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Domingo IV de Adviento – A

Publicado:
16 diciembre, 2022
Imagen: "El sueño de san José". Luca Giordano, h. 1697. Museo Nacional del Prado.

«Me llama por mi nombre; lo llamaré a Él por el suyo» (Mt 1, 18-24)

Al final del tiempo de Adviento, la liturgia ofrece la posibilidad de reflexionar sobre un aspecto que constituye el hilo conductor de toda la Sagrada Escritura y, de una manera especial, de este tiempo: la fidelidad de Dios dura por siempre. Dios se muestra siempre, y en toda ocasión, como Aquel que permanece, Dios con nosotros. Estas definiciones, preciosas y, sobre todo, profundas, encuentran su justificación en la actuación constante de Dios en favor de su pueblo, en contraste con los vaivenes o vacilaciones de la palabra humana y de los proyectos mundanos. Veamos, a continuación, cómo esperamos a ese Dios y cómo Dios espera que le llamemos.

La atención sobre María, imprescindible en todo el Adviento e irremplazable en el nacimiento de Jesús, es compartida por el protagonismo del Espíritu Santo: «ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo». Al escuchar el evangelio de este domingo (Mt 1,18-24) se puede recordar la actuación de Dios en los embarazos de Sara, Rebeca y Raquel, las “madres” del pueblo de Israel, aunque en razón de la genealogía previa (Mt 1,1-17), también siguen estando presentes para los lectores las “pequeñas” mujeres (extranjeras, prostitutas, desheredadas, explotadas) al margen de la sociedad. En este sentido, si el nombre de María tuviese una abreviatura sería: «Sí». Es el «Sí» de la humanidad a Dios; es el «Sí» de Dios a través del Espíritu a todo su pueblo.

El evangelista Mateo narra la infancia de Jesús desde la perspectiva del “personaje secundario” que es José. La conclusión del relato presenta la persona de José como modelo del justo: hace la voluntad de Dios. De esta manera, una vez más, la Palabra de Dios muestra que los papeles menores, aparentemente insignificantes, son importantes. A veces no es fácil seguir la voluntad de Dios, sobre todo cuando parece contradecir ideas e ideales humanos, como por ejemplo el embarazo prematrimonial de María. Sin embargo, «cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor», porque en el fondo de su corazón, donde realmente importan las cosas y se hacen grandes las personas, José nunca estuvo tan despierto como en aquel sueño y nunca soñó tanto como al obedecer al ángel.

Después de la atención sobre María, José y el Espíritu Santo, el evangelio de este domingo se detiene en el nombre del Niño que, en el mundo bíblico, tiene una gran importancia a nivel teológico, lo cual no implica que tenga un valor mágico o supersticioso. El nombre expresa la identidad de quien lo lleva, el sentido dentro del plan divino y su misión. El primer nombre del que habla el texto es «Jesús», que significa «El Señor es salvación». En el fondo de este nombre se encuentra la historia de un pueblo, en el cual Dios se ha manifestado como liberador, sanador, reconciliador; en una palabra, como Aquel que salva.

El segundo nombre sorprende y surge la pregunta: ¿Por qué un segundo nombre cuando ya tiene uno? «Emmanuel», «Dios con nosotros», subraya la cercanía de Dios a un pueblo rebelde y pecador. La comunidad a la que escribe Mateo, como las comunidades cristianas que en nuestros días leen el evangelio, necesitan saber que Dios está con nosotros, y lo estará todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). De esta manera concluye el evangelio, volviendo al inicio, recordando que Dios es Aquel que permanece y que permanecerá: una certeza, una promesa y una esperanza.

El evangelio en su conjunto, es decir, todas las palabras y los hechos de Jesús, debe ser entendido desde el trasfondo de la identidad de Jesús ‒El Señor es salvación‒ y desde la promesa en Emmanuel ‒Dios con nosotros‒. Los creyentes no pueden permanecer ajenos e indiferentes a esa información, pues la identidad de Jesús está determinada, en gran medida, por su relación con nosotros.

En nuestros días, en este tiempo de Adviento, es necesario reformularse la relación con Dios y con Jesús: ¿Cómo se transforma esta relación cuando los pecados no se convierten en un obstáculo porque Dios salva? ¿Cómo se reacciona ante la afirmación de que “Dios está conmigo”? En este domingo IV del Tiempo de Adviento se habla de María, de José y de los nombres de Cristo, de manera que a las puertas de la Navidad, el creyente puede decir con confianza: Él me llama por mi nombre; lo llamaré a Él por el suyo.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano

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