Este lunes, 19 de agosto, la aldea de El Rocío, en Almonte, ha conmemorado con devoción y fervor los 211 años de la primera acción de gracias que el pueblo almonteño realizó a su patrona, la Virgen del Rocío, en honor a su intercesión durante la invasión napoleónica. En 1813, los habitantes de Almonte se enfrentaron valientemente a las tropas francesas que habían invadido España, logrando resistir al invasor y atribuyendo su salvación a la intervención milagrosa de la Virgen. Aquella victoria no solo evitó la ocupación, sino que libró a los lugareños de lo que pudo haber sido su exterminio.
La jornada de celebración ha tenido su punto culminante a las 10:00 horas, en el santuario rociero, con la tradicional Función del Voto de Gracias del Rocío Chico de este 2024. Cientos de fieles se congregaron para rezar ante la patrona de Almonte, renovando la promesa de gratitud que sus antepasados hicieran hace más de dos siglos.
La devoción y la historia se entrelazaron una vez más en El Rocío, recordando la protección divina que, según la tradición, salvó al pueblo de Almonte en uno de los momentos más oscuros de su historia.
Puede leer, a continuación, la homilía íntegra de Mons. Santiago Gómez Sierra:
Hermanos todos, amados por el Señor:
En esta mañana agosteña nos reunimos en este Santuario Nacional de la Bienaventurada Virgen María para cumplir con una de las más enraizadas tradiciones del pueblo de Almonte, renovar el voto de acción de gracias a la Virgen del Rocío, a la que tiene por patrona desde 1653, y a quien siempre se dirigió en los momentos de mayor angustia y necesidad. Dentro de unos minutos, el secretario de la Hermandad Matriz dará lectura al texto que aprobaron vuestros antepasados, los almonteños de principios del siglo XIX, quienes sufrieron en sus carnes y en sus vidas el yugo de la invasión. Hace 214 años aquellos hombres y mujeres dirigieron unánimes sus ruegos y plegarias a su patrona, sabiendo que Ella les escuchaba. «Reúne, Señor, a tu pueblo disperso» hemos recitado en el salmo, y es lo que hicieron aquellos fieles almonteños, reunidos y unidos por la Santísima Virgen, pastora de nuestras almas, en una misma plegaria. Y tres años después hicieron un voto de acción de gracias: «por siempre jamás», se comprometían de por vida, «aquella generación y las generaciones venideras», vosotros, almonteños y almonteñas de hoy, herederos de la devoción de vuestros antepasados, a pasar este día en esta ermita marismeña, acompañando a la Virgen, para volver a dar las gracias por la salvación de la población en aquellos duros momentos. Fue un compromiso. Lo es. Pero también una prueba y una demostración de fe, una fe en Dios que tiene a Santa María como intercesora, como mediadora, y de una devoción que, como dicen las mujeres de este pueblo de Almonte, la transmite una madre a su hijo con el primer beso que ella le da.
La renovación de este Voto, hoy, es la renovación de la acción de gracias a Dios por la intercesión poderosa de la Blanca Paloma, que cuidó, cuida y seguirá cuidando de su pueblo de Almonte.
La página de la historia que hoy recordamos está llena de heroísmo de los hombres y mujeres almonteños, que arriesgaron su vida por su pueblo y por su patria; porque más que un territorio, el pueblo y la patria son nuestros seres queridos y las personas con las que vivimos y con las que compartimos una misma suerte, una historia que se sigue escribiendo día a día. El carácter social de la persona imprime un vínculo con el pueblo y la patria donde se ha nacido y en la que hemos recibido la fe, en Almonte marcada de forma indeleble por la devoción y el amor a la Santísima Virgen del Rocío, una cultura y unas costumbres. Este patrimonio propio siempre debe estar abierto a recibir las aportaciones de otros, como esta celebración, que siendo típicamente almonteña, está abierta a todos los que se sienten hijos de la Santísima Virgen y experimentan también su constante protección.
Cuando el Catecismo de la Iglesia Católica explica el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, que dice “Honra a tu padre y a tu madre”, considera como destinatarios directos a los hijos en sus relaciones con sus padres, “porque esta relación es la más universal”, todos somos hijos. Sin embargo, abarca también otras relaciones humanas más amplias. Así el precepto del Decálogo es referido a los deberes de los ciudadanos con otras personas de la sociedad y con las instituciones, también con el propio pueblo y con la propia patria.
Sin caer en localismos o nacionalismos excluyentes, la fidelidad y el amor a nuestro pueblo y a la patria es una virtud. Y amamos a nuestro pueblo y a nuestra patria si transmitimos a las nuevas generaciones la fe cristiana que llena de sentido y esperanza la vida humana; si amamos y respetamos a nuestra familia; si nos unimos a nuestros vecinos para buscar el bien común; si colaboramos para hacer más digno nuestro barrio, pueblo y nación; si conocemos nuestra historia; si nos sentimos orgullosos de nuestra cultura y tratamos de conservarla y darla a conocer; si cumplimos con responsabilidad lo que nos toca hacer para el bien de los demás.
Hoy, la renovación del Voto es un momento de gracia para contemplar con gozo la protección de María y volver a mirarla como Madre de todos.
La lectura de la profecía de Sofonías, que hemos escuchado nos puede ayudar a intuir lo que la Virgen nos pide. El profeta dice que Sión se alegrará y que Israel gritará de júbilo, porque el Señor «reunirá a los dispersos». Es un mensaje de unidad, una profecía de lo que está llamada a ser la Iglesia en el mundo de hoy: ser signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y la unidad de los hombres y los pueblos entre sí. Es el testimonio de lo que Cristo nos ha dicho en el Evangelio: «que todos sean uno», a imagen de la comunión del Hijo con el Padre.
Es necesario el esfuerzo por la unidad hoy, particularmente, en España, cuando estamos sufriendo graves tensiones contra la unidad nacional, el orden constitucional y la solidaridad interterritorial, en un alarmante fenómeno que algunos llamaron un “proceso de desagregaciones”.
María, especialmente en esta dulcísima advocación del Rocío se nos presenta como Madre de la unidad, que permanece en oración junto con la primera Iglesia en Pentecostés, la manifestación del Espíritu Santo que fragua la unidad del género humano, que procede de toda raza, lengua y nación.
Ella nos presenta al Pastorcito Divino, «el mediador entre Dios y los hombres», el que quiere que todos alcen las manos «limpias de iras y divisiones». Por lo tanto, la Virgen es la Madre de la unidad. Busquemos pues la unidad en la Iglesia, en nuestra nación, en nuestra sociedad, en nuestro pueblo de Almonte.
La Eucaristía que celebramos es siempre fuente de unidad. Al final de la celebración llevaremos en procesión al Señor sacramentado, el Santísimo Cuerpo de Cristo que nos hace uno en Él para la gloria de Dios uno y trino. Pidámosle que nos haga uno, para que el mundo crea.
Estos días del Rocío Chico son un regalo que da la Reina de las Marismas al pueblo de Almonte. Y Almonte ha querido y sabido abrir sus brazos, sus puertas, para compartir la devoción a su excelsa Patrona con toda la Iglesia en España y de más allá. Eso ha hecho que en esta aldea de calles de arena nos congreguemos un gran número de peregrinos venidos desde muy diferentes lugares, para encontrarnos con la Blanca Paloma, la Virgen del Rocío. Ella nos hace experimentar aquí la alegría de caminar y vivir juntos, unidos.
Tener fe es fiarse, y Almonte siempre ha sabido fiarse de la Virgen y poner en sus manos el devenir de su propia historia porque sabe que Ella siempre «va delante», como dicen los hombres en la procesión: la Virgen siempre pa`lante.
Acudamos pues a Virgen del Rocío, causa de nuestra alegría, Madre y Reina de la unidad, porque, «somos tuyos, queremos seguir siendo tuyos y Tú de Almonte». Amén.