«De los razonamientos humanos a la lógica divina»
Algunos temas recorren la Biblia camuflados en medio de discursos más amplios o difuminados en el trasfondo de la narración. La cuestión de la verdadera grandeza es uno de ellos. Así, al escuchar las palabras de Moisés ante el faraón, al mirar la estatura de David contra el filisteo, al recordar las palabras del joven Jeremías o al contemplar la humillación de la esclava del Señor se redimensionan los conceptos de pequeñez, humildad, grandeza y poder. Estas cuestiones se plantean en la segunda lectura (St 3,16–4,3) y en el evangelio (Mc 9,30-37) que se proclaman en este Domingo XXV del Tiempo Ordinario. Veamos, a continuación cómo son los razonamientos humanos y cuál es la lógica divina.
La lucha por el poder dentro del grupo de los Doce se desarrolla a lo largo del camino. En el evangelio de Marcos, la reflexión sobre el camino y en el camino se presenta como como metáforas del seguimiento. Así, en el domingo pasado, se proclamó lo que se considera el centro del evangelio de Marcos, no solo literario sino cristológico. El tiempo parece que se detiene ‒quizás, también el movimiento‒ cuando Jesús «por el camino, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”» (Mc 8,27). Este interrogante, necesario en cada inicio del curso pastoral, conducirá a una respuesta personal sobre la identidad de Jesús.
Si el primer anuncio de la pasión (Mc 8,31) provoca la reacción de Pedro, a modo de protesta, en este domingo se lee el segundo anuncio (Mc 9,31) que tiene una repercusión general: los discípulos no comprenden lo que sucede y, mucho menos, lo que sucederá. Jesús dirige la mirada de los que lo siguen hacia la pasión y la cruz, es decir, a olvidarse de lo inmediato y a seguir caminando, a pesar de las dificultades. No se trata de una exhortación a un camino ascético, lleno de renuncias, sino de una opción por la fe. Es la concreción del sentido de cargar con la propia cruz y reconfigurar el dolor, el sufrimiento y la muerte en función del amor, la entrega y la esperanza.
Durante el camino, Jesús plantea nuevos interrogantes («¿de qué discutíais por el camino?») que no siempre tienen respuesta («ellos no contestaron»). Sin embargo, las actitudes, los gestos y los silencios, a veces más importantes que las palabras, dan paso a la enseñanza. Así, Jesús, sentado como corresponde al Maestro, nuevamente los llama y les enseña: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Esta frase, uno de los logion que reflejan la instrucción de Jesús, es una muestra de lo que se puede denominar “mundo al revés” (mundus inversus). Este concepto representa una inversión del mundo ordinario y ofrece alternativas que escapan de lo lógico en el ámbito natural, cultural o religioso. En este sentido deben entenderse no pocas frases de las Escrituras: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35); «El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11,25); «los últimos serán primeros y los primeros serán los últimos» (Mt 19,30); «porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres» (1Cor 1,25). Todo esto indica que el Evangelio ‒el proyecto de amor de Dios‒ pone el mundo “patas arriba”.
De esta manera, además de la enseñanza, hay un gesto de Jesús: poner en medio a un niño y abrazarlo. Este movimiento sitúa en el centro a quien está comenzando a caminar, dirige la mirada de los grandes a los pequeños, acalla la discusión sobre quién era el más importante proponiendo el servicio como la verdadera seña de identidad de los discípulos. En definitiva, en este domingo, como en tantas otras ocasiones, se propone un apasionante e incomprensible camino que comienza en los razonamientos humanos y conduce a la lógica divina.
Isaac Moreno Sanz,
sacerdote diocesano y Dr. en Teología Bíblica.