«Los vacíos interiores» (Lc 12, 13-21)
El decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario del ciclo C pone encima de la mesa una serie de temas de difícil digestión: de la vanidad de Qohélet al uso de las riquezas en el evangelio de Lucas. Si se está demasiado habituado a manejar monedas falsas, cuando llegan las verdaderas, se hace difícil reconocerlas y valorarlas. En este sentido, las lecturas de este domingo tienen poco de falsas, más bien al contrario, presentan verdades difíciles de asimilar, pero necesarias, sobre todo si los lectores son conscientes de necesitar un alimento para adultos y no para niños.
«Vanidad de vanidades» es el estribillo de la primera lectura (Ecl 1,2;2,21-23). Parecería una negación absoluta de la vida, del valor inestimable del mundo creado por Dios, que es bondadoso y justo. Parecería una especie de blasfemia en boca de un ateo, sin embargo nada más lejos de la realidad. El autor del libro del Eclesiastés, también conocido como Qohélet (no confundir con el Eclesiástico o Sirácida) es un hombre sabio que se interroga. Se esfuerza por comprender el sentido de un mundo contradictorio e inexplicable. Para comprender el grito del autor se debe mirar el mundo con los ojos de quien se fatiga sin absorber un momento de vida; de quien grita sin obtener respuesta; de quien lucha sin vencer ni siquiera por error.
Hay otro modo de leer el texto de Qohélet, probablemente también en la intención del autor, más actual y que representa la conciencia crítica de un mundo que vive de apariencias y, en ocasiones, se nutre de falsedades. El hombre, a veces, confía sus propios éxitos a una vida frenética, cargada de beneficios propios, egoísmos e intereses. Quizás, detrás de las palabras «vanidad de vanidades», haya una crítica a la acumulación sin sentido, a la necesidad ‒muy actual‒ de llenar las vidas vacías de elementos materiales, inertes y superfluos. Si el gran vacío se llena de agujeros, el vacío se hace infinito, se convierte en vanidad y la vanidad se llena de vanidades.
Olvidar lo esencial de la vida va unido, tarde o temprano, a dejar de lado a Dios. De esta manera, en el lugar de Dios se colocan otros ídolos vacíos, sordos y mundos, que corresponden solo con la ilusión y el engaño. El tema de la riqueza sobre el que se centra el evangelio de este domingo (Lc 12,13-21), plantea una cuestión irremplazable, ¿de qué sirve todo lo material, si no se tiene lo esencial? En otros términos «esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?».
La propuesta del evangelio de Lucas sobre el uso de los bienes plantea un modelo de libertad sin condiciones, ni restricciones. Se trata de una distancia de la herencia ‒así comienza el pasaje‒, de la codicia o de las riquezas en general que no puede ser únicamente efectiva, sino fundamentalmente afectiva.
Desde la perspectiva cristiana todo está al servicio del Reino, incluso las riquezas. Ni la riqueza es un mal per se, ni tampoco la pobreza es garantía de salvación. La meta no es la pobreza simplemente por la pobreza o la renuncia ascética desencarnada de la realidad. El Evangelio se predica tanto a ricos como a pobres. La solidaridad (Lc 3,10-14; 6,30) es el camino propuesto para que todos busquen y alcancen el Reino de Dios (Lc 12,31-33).
En este domingo las lecturas proponen pasar del vacío o de la vanidad a lo esencial de las cosas y lo imprescindible de las personas; de las herencias y riquezas a la acogida de la Palabra y el anuncio del Reino. En definitiva, a no llenar los vacíos interiores con riquezas, ni el corazón con vanidades.
Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano