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Domingo VI del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Publicado:
13 febrero, 2025
Lc 6, 17. 20-26. "Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos".

Dice el profeta Jeremías que son bienaventurados los que por encima de todo confían en el Señor. Estarán bien plantados, como el árbol junto al agua. No les faltará de nada y darán frutos abundantes. A su alrededor todo será verdor y alegría. Su destino nos remite a la primera página del paraíso terrenal. “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en medio del jardín del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”. La bienaventuranza de la primera pareja es un don del Creador. Y su deber es trasladarla al resto de las creaturas.

Por el contrario, “malditos son quienes confían en el hombre, y en la carne buscan su fuerza apartando su corazón del Señor”. Adán y Eva han caído en la tentación de confiar en sí mismos y desconfiar de Dios. Se arrastran el uno al otro al pecado y con ellos entra en decadencia la creación entera. Por eso, “habitarán en tierras resecas; será como un cardo en la estepa, no verán llegar el bien; habitarán la aridez del desierto”. Quienes se apartan del Señor, atraen toda clase de males para sí y para el mundo.

Entonces, ¿en quién confía nuestro corazón? Para responder a esta pregunta, hemos de hacer un sincero examen de conciencia. ¿Qué nos atrae con tanta fuerza que somos incapaces de resistirnos? ¿EL confort, el placer, el dinero, el propio yo? Nos engañamos fácilmente, decimos querer una cosa y hacemos la contraria. Nos pasa como a San Pablo, que en la carta a los Romanos y en un ejercicio de sinceridad confiesa que no entiende su comportamiento, pues no hace lo que quiere, sino que hace lo que aborrece. Pablo encuentra el remedio en Jesucristo. Si confiamos en Él, nuestra vida resucita. Pasamos de la muerte a la vida. Cristo no solo cambia la mentalidad y nos llena el corazón de confianza, sino que nos aporta la fuerza para vencer al pecado en nosotros. El Resucitado va por delante marcándonos el camino y dándonos la seguridad de que no estamos ni solos ni abandonados.

En el Sermón de la montaña de san Lucas, Jesús nos presenta su programa de vida y acción, que es el programa de su Padre para con la humanidad: la felicidad de todos sus hijos. La felicidad de los pobres, de los hambrientos, de los que lloran, de los maltratados por otros hombres.

Ante las calamidades de la vida, muchas personas se preguntan ¿Por qué me ha tocado a mí? Unos ganan y otros pierden sin mas ley que la del puro azar.  Pero Dios nuestro Padre quiere el bien de todos sin exclusión. De una u otra manera, todos tenemos derecho a la bienaventuranza. Para hacerlo posible Dios cuenta con nosotros, aliviando la economía de los pobres, saciando el hambre y la sed de los pueblos; enjugando las lágrimas de los tristes; defendiendo a los maltratados. La práctica de las obras de caridad y solidaridad nos conduce a la bienaventuranza compartida. Los unos ofrecen los consuelos materiales y los otros responden con gratitud. Amor con amor se paga. Y Dios nuestro Padre, que es el Amor supremo, nos da a gustar esa bienaventuranza que habrá de completarse en la vida eterna. Si no hubiera resurrección de los muertos a Jesús se le rompería su discurso y nosotros no tendríamos esperanza. Pero Cristo Ha resucitado en verdad y su plan sigue adelante. Ahí se apoya nuestra esperanza.

José Antonio Sosa Sosa,
Delegado para la Pastoral Social y Promoción Humana

Párroco de Punta Umbría

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