Estas circunstancias nos llevan a considerar un tema muy poco frecuente en el arte, como es la Comunión de la Virgen María, del que tenemos dos ejemplares en el patrimonio onubense: en el retablo de Santa Clara de Moguer, y en la capilla del sagrario de La Palma[1].
Después de Pentecostés y de la Ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles centran toda su atención en proclamar la fe en Cristo Resucitado, y lo mismo ocurre con las fuentes escritas. Nada, por tanto, se dice expresamente de la vida de la Virgen María desde entonces hasta su Asunción a los cielos, nada que llamara la atención en la comunidad cristiana. Los Hechos de los Apóstoles describen cómo era aquella primitiva comunidad, de la que formaba parte María: “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.[…] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común […] Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo” (Hch 2, 42-47).
María, como un miembro más de aquella Iglesia naciente, también se nutría de la Eucaristía. “Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz”[2]. La mística Sor María Jesús de Ágreda, en 1670, describía así la escena: “Cuando llegaba la hora de comulgar, oía primero la misa que de ordinario la decía el Evangelista San Juan […] Llegaba la divina Madre a comulgar, precediendo tres genuflexiones profundísimas, y toda enardecida recibía a su mismo Hijo sacramentado, y a quien en su tálamo virginal había dado aquella humanidad santísima le recibía en su pecho y corazón purísimo”[3]. El teólogo Garrigou Lagrange glosaba la escena: “María, en el momento de la comunión, se convertía en tabernáculo viviente y purísimo de Nuestro Señor, tabernáculo dotado de conocimiento y amor, mil veces más precioso que un cáliz de oro; era, verdaderamente, torre de marfil, arca de la alianza, casa de oro”[4]. La piedad popular, al menos desde 1800, recita esta comunión espiritual: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos”[5].

Localización: Moguer, Monasterio de Santa Clara
Autor: Juan del Castillo
Año: h. 1640
Material: Óleo sobre lienzo.
Dimensiones: 1,57 x 1,07 m.
El cuadro, por su similitud con las pinturas del retablo de Monte Sión, en el Museo de Sevilla, datadas en 1636[6], podemos atribuirlo a Juan del Castillo. La composición de la escena ha podido estar inspirada en grabados flamencos, como el de Antonius Wierix (+1604). La Virgen María recibe la comunión de manos de San Juan, arrodillada, sujetando un paño blanco, a modo de comulgatorio, con rostro aún juvenil, vestida de túnica roja, manto azul y velo blanco. San Juan, de pie, está revestido con las vestimentas sacerdotales: alba blanca, estola y manípulo, casulla de damasco blanco con banda central de terciopelo bordado en oro, rodeado todo por galón blanco y rojo. El frontal de la mesa de altar también es de damasco blanco y bandas de terciopelo bordado. Sobre el altar, un cáliz y tres rosas. Detrás, un tabernáculo en forma de fachada de un templo. En un rompimiento de gloria, la Santísima Trinidad presencia la escena. En un ángulo inferior, un ángel tiene preparado el aguamanil. El cuadro no pertenece al conjunto primitivo del retablo, sino que procede de un donante particular, en sustitución del que fue destrozado en 1936. Para adaptarse a la forma de arco de medio punto, se han perdido los ángulos superiores.

Localización: La Palma del Condado. Parroquia de San Juan Bautista.
Autor: Juan Simón Gutiérrez
Año: Hacia 1700.
Material: Óleo sobre lienzo.
Dimensiones: 3,70 x 1,65 m.
El cuadro, atribuido a Juan Simón Gutiérrez[7], muestra la escena en un espacio enmarcado por dos grandes columnas salomónicas. San Juan, revestido con ornamentos sacerdotales, acompañado por dos ángeles con grandes cirios, da la comunión a la Virgen, que la recibe arrodillada, a su vez acompañada por tres ángeles. Las losas de mármol confieren perspectiva y profundidad. Un ángel despliega un gran cortinón rojo, aportando la nota de color. La composición sigue el prototipo de los grabados flamencos. El lienzo decora la capilla del Sagrario de la parroquial palmerina, potenciado por un marco pictórico de Rafael Blas Rodríguez.
Manuel Jesús Carrasco Terriza
[Publicado en Huelva Información, 8 de mayo de 2025, pág. 13]
[1] CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús, “María, mujer eucarística, en el arte. Iconografía de la Virgen de la Bella”, en Estudios Marianos 87 (2021) 208-209.
[2] SAN JUAN PABLO II, Encíclica Ecclesia de Eucharistía, Roma, 17 de abril de 2003, nº. 56.
[3] SOR MARÍA JESÚS DE ÁGREDA, Mística Ciudad de Dios, libro VIII, cap. 10. Tercera parte, libro VIII, cap. 10. “La memoria y ejercicios de la pasión que tenía María santísima y la veneración con que recibía la Sagrada Comunión y otras obras de su vida perfectísima”.
[4] GARRIGOU-LAGRANGE, Reginald, La Madre del Salvador, Madrid, Rialp, 3ª edic., 1990, pág. 150.
[5] SANCHO, Jesús, “La comunión espiritual de San Josemaría ¿Quién fue el autor?”, en Scripta de Maria, 2013, pp. 375-381
[6] VALDIVIESO, Enrique, Historia de la Pintura Sevillana. Sevilla, Edic. Guadalquivir, 2002, pp. 153-155.
[7] ESPINOSA TEBA, María, Catálogo Histórico-Artístico de La Palma del Condado, La Palma del Condado, 1999, pp. 200-201.