Foto: La tormenta en el mar de Galilea. Rembrandt (hacia 1633). Museo Isabella Stewart Gardner de Boston (EE.UU.)
El libro de Job, en la primera lectura (Jb 38,1.8-11) este Domingo XII del Tiempo Ordinario y en tantos otros textos −tan poéticos como proféticos−, plantea cuestiones trascendentales que afectan al hombre, a Dios y a la creación, no como realidades independientes, sino en continua relación. Esta conexión se muestra entre el amor y el odio; entre el asombro y la incomprensión. El misterio de Dios se manifiesta en la relación de amor al hombre y a lo creado, que se ha pretendido explicar, a veces, solo racionalmente, encasillando la grandeza de lo divino en categorías meramente humanas.
En el evangelio (Mc 4,35-41) los discípulos se dirigen a Jesús como el Maestro, pero Él se muestra como el Señor. Un maestro enseña algunas cosas. El Maestro conoce la historia de salvación, el proyecto de amor de Dios para con el hombre. El Señor tiene el poder, entendido sorprendentemente como servicio y mostrado, maravillosamente, como amor hasta el extremo. Quienes acuden al Maestro cambiarán su vida cuando se encuentran con el Señor. Quienes se acercan al Señor transformarán la realidad cuando contemplen el misterio del “Otro” al servir al “otro”.
El Evangelio de este Domingo termina con una pregunta, uniéndose al elenco de cuestiones planteadas por Marcos. «¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva con autoridad!» (Mc 1,27); «¿Quién es este? Porque hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41); «¿De dónde le vienen a este tales cosas?» (Mc 6,2). Todas estas preguntas se presenta después de la realización de un milagro por parte de Jesús y abordan la cuestión de la identidad. Sin embargo, estas preguntas pueden considerarse parciales, porque la verdadera pregunta es: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» (Mc 8,27). Como si de un problema matemático se tratase, para resolver la cuestión trascendental hay que despejar las incógnitas previas. O dicho en otros términos, de nada sirve responder a una de las anteriores si no respondemos −más con nuestra vida que con palabras− a la cuestión fundamental: ¿Quién es Jesús para mí?
Las lecturas de este Domingo, por tanto, ponen de manifiesto diferentes interrogantes y multitud de límites. Cuando el hombre comprende y acepta los límites de su vida y de la creación se comienza a contemplar −y a adorar− el verdadero Misterio del Dios ilimitado. Las lecturas proponen aceptar los límites para comprender al Ilimitado. Las comunidades en las que se vive la fe tienen muchos de estos límites, como lo tenían la comunidad de los discípulos que se quedan espantados y se preguntan quién es este. Que el espanto no paralice, ni la pregunta nos detenga. Mejor dicho, que el asombro sea contemplación y las preguntas nos acompañen siempre en el camino.
Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector electo del Seminario Diocesano de Huelva