Un extraño en el camino”, está dedicado a esta figura, y en él Francisco destaca que, en una sociedad enferma que da la espalda al dolor y es “analfabeta” en el cuidado de los débiles y frágiles (nn. 64-65), todos estamos llamados – al igual que el buen samaritano – a estar cerca del otro (n. 81), superando prejuicios, intereses personales, barreras históricas o culturales. Todos, de hecho, somos corresponsables en la construcción de una sociedad que sepa incluir, integrar y levantar a los que han caído o están sufriendo (n. 77). El amor construye puentes y estamos “hechos para el amor” (n. 88), añade el Papa, exhortando en particular a los cristianos a reconocer a Cristo en el rostro de todos los excluidos (n. 85). El principio de la capacidad de amar según “una dimensión universal” (n. 83) se retoma también en el tercer capítulo, “Pensar y gestar un mundo abierto”: en él, Francisco nos exhorta a “salir de nosotros mismos” para encontrar en los demás “un crecimiento de su ser” (n. 88), abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a la “comunión universal” (n. 95). Después de todo – recuerda la encíclica – la estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor que es siempre “lo primero” y nos lleva a buscar lo mejor para la vida de los demás, lejos de todo egoísmo (nn. 92-93). Respuestas locales a problemas globales “Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío” (n. 36). Y es que, aunque el Papa señala una problemática de orden global, no podemos desentendernos de nuestra particular responsabilidad en el contexto donde vivimos y entre quienes están a nuestro lado. Responder localmente a estos problemas es, en definitiva, ir superando estas problemáticas globales. De este modo, y al hilo de la pandemia que estamos atravesando, el Papa insiste en que “si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe” (n. 36). No vivamos, entonces, de espaldas al dolor del hermano que encontramos en nuestro caminar ordinario por la senda de lo cotidiano, estando “muy concentrados en nuestras propias necesidades”. Miremos, especialmente, a quien se queda al margen de nuestra vida, al que está sufriendo, no como aquel que “nos molesta” o “nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos” (n. 65). Respondamos a esta llamada del Papa, revisemos, en primer lugar, nuestros modos de vida, que pueden estar excesivamente vueltos sobre nosotros mismos. Salgamos de “la fiebre consumista y de nuevas formas de autopreservación egoísta”, mirando a los que tenemos realmente cerca, aunque a veces nuestros ojos no hayan sido capaces de descubrirlos. Recorramos caminos de reconciliación en nuestras familias, generando un verdadero clima de acogida, respeto y desarrollo personal entre los miembros de cada hogar. Empecemos por fortalecer las relaciones vecinales, donde muchos que ya atravesaban dificultades, han visto agravada su situación a causa de la pandemia, y despleguemos, con creatividad, redes de solidaridad entre nosotros, en nuestros barrios y en nuestros pueblos. Aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, no se olviden de servir al bien común y de poner en el centro de sus preocupaciones a los últimos, aquellos que peor lo están pasando. Particularmente sangrante es la situación que vive la población inmigrante en nuestra provincia y, de un modo especial, las numerosas personas que habitan en los asentamientos. El Papa fija su mirada en este drama social de nuestro tiempo: “Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos” (n. 39). No podemos seguir sobrellevando esta realidad en la que nuestros hermanos malviven privados de algunos de los derechos humanos más elementales. Es urgente abordar este drama desde una mirada integral, coordinada y eficaz. Sé que las parroquias de los pueblos especialmente afectados por esta situación, a través de Cáritas y otras iniciativas, están dando respuestas parciales a las necesidades más perentorias de estos hermanos nuestros. Pero también sé que estas respuestas son vividas, por quienes las protagonizan, como aisladas e insuficientes. Hago un llamamiento especial a todos los agentes sociales y políticos para no evadir la responsabilidad de cada una de las partes y, en un diálogo sincero y permanente, encontrar soluciones más humanas y definitivas. Conclusión Quisiera concluir esta carta proponiendo la lectura y estudio de esta nueva encíclica en todos los ámbitos de formación de la Diócesis, en la formación permanente del clero y de los laicos en las parroquias, delegaciones, congregaciones, movimientos y asociaciones públicas y privadas presentes en nuestra Iglesia particular. Ojalá, a partir de la profundización de Fratelli Tutti, encontremos respuestas creativas para fortalecer y ampliar la fraternidad entre nosotros, abriendo nuestro corazón y nuestra vida a quienes aún experimentamos como extraños. Los cristianos de Huelva propongámonos ser verdaderos agentes de amistad social a través de nuestra presencia pública. Del mismo modo, empeñémonos en la fraternidad eclesial, en redescubrir la espiritualidad de la comunión, rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, desconfianza y envidias. Así podremos ser testigos e instrumentos de la fraternidad y amistad social que nuestra sociedad necesita. Para todos mi saludo fraterno y mi bendición, +Santiago Gómez Sierra, Obispo de Huelva Carta del Obispo con ocasión de la Encíclica «Fratelli Tutti»

Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría y agradecimiento hemos recibido la nueva encíclica del papa Francisco que ha titulado Fratelli Tutti, “Todos hermanos”. Sobre la fraternidad y la amistad social, firmada en Asís el pasado 3 de octubre. Es la tercera de su pontificado, tras Lumen Fidei (29 de junio de 2013) sobre la fe, y Laudato Si` (24 de mayo de 2015) sobre el cuidado de la casa común.

Una encíclica social

Una encíclica es una carta solemne sobre asuntos de la Iglesia o determinados puntos de la doctrina católica, dirigida por el Papa a los obispos y fieles católicos de todo el mundo. Este tipo de documento es muy relevante entre los escritos del Magisterio pontificio, y los fieles cristianos debemos acogerlo con espíritu de asentimiento, obediencia y respeto.

La encíclica no sólo se dirige a los miembros de la comunidad cristiana, sino que, además, invita a todos los hombres de buena voluntad a profundizar y a abrir un diálogo sincero, porque entiende que los asuntos que trata nos conciernen a todos, especialmente cuando tiene una temática social. Es el caso de Fratelli Tutti, que el mismo Francisco define como encíclica social, “un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” (n. 6)

Sobre la fraternidad y la amistad social

Tanto la fraternidad como la amistad social son temas tratados a lo largo del pontificado de Francisco en numerosas ocasiones: la cultura del descarte en el marco de la globalización; la inclusión social de los pobres y, en especial, el drama de la migración; la paz y el diálogo social en un mundo polarizado; la autorreferencialidad que nos encierra en nuestra conciencia aislada; la dinámica misionera fruto del alegre encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios que nos hace salir al encuentro de los hermanos como discípulos misioneros; todas son llamadas de atención reiteradas por el Papa en su magisterio.

¿Cuáles son los caminos concretos a recorrer para quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones? Esta es la pregunta que quiere responder la encíclica. El Papa explica que su intención no es “resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos” (n. 6). Se trata, pues, de vencer las sombras del corazón y de un mundo cerrado en el que no se favorece el desarrollo de esa fraternidad universal, y pensar y gestar un mundo abierto fruto de corazones convertidos a la misericordia, capaz de reconocer al prójimo en el extraño.

Desde ahí, Francisco insiste en que la fraternidad debe promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la “mejor política”, aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común; que ponga en el centro la dignidad de cada ser humano y asegure el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades. Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente cuestiones tan preocupantes en el mundo como son el hambre o la trata de personas.

Al mismo tiempo, el Papa Francisco subraya que un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es sólo la ausencia de guerra, sino una verdadera obra “artesanal” que implica a todos. Esta obra debe sostenerse en la verdad y la reconciliación, buscadas de modo proactivo y a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. De ahí deriva la condena del Pontífice a la guerra, “negación de todos los derechos” y que ya no es concebible, ni siquiera en una hipotética forma “justa”, porque las armas nucleares, químicas y biológicas tienen enormes repercusiones en los civiles inocentes. Para este diálogo y necesaria amistad social, el Papa indica un dinamismo que resume en una lista de verbos: “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto…” y así poder reconciliarnos, conectarnos y ponernos juntos en la búsqueda de soluciones reales a los problemas de la humanidad.

El ejemplo del Buen Samaritano

La luz de la encíclica emana de la Palabra de Dios, desde un pasaje que el Papa define como un presagio de esperanza: el del Buen Samaritano. El segundo capítulo, “Un extraño en el camino”, está dedicado a esta figura, y en él Francisco destaca que, en una sociedad enferma que da la espalda al dolor y es “analfabeta” en el cuidado de los débiles y frágiles (nn. 64-65), todos estamos llamados – al igual que el buen samaritano – a estar cerca del otro (n. 81), superando prejuicios, intereses personales, barreras históricas o culturales. Todos, de hecho, somos corresponsables en la construcción de una sociedad que sepa incluir, integrar y levantar a los que han caído o están sufriendo (n. 77). El amor construye puentes y estamos “hechos para el amor” (n. 88), añade el Papa, exhortando en particular a los cristianos a reconocer a Cristo en el rostro de todos los excluidos (n. 85).

El principio de la capacidad de amar según “una dimensión universal” (n. 83) se retoma también en el tercer capítulo, “Pensar y gestar un mundo abierto”: en él, Francisco nos exhorta a “salir de nosotros mismos” para encontrar en los demás “un crecimiento de su ser” (n. 88), abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a la “comunión universal” (n. 95). Después de todo – recuerda la encíclica – la estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor que es siempre “lo primero” y nos lleva a buscar lo mejor para la vida de los demás, lejos de todo egoísmo (nn. 92-93).

Respuestas locales a problemas globales

“Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío” (n. 36). Y es que, aunque el Papa señala una problemática de orden global, no podemos desentendernos de nuestra particular responsabilidad en el contexto donde vivimos y entre quienes están a nuestro lado. Responder localmente a estos problemas es, en definitiva, ir superando estas problemáticas globales. De este modo, y al hilo de la pandemia que estamos atravesando, el Papa insiste en que “si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe” (n. 36).

No vivamos, entonces, de espaldas al dolor del hermano que encontramos en nuestro caminar ordinario por la senda de lo cotidiano, estando “muy concentrados en nuestras propias necesidades”. Miremos, especialmente, a quien se queda al margen de nuestra vida, al que está sufriendo, no como aquel que “nos molesta” o “nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos” (n. 65).

Respondamos a esta llamada del Papa, revisemos, en primer lugar, nuestros modos de vida, que pueden estar excesivamente vueltos sobre nosotros mismos. Salgamos de “la fiebre consumista y de nuevas formas de autopreservación egoísta”, mirando a los que tenemos realmente cerca, aunque a veces nuestros ojos no hayan sido capaces de descubrirlos. Recorramos caminos de reconciliación en nuestras familias, generando un verdadero clima de acogida, respeto y desarrollo personal entre los miembros de cada hogar. Empecemos por fortalecer las relaciones vecinales, donde muchos que ya atravesaban dificultades, han visto agravada su situación a causa de la pandemia, y despleguemos, con creatividad, redes de solidaridad entre nosotros, en nuestros barrios y en nuestros pueblos. Aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, no se olviden de servir al bien común y de poner en el centro de sus preocupaciones a los últimos, aquellos que peor lo están pasando.

Particularmente sangrante es la situación que vive la población inmigrante en nuestra provincia y, de un modo especial, las numerosas personas que habitan en los asentamientos. El Papa fija su mirada en este drama social de nuestro tiempo: “Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos” (n. 39). No podemos seguir sobrellevando esta realidad en la que nuestros hermanos malviven privados de algunos de los derechos humanos más elementales. Es urgente abordar este drama desde una mirada integral, coordinada y eficaz.

Sé que las parroquias de los pueblos especialmente afectados por esta situación, a través de Cáritas y otras iniciativas, están dando respuestas parciales a las necesidades más perentorias de estos hermanos nuestros. Pero también sé que estas respuestas son vividas, por quienes las protagonizan, como aisladas e insuficientes. Hago un llamamiento especial a todos los agentes sociales y políticos para no evadir la responsabilidad de cada una de las partes y, en un diálogo sincero y permanente, encontrar soluciones más humanas y definitivas.

Conclusión

Quisiera concluir esta carta proponiendo la lectura y estudio de esta nueva encíclica en todos los ámbitos de formación de la Diócesis, en la formación permanente del clero y de los laicos en las parroquias, delegaciones, congregaciones, movimientos y asociaciones públicas y privadas presentes en nuestra Iglesia particular. Ojalá, a partir de la profundización de Fratelli Tutti, encontremos respuestas creativas para fortalecer y ampliar la fraternidad entre nosotros, abriendo nuestro corazón y nuestra vida a quienes aún experimentamos como extraños. Los cristianos de Huelva propongámonos ser verdaderos agentes de amistad social a través de nuestra presencia pública. Del mismo modo, empeñémonos en la fraternidad eclesial, en redescubrir la espiritualidad de la comunión, rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, desconfianza y envidias. Así podremos ser testigos e instrumentos de la fraternidad y amistad social que nuestra sociedad necesita.

Para todos mi saludo fraterno y mi bendición,

+Santiago Gómez Sierra,
Obispo de Huelva

Huelva, 22 de octubre de 2020, memoria de San Juan Pablo II

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