«Vestigios nuevos en horas bajas» (Lc 12, 49-53)
Las lecturas de vigésimo domingo del Tiempo Ordinario son difíciles de escuchar para quienes esperan palabras suaves y dulces. En efecto, si alguien acudiese a la celebración de la Misa hoy por primera vez y prestase atención a las palabras que se proclaman se podría quedar sumamente extrañado. Intentaremos, a continuación, comprender cómo poder decir «Palabra de Dios o Palabra del Señor» después de expresiones como «hay que condenar a muerte», «no busca el bien del pueblo, sino su desgracia» «prender fuego a la tierra», «estarán divididos».
La primera lectura (Jer 38,4-6.8-10) se sitúa en el contexto del 587 a.C. La ciudad de Jerusalén lleva un año asediada por el ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta anima a rendirse. En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando al pueblo, busca su desgracia.
Eso mismo pensarían muchos escuchando lo que dice Jesús en el evangelio (Lc 12,49-53). Jesús no es totalmente ajeno al contexto apocalíptico de su época, reflejado en las palabras del autor del Apocalipsis: «vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron» (Ap 21,1). O dicho en otros términos, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reino de Dios.
La referencia a prender fuego de Jesús, que algunos autores han relacionado con el fuego del Espíritu Santo, debe verse desde el punto de vista purificador de las llamas. No se trata de un final, sino de un nuevo inicio; no es el desenlace, sino un nuevo brote. En palabras del poeta: «vestigios nuevos en horas bajas».
La siguiente Imagen de Jesús, «con un bautismo tengo que ser bautizado», también es enigmática. Bautizar significa normalmente «lavar», y en este sentido utilizan el término Juan Bautista (y otros muchos desde el profeta Ezequiel) refiriéndose al pecado. Simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale a morir para nacer a una nueva vida. Así aparece en el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice a Juan y Santiago: «¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir?» (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.
La tercera referencia de Jesús, centrada en la división, se podría interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente. Sin embargo, se menciona una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo.
¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres imágenes? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reino de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte… y su muerte con su resurrección. Probablemente, la comunidad de Lucas, cuando escuchaba estas palabras, vería también reflejada en ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus miembros había supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y padres, de hijas y madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo que se había dicho de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Este mensaje apocalíptico puede resultar lejano al hombre de hoy. No obstante, seguimos pidiendo «que venga a nosotros su reino», mientras anunciamos el Evangelio por todo el mundo. Incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la nuestra, Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las primeras comunidades cristianas, que creyeron en Él a pesar de todas las dificultades, debe seguir animándonos. En los momentos difíciles es necesario caminar hacia el cielo nuevo y la tierra nueva; es imprescindible encontrar «vestigios nuevos en horas bajas».
Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano