El 5 de junio de 2011, el Sr. Obispo, Don José Vilaplana, bendecía la capilla penitencial del Santuario de Ntra. Sra. del Rocío, presidida por un tríptico escultórico, obra de José Antonio Navarro Arteaga, con las escenas del Bautismo de Cristo, el Buen Pastor y el Hijo pródigo[1], del que nos ocupamos ahora.
El altorrelieve del Hijo pródigo representa el momento en que el joven regresa al hogar y es abrazado por el padre misericordioso, tal como lo narra San Lucas en el capítulo 15 de su evangelio. El escultor ha elegido el momento del reencuentro. Arrodillado en los primeros escalones de la casa paterna, con el torso y pierna desnudos, señal de su pobreza, esconde su rostro avergonzado en el manto de su padre, que, lleno de compasión y misericordia, lo mira y lo abraza. « “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; poned un anillo en la mano y sandalias en los pies… porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”» (Lc 15, 22-24). A cierta distancia, contemplan la escena dos figuras femeninas, que podemos identificar como su madre, acompañada por una sirvienta, figura que no aparece en la parábola evangélica, pero que es razonable imaginar su presencia. La casa paterna, de orden arquitectónico clásico, es el contrapunto de la intemperie en que vivió el hijo perdido.
José Antonio Navarro Arteaga (Sevilla, 1966), formado en el taller de Juan Ventura, a su vez discípulo de Francisco Buiza, desarrolla su estilo neobarroco, en la línea sevillana de Juan de Mesa y en la granadina de Pedro de Mena. Se esmera en el realismo de los detalles anatómicos, y, sobre todo, en la expresividad de los rostros. Son muy conocidas y veneradas sus imágenes principales y secundarias para cofradías de penitencia.
Manuel Jesús Carrasco Terriza
[1] Manuel GALÁN CRUZ, Las ermitas de Nuestra Señora del Rocío, Ed. Círculo Rojo, 2013, pp. 223-227.