El lepero Juan José Feria Toscano, de 29 años de edad, recibirá el orden diaconal por la imposición de manos de nuestro obispo, Santiago Gómez, mañana, sábado 26 de junio, en la Santa Iglesia Catedral a partir de las 11. 00 h.
«Sin el servicio, no solo no se entiende la misión del diácono, sino la misión misma de la Iglesia.»
Ya queda muy poco para este momento en el que das un paso más en el camino hacia el sacerdocio y para el que has escogido como lema la cita del Evangelio de Lucas: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». Sin el servicio no se entiende la labor de un diácono…
Sin el servicio, no solo no se entiende la misión del diácono, sino la misión misma de la Iglesia. Pero es cierto que en el diaconado el servicio cobra una relevancia especial, ya que quien ha sido ordenado diácono está en medio de la comunidad cristiana haciendo presente, de una forma misteriosa pero real, la presencia de Cristo servidor. Mirar al diácono tendría que llevar a los demás a decir: «¡He ahí la imagen de Cristo que sirve, especialmente a los más débiles y necesitados del alma y del cuerpo!». Pero este servicio no consiste principalmente en ser «el más bueno y entregado» moralmente hablando, sino en vivir «dentro» de esa relación de amor entre Dios Padre y su Hijo amado, para así, con la fuerza del Espíritu Santo, servir en nombre de Cristo a los demás. ¡Gran tarea!
Eres lepero y en tu pueblo acudías asiduamente a la parroquia, más tarde, en tu época de estudiante te implicaste en la pastoral universitaria. ¿Cómo descubriste tu vocación?
Descubrir que el Señor me llamaba a seguirlo de una forma más radical fue todo un proceso. Por supuesto, mi fe, la fe de la Iglesia que profeso e intento vivir, se la debo a mi familia y a mi parroquia. Una fe que ha dado muchos vaivenes, pero que nunca se ha apagado del todo. Fue durante mis años de estudiante en Sevilla cuando en mi corazón fue tomando fuerza la idea de ser sacerdote, pasando primero por el orden de los diáconos. No fue fácil hacer el discernimiento. En esto, el compartir mi fe con otros compañeros de la pastoral universitaria y la ayuda del sacerdote que estaba al frente fueron de gran ayuda. Y cómo no, el trato con el Señor en la oración, sin la cual hubiese sido difícil hacer un buen discernimiento. Todo esto fue haciendo que descubriera que esa «idea» de la que hablaba más arriba se desvelara realmente como lo que era, una llamada, la voz de Dios que me hablaba al corazón y me descubría la misión que Él tenía para mí.
Antes de entrar en el Seminario estudiaste Medicina. Podemos decir que los caminos de Dios te han llamado finalmente a curar almas. ¿Qué medicina crees que necesita la sociedad de hoy?
¡Medicina del cuerpo y del alma! Sin duda, la medicina del cuerpo es importantísima. Y más en estos momentos de pandemia que estamos viviendo, donde muchas personas sufren y fallecen por la Covid-19 y por otras enfermedades que no pueden ser atendidas a tiempo. No obstante, me parece que la sociedad necesita una medicina aún mayor, la medicina que nos trajo Jesucristo, el Hijo de Dios. Medicina que Él mismo nos sigue dando por medio de su Iglesia a través de los ministros ordenados. En una sociedad donde el cristianismo tiene cada vez menos fuerza vitalizadora o incluso se reniega de Él, ¿no se hace aún más necesario que el hombre descubra que su vida no es vida verdadera sin el Dios que lo ha creado y redimido? Pero para esto, haciendo uso de una expresión coloquial, los que nos confesamos «creyentes y practicantes», tenemos que empezar por creernos que no podemos vivir sin Jesús, el Señor. Y yo soy el primero que he de creerlo y vivirlo.
Ahora se abre una nueva etapa en la que sales del Seminario para experimentar más de cerca la labor en las parroquias. ¿Qué es lo que más te ilusiona?
Me ilusionan muchas facetas de la vida del diácono. Por ejemplo, el querer estar más cerca de los enfermos y los que sufren como ministro del Señor, llevándoles el consuelo y la paz de Cristo. O poder servir a los jóvenes, ya sea en catequesis, en algún encuentro, y que puedan ver en mi persona un signo del amor de Dios para con ellos (¡ojalá así sea!). Y cómo no, el poder predicar la Palabra de Dios, algo que me apasiona y, a la vez me asusta.