En sus inicios las Témporas eran unos días dedicados especialmente a la penitencia para santificar tres cosechas: la del trigo en verano, la vendimia al comienzo de otoño y la del aceite en diciembre. Como estaban relacionadas con las estaciones del año, a esas tres se les añadió una cuarta en primavera. Aunque el papa San León Magno (390-461) las considera de origen apostólico, es muy difícil precisar cuando comienzan a celebrarse. Los días especiales de las Témporas eran el miércoles, el viernes y el sábado. Con más seguridad sabemos que el origen de esta celebración está vinculado a la Iglesia de Roma y desde allí se va extiendo al resto de la cristiandad lenta pero paulatinamente.
En la liturgia anterior a la reforma promovida por el Concilio Vaticano II se celebraban las Témporas correspondientes al inicio del invierno, de la primavera, del verano y del otoño. A partir del siglo V las Témporas se convierten también en la fiesta de la recolección espiritual de la Iglesia, ya que hasta hace pocos años eran el tiempo designado, junto con las plegarias, rogativas y ayuno, para conferir las Órdenes sagradas.
Actualmente la legislación litúrgica establece que la regulación de la celebración de las Témporas recae sobre las Conferencias Episcopales. La Iglesia ha considerado que de esta forma podrán ser tenidas en cuenta mejor las peculiaridades de cada Nación. La duración de su celebración, por espacio de uno o varios días y la reiteración a lo largo del año son así mismo competencia de la Conferencia Episcopal.
Nos dice también el Misal que se celebrarán, al menos, el día 5 de octubre (o el día 6, cuando el día 5 sea domingo), y, siempre que sea posible, es aconsejable celebrarlas también otros dos días de la misma semana. La celebración a lo largo de tres días ayuda a enfatizar mejor los tres aspectos que pretende avivar en nosotros la liturgia de las Témporas, estos son: la acción de gracias, la petición y la conversión.
Ya sea durante uno o tres días, estos aspectos esenciales en la vida del cristiano deben de estar presente en la celebración de las Témporas y desde ahí proyectarse a la vida del cristiano a lo largo de todo el año. Los formularios de misas que nos ofrece el Misal para las Témporas inciden específicamente en estos aspectos.
Dar gracias a Dios por los dones recibidos es fundamental pues, aunque ganar el pan con el fruto de nuestro trabajo diario agota, nunca debemos decir por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas. Sino más bien, acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te da la fuerza para crearte estas riquezas, y así mantiene la promesa que hizo a tus padres, como lo hace hoy.”. Dar gracias a Dios es reconocer algo tan grande como que su Gracia nos precede y nos sostiene.
La celebración de las Témporas nos invita también a pedir a Dios. El mismo Jesucristo nos dice: si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden. No nos cansemos nunca de pedir a Dios, pues Él nos escucha y nos da lo que más nos conviene.
Las Témporas en definitiva nos enseñan que nuestra vida ha de ser sea una acción de gracias permanente a Dios porque el oye siempre la petición que se eleva desde el corazón del hombre. Los dones que Él derrama sobre nosotros, son signo de su bondad y de su misericordia infinita. Ante un Dios así, ¿quién no se siente movido a la conversión?
A los que somos pastores nos toca instruir convenientemente a los fieles en el sentido de esta y de cada una de las celebraciones que nos ofrece la Iglesia y a los fieles a vivirlas con renovado entusiasmo. Así unos y otros estaremos dando cumplimiento a aquello tan hermoso que nos pide el Concilio Vaticano II por medio de Sacrosanctum Concilium 48: (…) sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada.
Francisco José Feria Reviriego,
delegado diocesano para la Liturgia