Foto: Enseñanza de Jesús, fresco de Cosimo Rosselli (1481-1482). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano
Hay lecturas del Evangelio que no necesitan explicación. Son tan claras que poco podemos hacer, más que callar, cerrar los ojos, y estar atentos a lo que se mueve en nuestro corazón, contemplando las emociones que brotan, y los pensamientos que llegan a la cabeza. No hay mucho que reflexionar cuando Jesús dice a sus discípulos: “Dichosos los que …, Felices los que …”. Tú, que tantas veces has escuchado y leído esta lectura, probablemente lo primero que hayas sentido es admiración, quizás también alegría, a lo mejor una sonrisa se ha dibujado en tu rostro, porque no hay palabras más consoladoras que las que Jesús dirige a sus discípulos. Las veces que lloramos, no llegamos a fin de mes, o las deudas nos abruman; estas palabras resuenan con toda su profundidad. En el momento no nos calan porque estamos hundidos por el dolor y el sufrimiento, pero como si fueran el hechizo de un mago, obran en silencio su efecto consolador dentro de nosotros.
Pero, probablemente, haya otro sentimiento que brota en tu interior: inquietud porque no nos identificamos con esos a los que Dios llama dichosos y felices: los pobres, los hambrientos, los perseguidos, los que lloran, … Si nos sentimos satisfechos, con todas nuestras necesidades cubiertas, sin problemas de dinero, si todo nos va bien … ¿Será que no somos dichosos para Dios? … ¿Pero acaso no quiere Dios que seamos felices y que vivamos bien?
Si esta inquietud brota de no sentirnos pobres porque hay gente que está peor que yo, o de no ser conscientes de lo que lloramos porque hay gente que lo está pasando aún peor; intuyo que estamos abriendo la puerta a Dios en nuestro corazón, porque estamos más atentos de los que están abajo, y nos sentimos agradecidos por lo mucho que tenemos.
Otra cosa es mirar a los de arriba, sentirnos pobres porque hay gente que tiene más que yo, o sentirnos infelices porque hay gente que no tiene tantos problemas como yo. ¿Será pues que no es tanto en qué nivel estoy, sino hacia dónde dirijo mi mirada?
Eso sí, parece que el pobre, el que está abajo, es dichoso para Dios, mire hacia donde mire. Pero ay de los ricos, si no miramos hacia abajo.
Por último, también pueden resonar en tus oídos palabras que son consecuencia directa de las dichas por Jesús: No tengas miedo a complicarte la vida, si prestar al que lo necesita te hace perder dinero …, dichoso tú; si escuchar al que llora te hace perder serenidad…, dichoso tú; si ayudar al que no tiene techo y comida te hace perder tiempo …, dichoso tú.
Juan Pedro Virella Sánchez,
Ecónomo de la Diócesis de Huelva
«Las cosas importantes se repiten dos veces;
las esenciales, todos los días»
El sexto domingo del Tiempo Ordinario del ciclo C propone como lectura evangélica las Bienaventuranzas en la versión de Lucas (Lc 6,20-26). La versión más conocida y extensa de las Bienaventuranzas se encuentra en Mateo (Mt 5,3-12), situadas en el discurso de la Montaña. En el comentario de esta semana pretendo poner de manifiesto algunas diferencias entre ambos para subrayar la riqueza y la complementariedad de los evangelistas.
En primer lugar, llama la atención que Lucas se refiera como bienaventurados a los «pobres», mientras que Mateo indica «los pobres en el espíritu». El adjetivo «pobre» es utilizado por Lucas en diez ocasiones, el doble de veces que en el resto de los evangelistas (Mc cinco veces; Mt cinco veces; Jn cuatro veces). La frecuencia indica la inquietud constante por la pobreza y la solidaridad en este evangelio. Además, la pobreza tiene un nombre y miles de apellidos. De este modo, Lucas, al no determinar un tipo de pobreza, incluye a todos como bienaventurados ya que la pobreza constituye siempre una exclusión.
Una segunda variación corresponde al número de bienaventuranzas. Mientras que Mateo recoge nueve, Lucas las reduce a cuatro. Paradójicamente, la diferencia numérica debe verse como una riqueza. Algo parecido sucede con las dos versiones del Padrenuestro o con otras diferencias, algunas de número; otras, de contenido. La complementariedad entre las distintas voces que narran la vida de Jesús se convierte en una polifonía, es decir, una música armónica con diferentes tonos, timbres, matices y brillos. De esta manera, con grandes subidas y tonos bajos; con silencios y notas prolongadas, se entona el canto del Gloria y la alegría de la resurrección (1Cor 15,12.16-20).
En tercer lugar, es necesario detenerse sobre el lugar donde Jesús pronunció este discurso: para Mateo, el sermón de la Montaña («viendo la muchedumbre, subió al monte», Mt 5,1); en Lucas, el sermón de la Llanura («bajó con ellos y se detuvo en un paraje llano», Lc 6,17). Los evangelistas proponen un marco geográfico y narrativo concreto a discursos, parábolas y milagros de Jesús. Cuando hay pequeñas discrepancias entre el marco se debe acudir a lo fundamental: el cuadro. Por poner solo dos ejemplos: el número de peticiones del Padrenuestro pasa a un segundo plano si Jesús enseña a rezar considerando a Dios nuestro Padre; el número de bienaventuranzas cobra un papel secundario si Jesús se dirige a todos los que lo escuchen, «Bienaventurados vosotros» (Mt 5,11; Lc 6,22).
El Jesús de Mateo sube al monte; el Jesús de Lucas baja a la llanura. El mismo que desciende a los infiernos, a lo más profundo; asciende a los cielos, a lo más alto. La experiencia de la humanidad ‒tantas veces herida y salvada; rota y liberada‒ hace necesario contemplar el rostro de Dios que, paradójicamente, sube a lo profundo; que desciende a las alturas.
Es necesario que acudamos siempre a lo fundamental del mensaje evangélico que, como sucede con las Bienaventuranzas, los evangelistas repiten por si acaso con una sola lectura no fuese suficiente. Las cosas importantes se repiten dos veces; las esenciales, todos los días.
Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano