La solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad se celebra el domingo siguiente a Pentecostés. Como tema iconográfico, solemos encontrarlo en la cumbre de los retablos, tanto en relieve como en pintura. También lo encontramos en la representación de la Coronación de la Santísima Virgen, por las tres divinas Personas, tras su Asunción a los cielos. Es el cuadro de que nos ocupa, que admiramos en la parroquial de El Granado.
El lienzo, de gran formato, representa el momento en que María, elevada al cielo sobre una nube de ángeles, recibe la corona de la gloria de manos del Padre y del Hijo, ambos sedentes, mientras el Espíritu Santo, en forma de paloma, sobrevuela su cabeza.
La composición se muestra sumamente equilibrada de formas y de colorido. En el centro del lienzo, la figura de pie de la Virgen María, vestida con túnica roja y manto azul. Al adelantar su derecha, imprime un gracioso arqueamiento, inclinando la cabeza en gesto de humildad. En la parte superior se aprecian los querubines, casi transparentes como signo de su naturaleza espiritual.
Dios Padre, caracterizado como el anciano de muchos días, por su luenga barba, se sitúa a su izquierda, y aparece revestido de pontifical, con capa de seda blanca y motivos florales brocados en oro. Su mano izquierda protege un gran orbe, sobre el que aparece dibujada la cruz de la Orden Trinitaria en sus colores rojo y azul. Con la derecha sostiene la corona imperial sobre las sienes de María. A la derecha, Jesucristo resucitado, con la cruz gloriosa sobre su hombro izquierdo, deja ver la herida del costado en su torso desnudo, y cubre la cintura y la pierna con un manto jacinto.
Entre las nubes del plano inferior revolotean los ángeles, que portan desordenadamente los atributos marianos. Llama la atención el detalle del ángel, con rostro de niña, con un lacito rojo en su pelo rubio, que porta la palma de la victoria. Podría tratarse de un retrato infantil. Otro, en forzado escorzo, volando boca arriba, lleva una vara de azucenas, símbolo de la pureza virginal. Otro, a los pies de María, sostiene la rosa de Jericó. Y, finalmente, un ángel, graciosamente recostado sobre la Virgen, tiene en su mano el lirio morado.
Se ha relacionado esta obra con las del mismo tema que pintó Juan del Castillo para la iglesia de San Alberto de Sevilla y el convento de Montesión, de la misma ciudad, situándolo, por ello, entre 1638 y 1640. No obstante, opinamos que, por la soltura de la pincelada y la blandura de las formas, situadas con delicadeza en su atmósfera, nos remite a fechas más tardías, quizás a los años finales del Seiscientos, o a los primeros del Setecientos.
Fue restaurado entre noviembre de 1999 y septiembre de 2000 por Mireya Albert Astolfi. Figuró en la Exposición Ave María, en la Casa Colón de Huelva, en 2002.
Manuel Jesús Carrasco Terriza1
- Catálogo de la Exposición Ave María. Huelva, Casa Colón, 2002-2003, Córdoba, Publicaciones Caja Sur, 2002, pp. 130-131. ↩︎