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Domingo II de Adviento – A

Publicado:
30 noviembre, 2022
Imagen: "Juan el Bautista predicando en el desierto", por Anton Raphael Mengs, 1760. Museo de Bellas Artes de Houston.

“Convertíos” (Mt 3,1-12)

Esta ya es una de las palabras que todos hemos utilizado en muchísimas ocasiones casi como una necesidad para dar a entender que realmente es la “espiral” por la que tenemos que cruzar para darnos cuenta si estamos o no dentro del Plan que Dios desde siempre ha trazado en la historia de la humanidad.

Convertirse no es fácil. Es un proceso, una constante, una actitud que va más allá de una simple charla o momento de meditación que todos de una o de otra forma hacemos de vez en cuando.

Pero la conversión como tal, exige de nosotros un cambio real de actitud, de pensamiento, de vida, de gestión de las emociones y de los pensamientos, de nuestro modo de compartir, de acompañar, de escuchar, de perdonar, de caminar como Pueblo de Dios en Salida.

Convertirse se convierte en un reto absolutamente imprescindible para el que dice seguir a un Jesús que camina junto a nosotros a lo largo de la historia que no concluirá sino hasta el final. Siempre en camino y en el camino siempre nos pedirá conversión. Por eso es más que una pausa: es un estilo de vida.

Nuestra conversión, por nuestro testimonio, tocará las puertas de los corazones de quienes viven a nuestro lado para ofrecer lo que tenemos en el nuestro. Y si nuestro mundo interior vive esta experiencia humilde, sencilla, serena y profética, porque está convencida que es el único sendero que nos conduce a reconocer siempre al Cristo que vive y que camina con su pueblo, estaremos generando esa Esperanza y esa Paz que el mundo necesita.

Convertirse es aceptar que somos limitados, pero no torpes. Es aceptar que tenemos una nueva ocasión para seguir viviendo con intensidad haciendo que el Reino recobre toda su claridad y presencia en medio de un mundo dividido y enfrentado. Convertirse es dejar entonces que Dios sea quien ocupe el centro de mi vida, de nuestra vida y de la vida de toda la iglesia ahora dividida y fraccionada, como lo son nuestras mismas relaciones que provocan heridas a veces muy profundas.

Convertirse es buscar la Unidad, la que Jesús imploraba al Padre en aquella oración que se ha convertido para todos en uno de los centros básicos para saberse Pueblo y Pueblo de Dios en camino.  

Convertirse es entonces la clave de vida y de lectura cada vez que nos encontramos con este buen Dios que sabe perfectamente cómo estamos por dentro. Y si ponemos atención y silencio, encontraremos las respuestas que nadie sabrá darnos mejor que Él para seguir avanzando en esta ruta; un camino donde nadie puede quedar al margen, porque forma parte también de nosotros, hermanos de un mismo pueblo en conversión permanente.

P. Juan Manuel Arija García,
CONFER-HUELVA

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