Cristos Crucificados de León Ortega

Publicado:
10 abril, 2025
“Cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”, dijo el Señor, y así lo puso por escrito el evangelista San Juan (Jn 12, 32). La muerte redentora de Cristo en la Cruz es el centro de la fe cristiana.

Y, como no podía ser menos, es el centro de atracción de los artistas cristianos de todos los tiempos. Sólo en la Tierra Llana de Huelva catalogué 150 obras[1].

La crucifixión de Cristo fue, primero, escándalo y fracaso para sus discípulos, para convertirse luego en motivo central del anuncio evangélico, después de la resurrección y de la efusión del Espíritu. En su primer discurso público, el apóstol Pedro no vacila en proclamar “que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch. 2, 36).  La figura artística del Redentor, desnudo y clavado sobre el árbol de la cruz, expresa, en síntesis admirable, el dolor físico del justo sacrificado y la ofrenda voluntaria al Padre, en un cuerpo hermoso, transido de divinidad.

Hoy nos centramos en algunas de las interpretaciones del Crucificado que hizo Antonio León Ortega[2], en tres momentos de su trayectoria artística: a) en sus comienzos, ligados a la estética barroca, b) en su madurez, de afirmación de su estilo personal, y c) en su última etapa, de simplificación[3]. Siempre con “unción sagrada” e invitación a la piedad.

Cristo de la Buena Muerte

Localización: Huelva, Iglesia de Santa María de Gracia, del Convento de MM. Agustinas
Autor: Antonio León Ortega
Año: 1941
Material: Madera policromada
Dimensiones: 1,72 m.

El Cristo de la Buena Muerte, al igual que el Cristo de la Vera Cruz de Ayamonte, corresponde a la etapa inicial de León Ortega, en los comienzos de los 40, en la que se manifiesta conocedor y continuador de las formas del barroco sevillano. A la vuelta de su formación en Madrid, se instaló en el taller de Pedro Gómez, donde colaboró con Joaquín Gómez del Castillo, haciendo la talla de las imágenes que luego Gómez de Castillo policromaba, y quien finalmente se las atribuía firmándolas, entre ellas el Cristo de la Buena Muerte[4].

León se inspira en el Cristo sevillano del mismo nombre, obra de Juan de Mesa, simplificando las formas anatómicas y las calidades del lienzo que cubre las caderas. La figura representa el momento de su muerte. El rostro, aún dolorido, destila la paz y la serenidad de una “buena muerte”, expresión a la que contribuyen los ojos semicerrados y la boca entreabierta. Es un Cristo corpulento, heroico, sin poner énfasis en las heridas de la pasión. La policromía es muy tostada y cálida. Es titular de la Hermandad de la Buena Muerte y de la Virgen de Consolación. Recibe culto en su sede canónica, la iglesia de las MM. Agustinas de Huelva[5].

Cristo de la Lanzada o de las Aguas

Localización: Ayamonte, Iglesia de San Francisco
Autor: Antonio León Ortega
Año: 1957
Material: Madera policromada
Dimensiones: 1,75 m.

Desde 1950 hasta mediados los años 60 se extiende el periodo de madurez artística de León Ortega, caracterizado por la tendencia a la simplificación de líneas, relieves y formas anatómicas, poniendo todo el énfasis en el dramatismo de la composición y en la expresividad de los rostros, como una vuelta a las figuras hispanoflamencas y castellanas de mediados del siglo XVI. Buen ejemplo de ello es este Cristo de la Lanzada. Jesús aparece muerto, hundido con todo su peso después de la tensa y asfixiante agonía. La cabeza cae a plomo a su derecha. Su anatomía es enjuta; las piernas, huesudas y secas, aparecen arqueadas y contrapuestas entre sí, y los pies tan cruzados como los Cristos góticos. Hasta el lazo recuerda las obras de mediados del XVI. León confesó repetidamente que se había sentido cautivado por el espíritu austero de la escuela castellana. Es titular de la Hermandad del Martes Santo[6].

Cristo de la Sed

Localización: Huelva, Iglesia parroquial de Beata Eusebia
Autor: Antonio León Ortega
Año: 1968
Material: Madera policromada
Dimensiones: 2,20 m.

Desde 1968 hasta sus últimas obras, las formas escultóricas experimentan una mayor estilización y depuración. Las tendencias de la modernización del arte sacro premiaban la autenticidad de la materia, la pobreza y austeridad, la verdad de los contenidos expresados en la verdad de los materiales. Esto le sirvió a León Ortega de estímulo para evolucionar en la simplificación de volúmenes y formas, y en una técnica de la policromía que dejaba patente la madera y los golpes de gubia, sin que por ello perdiera la piedad en los rostros y la verdad en la anatomía. Este Cristo, tan expresivo y dramático, entreabiertos los ojos y la boca, a pesar de haber recibido ya la lanzada, fue encargado para presidir la parroquia de la Concepción de Huelva, con motivo de la sustitución el retablo por una pared imitando sillares de cantería. La posterior reforma de 1998 hizo que el Cristo pasara a la Ermita de la Soledad, y de ahí a la Parroquia de Beata Eusebia, en su inauguración en 2013, donde recibe culto bajo la advocación de Cristo de la Sed[7].

Manuel Jesús Carrasco Terriza

[Publicado en Huelva Información, 10-04-2025, p. 14]


[1] Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, La escultura del Crucificado en la Tierra Llana de Huelva, Huelva, Diputación Provincial, 2000.

[2] Alberto Germán FRANCO ROMERO, Antonio León Ortega, escultor, Huelva, 2017.

[3] Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, “León Ortega, Antonio”, en Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/26072-antonio-leon-ortega

[4] Rocío CALVO LÁZARO, “Antonio León Ortega: su primera etapa como escultor en Huelva. 1938-1941″, en Huelva en su historia, 14 (2018) 167-183: En la pág. 170 se recogen unas notas autobiográficas del escultor, que ratifican su autoría del Cristo de la Buena Muerte. Testimonio que corrobora su hijo, Antonio León Ferrero en Teresa LOJO, Huelva Información, 11 de diciembre 2022, https://www.huelvainformacion.es/huelva/Antonio-Leon-Ortega-modernidad-imagineria_0_1745525867.html

[5] Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, La escultura del Crucificado en la Tierra Llana de Huelva, o. c., pp. 333-336.

[6] Ibidem, pp. 247-250.

[7] Ibidem, pp. 340-341.

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