La Diócesis de Huelva ha celebrado este 8 de diciembre, con profunda devoción, la solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de la diócesis.
En una homilía que invitó a la reflexión y el compromiso, Mons. Gómez Sierra destacó la singular gracia de la Virgen María como modelo de obediencia y servicio a Dios, contraponiendo su pureza a la tragedia del pecado original y personal. En su intervención, el obispo señaló:
“Por tanto, nuestro compromiso es la lucha contra el pecado, porque este es el problema fundamental de la humanidad, de ayer, de hoy y de siempre, aunque nos cueste creerlo (…). Celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción no es una fiesta melosa y sentimental (…), pero con los oídos abiertos a Dios, de quien escuchamos: ‘Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María, porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios’”.
Durante la celebración, la catedral acogió a numerosos fieles que participaron activamente en la liturgia, mostrando su amor y devoción por la Virgen Inmaculada. Esta festividad, una de las más destacadas en el calendario diocesano, renueva anualmente el compromiso de los cristianos de Huelva de vivir en comunión con el ejemplo de María, que responde con un fiat pleno y generoso al plan de Dios.
La homilía íntegra del obispo puede consultarse a continuación:
Homilía de Mons. Santiago Gómez Sierra
“Una forma de conocer el significado y la hondura de muchas cosas es a través de sus contrarios. Así también por los antónimoscomprendemos el significado de una palabra (virtud y vicio, claro y oscuro…); también ocurre en las experiencias humanas: apreciamos más la salud cuando estamos enfermos, los bienes materiales cuando se ha carecido de ellos, la paz por personas que han vivido la guerra… Esta puede ser la pedagogía de la Palabra de Dios proclamada en esta Solemnidad: nos habla de la gracia singular de María, Hermosa, Limpia, Sin mancha, Inmaculada, en contraposición a la primera Eva, “la madre de todos los que viven” (Gen 3,20). No conoceremos ni agradeceremos la fuerza de la redención de nuestro Señor Jesucristo, sin asomarnos a la tragedia del misterio de la iniquidad, del pecado original y del pecado personal.
El Génesis nos ha presentado el estado de la realidad humana tras la devastación que provoca el primer pecado. Es la naturaleza humana rota, porque el pecado original es un estado no una acción personal. El hombre que se esconde de Dios, porque le da miedo. El hombre que se extraña a sí mismo, se ve desnudo, roto, porque el cuerpo quiere contra el espíritu y el espíritu contra la carne. La pareja que se habían reconocido como compañeros íntimos, ahora se acusan. Y la consecuencia más radical del pecado, por el entró la muerte. Todo provocado por el enemigo del género humano, el diablo, la serpiente, que engaña por envidia del bien que el hombre tenía y que él en su condición de criatura espiritual, ángel bueno creado por Dios para amar y servir a su Creador, perdió porque en el ejercicio de su libertad negó su relación con su Creador. Y así se desata esta marea negra que invade toda la historia de la humanidad.
“Pero, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20b). En el mismo relato del pecado, ya se anuncia el Protoevangelio, que habla de la victoria deuna mujer. Y el Evangelio proclamado nos ha ido aproximando a Ella: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; (y por fin se dice su nombre) el nombre de la virgen era María”. (Lc 1, 26-27). Una criatura nueva, distinta “llena de gracia” porque no está afectada por el pecado de la primera Eva;que no huye de Dios “el Señor está contigo”; que no vive contradicción entre su cuerpo y su espíritu porque “el Espíritu Santo vendrá sobre ti” y será madre y virgen; que se pone al servicio de todos los hombres para que el Hijo del Altísimo, su hijo Jesús, instaure para siempre el reino que no tendrá fin; y su respuesta es la obediencia, que no es sometimiento a una voluntad arbitraria y poderosa que se le impone, sino la invitación del Amor infinito, que la llama a colaborar librementeen la obra más grande, más hermosa, más altruista, más benévola y más compasiva que se pueda pensar, en el proyecto de Dios que: “nos ha destinado por medio de Jesucristo … a ser sus hijos… En él hemos heredado también.” (Ef 1, 5.11). Maríaofrece todo su ser, alma y cuerpo para servir a Dios y a todos los hombres, responde: FIAT, “Hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1, 38).
Si admiramos y agradecemos el designio de Dios, siempre surge la misma pregunta: entonces, qué tenemos que hacer, hermanos. La respuesta la encontramos en las oraciones de la Misa de hoy: “concédenos, por su intercesión (de la Virgen Inmaculada) llegar a ti limpios de todas nuestras culpas” (oración colecta), lo mismo vamos a pedir en la oración sobre las ofrendas: “guárdanos también a nosotros…libres de todo pecado”.
Por tanto, nuestro compromiso es la lucha contra el pecado, porque este es el problema fundamental de la humanidad, de ayer, de hoy y de siempre, aunque nos cueste creerlo. De vez en cuando, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publica los resultados de una encuesta, quepregunta a los españoles cuál es el problema que “personalmente” les afecta más. En la última que yo conozca del pasado mes de septiembre, los encuestados señalan, por este orden, los problemas económicos, la sanidad, los relacionados con la calidad en el empleo, la vivienda, y la inmigración. Todos estos temas pueden abordarse desde la economía, la política, la sociología, la cultura, la psicología y a partir de otras posibles aproximaciones. Sin embargo, la raíz de todos ellos, de los problemas señalados y de otros que pudiéramos considerar, está en el pecado, en las decisiones libres que personalmente tomamos y que moralmente son pecado. Si no afrontamos la lucha contra esta realidad personal, no habrá cambios verdaderos ni duraderos en nuestro mundo.
Celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción no es una fiesta melosa y sentimental, de gasas y tules azulados, para personas devotas. Muy al contrario, los cristianos católicos la celebramos con los pies en el barro de nuestra realidad humana, pecadora y dolorida por tantas aflicciones, pero con los oídos abiertos a Dios, de quien escuchamos: “Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María, porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios” (antífona de comunión); y levantamos nuestros ojos a la Virgen Purísima, pues “Purísima había de ser la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que destinabas entre todos, para tu pueblo, como abogada de gracia, y ejemplo de santidad.” (Prefacio)
Virgen Inmaculada, ruega por nosotros.”