Foto: El ciego de Jericó. Walter Rane (1999). Centro SUD, Utah (EE.UU.)
Estar en el camino es sentirse seguro porque sé dónde tengo que ir. Coger el camino que me lleva al destino que quiero, por muchos inconvenientes que tenga, me da seguridad porque si no me desvío, sé que voy a llegar un poco más tarde o más temprano.
“Este es mi camino” del cual estoy orgullosa porque yo lo he elegido, me ayuda de verdad a realizarme y a sentir que todo lo que voy viendo me construye. A veces hasta paseo por él porque me da alegría y gozo lo que veo y siento, sobre todo veo que hay otra gente que camina conmigo, a su ritmo, pero juntos. No me importa que haya viento, lluvia o sol. Este es mi camino. ¿Y los que están al borde del camino? ¿Por qué están ahí? ¿Qué les falta para ponerse en la indicación? ¿A qué esperan?
En el borde del camino están los que gritan, y los silenciosos que no dicen nada, los que esperan, los que desesperan, aquellos que están ciegos o se han vuelto ciegos, los que se han cansado del camino y los que ya no quieren caminar. También están los que no han descubierto el camino porque nadie se lo ha mostrado y los que no lo conocen porque alguien se lo ha ocultado o no se lo ha contado con la fidelidad que tuvo y no ha gustado lo que ha oído y visto de los caminantes. El caso es que en el borde del camino hay conversaciones para todo, pero sobre todo, el ambiente es de insatisfacción. Hay una gran diferencia entre sentirte ciego, estar ciego o no tener luces. Pero el caso es que todos están al borde del camino y este ciego no quiere seguir siendo de esa condición.
Jesús viene llegando por el camino, ese camino que llega a una meta concreta, al lugar donde todos queremos ir porque da felicidad. Sólo el que chilla a Jesús, el que quiere entrar por el camino, el que quiere dejar atrás los bordes que no llevan a ningún sitio, ese que chilla es el que se encuentra con El, al que se le caen las escamas de los ojos y ve la claridad de lo que significa vivir en El, desde El y con El.
Y Jesús se para y pregunta “¿Qué quieres que haga por ti?”, no da por hecho nada, deja la oportunidad de que el que quiera caminar, pida y tenga claro lo que quiere. El camino de Jesús es voluntario, no obliga a nada ni a nadie, pero si entras en el camino, ya sabes que este caminar es especial. “¿Qué quieres que haga por ti?” repiten los adentros del ciego.
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Porque no hay nada mejor en esta vida que la claridad del día, la claridad para poder ver lo que conviene, lo que es bueno, aquello que me hace tropezar o seguir adelante, lo que pueda disfrutar con la luz del sol y la compañía de otros. Quiero ver porque ya estoy harto de oscuridad.
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Pues eso, si tu fe te ha curado…es el momento de ponerse en camino y ayudar a otros que andan por los bordes del camino chillando con voces o sin voces. Jesús sigue pasando e invitando a caminar con Él.
María Jesús Arija García,
Lda. en Teología y profesora de Religión Católica.