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«El Buen Pastor: del Nombre de Jesús al testimonio de los cristianos», comentario al Evangelio del IV Domingo de Pascua – B

Publicado:
22 abril, 2021
Foto: El Buen Pastor. Atribuido a José Vergara (s. XVIII). Óleo sobre tabla. Museo del Prado, Madrid.

La primera lectura de este IV Domingo de Pascua –Domingo del Buen Pastor− ofrece un conjunto de referencias al nombre de Jesús: «ha sido en nombre de Jesucristo; por su nombre; no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos». De esta manera, «el nombre de Jesús/Jesucristo», especialmente frecuente en Hch 3,1−4,31, funciona como factor de unidad en el testimonio, actuación y discurso de la Iglesia naciente.

En este caso, al pronunciar el nombre de Jesús y si nombre es igual a realidad, dar testimonio en el Nombre de Jesús es obrar haciéndole presente, actualizando no solo su poder salvador, sino también su identidad más profunda. En absoluto puede considerarse la referencia al nombre de Jesús con connotaciones mágicas o supersticiosas.

Etimológicamente, Jesús quiere decir en hebreo: «Dios salva». Cabe preguntarse si así lo sentimos cada vez que lo invocamos. El Nombre de Jesús está en el corazón de la oración cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula «Por nuestro Señor Jesucristo…». En el libro de Hechos de los Apóstoles, el nombre de Jesucristo es pronunciado en curaciones (Hch 4,30); exorcismos (Hch 16,18; 19,13); bautismos (Hch 2,38; 8,16; 10,48; 19,5). También es proclamado (Hch 4,17-18; 5,28.40; 8,12; 9,27-28; 19,17); es combatido (Hch 26,9), es causa de sufrimiento para los testigos (Hch 5,41; 9,15-16; 21,13); es invocado (Hch 9,14.21; 22,16); perdona los pecados (Hch 10,43); y causa la salvación (Hch 4,12). Cabe preguntarse si hoy se “usa” o se “pronuncia” el nombre de Jesús en nuestras parroquias; si se “utiliza” o se “proclama”. La Iglesia al pronunciar y proclamar el nombre de Jesús está anunciando que Dios salva y que Cristo es el Salvador.

¿Cómo pasar del Nombre al Pastor? En cierta ocasión le preguntaron a un sacerdote: «¿cuántos niños reciben la Primera Comunión en la parroquia este Domingo?» El sacerdote respondió: «No lo sé, pero puedo contarlos». Inmediatamente, el sacerdote comenzó a decir uno a uno los nombres de todos y cada uno de los niños que hacía la Primera Comunión ese Domingo. No los había contado antes, pero sí contaba con ellos; no eran un número, sino unos rostros. Sin duda aquel pastor conocía al Buen Pastor y, probablemente, habría enseñado a aquellos niños, llamándolos por sus nombres, la salvación del Nombre de Jesús.

La imagen del pastor estaba muy difundida en las culturas semíticas y en otras para designar las funciones de gobierno de los hombres y de las divinidades. Lo que caracteriza el pastor en la tradición bíblica, sobre todo en este conocido texto del Cuarto Evangelio, es que él da la vida por sus ovejas. Este «dar la vida» se repite a modo de estribillo en el texto, marcando las diferencias con otros pastores, recordando a los lectores la entrega que trasciende los límites literarios y forma parte de la experiencia de la comunidad. El ser de Jesús es una identidad de comunión: con el Padre y con los suyos. En la comunión indisoluble con el Padre encuentra Jesús la motivación para entregarse hasta el extremo en su misión, ofreciéndose a sí mismo.

Jesús no ha venido a explicar todas las tragedias humanas, sino a formar parte de la debilidad de los hombres y de las mujeres para asumirlas desde el amor. El amor verdadero (¿puede existir un amor que no sea verdadero?) comienza donde terminan las corazas y las armaduras del yo y el otro me importa, incluso más que mi propio bienestar, mi propio interés o cualquier otra beneficio efímero. Es cierto, el amor comienza donde termina la extenuante, absurda e innecesaria competición por justificarnos, superar al otro, llegar antes o aparentar más. El amor se manifiesta en el Dios que se encarna y da su vida por los suyos; el testimonio de los cristianos se muestra en el anuncio realizado en el nombre de Jesús. El hombre se ha preguntado si dar la vida tiene sentido, en Jesús se comprueba que el verdadero sentido de la vida, como del amor, es entregarlo sin medida.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector electo del Seminario Diocesano de Huelva

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