Hacer de la vida una entrega

Publicado:
23 mayo, 2022
Conscientes de que la mayor pobreza es no conocer a Jesucristo, los misioneros buscan liberar a las personas de todas las otras pobrezas: de la falta de educación, de la falta de salud, de la falta de medios de subsistencia para que, una vez, liberados puedan acoger libremente a Jesucristo

El anuncio del Evangelio es un mandato del Señor que afecta a todos los cristianos. Todos los bautizados están llamados a difundir la fe que han recibido en la familia, en la catequesis, en la parroquia, en la celebración. La fe se conserva en el corazón, se alimenta en la oración, pero se comparte con la palabra, con el ejemplo, incluso con la propia vida.

Aunque todos somos llamados al anuncio, algunos son llamados a consagrar la vida entera a ese anuncio. Son llamados a cumplir con el «id por todo el mundo y anunciad el Evangelio» en toda su extensión. Así, son miles de hermanos nuestros los que lo han dejado todo para ganarlo todo. Han dejado su familia, su trabajo, su tierra para para ganar una familia y una tierra trabajando para el Señor.

Conscientes de que la mayor pobreza es no conocer a Jesucristo, los misioneros buscan liberar a las personas de todas las otras pobrezas: de la falta de educación, de la falta de salud, de la falta de medios de subsistencia para que, una vez, liberados puedan acoger libremente a Jesucristo. La evangelización culmina con la incorporación a la Iglesia, con la fe recibida que acaba encarnada en una nueva persona, en una nueva familia, en un nuevo territorio de misión.

La misión de la lglesia que afecta a todos se sostiene con la oración de miles de personas consagradas y de comunidades cristianas que rezan por los misioneros. También se sostiene en la ayuda económica que a través de diversas organizaciones se les hace llegar. Es otra forma de participar en la misión de la Iglesia y de hacer real el compromiso con el anuncio del Evangelio de todos los bautizados.

De esta manera, religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos, también, cada vez más, familias enteras se arraigan en una tierra nueva para hacer presente El Señor y a su Iglesia. Lo hacen en primer lugar con el testimonio de su vida desde la escucha orante de lo que el pueblo concreto con el que viven necesita. Después con el trabajo al servicio de la comunidad, en lo material y en lo espiritual. Y siempre con el afán de que, en el tiempo, vayan surgiendo vocaciones nativas que implican ya la continuidad de la vida cristiana.

Nunca como hoy ha habido tantos seguidores de Jesucristo en esta tierra. El trabajo fecundo de aquellos primeros doce ha dado fruto en todo el mundo. Pero también, al mismo tiempo, hay que reconocer que nunca como hoy hay tanta gente en el mundo que no conoce al Señor. Esta convicción debe remover a todos los cristianos para asumir un compromiso misionero en la propia tierra, en el propio vecindario y hasta los confines del mundo.

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