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El obispo de Huelva exclama el ‘Aleluya’ al que señala ser “el canto de una alegría exuberante”

Publicado:
9 abril, 2023
La solemne Misa Estacional de este Domingo de Pascua ha concluido con la Bendición Papal impartida por el Obispo.

En la mañana de este domingo 9 de abril, Mons. Santiago Gómez ha presidido la Santa Misa de Resurrección del Señor, en la que han estado presentes miembros del Cabildo Catedralicio, el Consejo de Hermandades de Semana Santa de Huelva y una representación de las distintas hermandades de penitencia de la capital.

En las palabras de su homilía, D. Santiago ha querido señalar el entusiasmo con que toda la liturgia de hoy nos anuncia que Cristo ha resucitado, entusiasmo que se extiende de un modo especial durante toda la Octava de Pascua, a lo largo de los cincuenta días del tiempo de Pascua que va desde la Vigilia Pascual hasta el Domingo de Pentecostés, y en cada Misa Dominical y Eucaristía diaria. “Ha llegado la hora del aleluya, dígnate entonarlo”. Así el canto del Aleluya prepara la noticia más grande que tiene la Iglesia para este mundo, en palabras de la Secuencia, parafraseando el Evangelio: “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”.

“Si nos dejamos ganar -ha continuado el obispo- por este gran anuncio, si como el apóstol a quien Jesús amaba, siguiendo su carrera, a la vista que ofrecía la tumba vacía, tenemos su experiencia: “Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9); entonces escuchar y cantar ¡Aleluya! será para nosotros la expresión de un gozo que viene resonando por toda la tierra desde la mañana del primer domingo cristiano, y que se prolongará por toda la eternidad. Aleluya es el canto de una alegría exuberante, infinita, pues como escucharemos en el Prefacio antes de la consagración: “Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría.”

Y es que exultar de alegría es entrar en una especie de éxtasis. Expresar la alegría que nos embarga es más que decir algo con palabras, es poner todo nuestro ser, simplemente, en un grito de júbilo; como cuando exclamamos con entusiasmo arrebatado: ¡viva!, ¡bravo!, ¡vamos! ¡así!, ¡más!

El entusiasmo y la alegría han inundado los rincones de la Santa Iglesia Catedral donde Santiago Gómez resaltaba que “éste es el canto que hoy nos propone la Iglesia con el ¡Aleluya! Esta palabra era en su origen un término hebreo, que significaba algo así como “alabad a Yahvé”. Pero en el uso de la liturgia de la Iglesia en la Pascua ese significado no importa mucho, por eso no se ha traducido. Aleluya es expresión de una alegría sin palabras, porque está por encima de todas ellas. Es el grito de júbilo del pueblo cristiano, que se ve tan desbordado por la sobreabundancia de la alegría que nos trae Cristo Resucitado, que ya no encuentra palabras, y entonces con el corazón rebosante de gozo canta ¡Aleluya! Es la expresión de un júbilo que ya no cabe en palabras. Cuando el corazón creyente se llena de la inmensidad del gozo que trae la gloria de Cristo Resucitado, no puede callar y rompe los límites de las palabras, exclamando: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Comentaba, además, el obispo de la Diócesis onubense, que el canto del Aleluya pascual es como “un adelanto de lo que algún día puede y debe pasar con nosotros: que todo nuestro ser quede inmerso en una única y gran alegría. El cántico del Aleluya en la pascua de la resurrección del Señor es nuestra participación anticipada en la alegría del cielo. En el libro del Apocalipsis, llamado por el papa Benedicto el Evangelio del Resucitado, leemos: “oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre que decía: “¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios … y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa, como el rumor de muchas aguas, y como el fragor de fuertes truenos, que decían: “¡Aleluya! Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias” (Ap. 19,1.6-7). La fe en Jesucristo Resucitado nos permite anticipar algo de esa alegría infinita y eterna que expresan con el ¡Aleluya! los que gozan de la visión de Dios en el cielo ¡Qué futuro más hermoso! Entonces, como nos ha dicho san Pablo en la epístola: “buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.” (Col 3,1-2).”

Por último el obispo ha querido recordar y citar al papa Francisco que asegura que vivimos en una sociedad que quiere construirse sin Dios y que, a veces, “incluso se empeña en destruir sus propias raíces cristianas. También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser un ambiente árido y hostil para conservar la fe y tratar de irradiarla. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto es cómo podemos descubrir nuevamente la alegría de creer en Cristo Vivo y su importancia vital para nosotros. En el mundo contemporáneo se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia el cielo y de esta forma mantengan viva la esperanza. ¡No nos dejemos robar la esperanza! (Cf. Evangelii gaudium, 89). Mejor, dejémonos llenar de la gran alegría que irradia el Señor, para que podamos decir con todo nuestro ser: Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya!, ¡Aleluya!, ¡Aleluya!

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