«Llévame a la capilla»

Publicado:
15 mayo, 2025
Esta era todo el afán de la Madre Luisa en sus últimos años de su vida, cuando ya no tenía fuerzas para acudir junto al sagrario por sus propios medios.

La Hna. Inmaculada Florencio lo declara en uno de sus testimonios: «Tengo grabado en lo más profundo de mi alma esa súplica continua de la Madre: “Llévame a la capilla”, a pesar de estar tan enferma y ciega en los últimos años de su vida y con el agotamiento propio de haber sufrido varios infartos/…/ Puedo asegurar que el Señor, desde el Sagrario, fue su refugio y único consuelo en la vida de la Madre».

Estas palabras pueden servirnos de introducción para caldear y preparar nuestros corazones para la solemnidad del Corpus Christi, el Pan vivo que ha bajado del cielo.

La Madre Luisa nació en Nerva, Huelva, en 1918. Su devoción a Jesús Sacramentado, vivo y resucitado, se hizo patente a raíz de la locución que recibió del Nazareno en el año 1939: “Has de fundar”.

A partir de entonces, entregó toda su vida al cuidado de los enfermos y los más necesitados. La Madre narra con detalle, en su escrito autobiográfico El Origen de la Obra, cómo atendieron a la primera enferma. Tras tres meses de cuidados y cariño, al ver que se le acercaba la hora, cuenta cómo le organizaron la visita de Jesús Sacramentado a su casa: «Recibió todos los sacramentos. Fue emocionante y consolador cuando le llevaron al Señor. Nosotras estábamos con la enferma esperando la llegada. ¡Qué emoción! Son cosas imborrables. Los años no quieren caer sobre ellas, para que no se olviden. Era la primera vez que Jesús sacramentado salía solemnemente por las calles de Nerva para dirigirse a un barrio y yo saboreé intensamente, silenciosamente, este regalo que el Señor nos hacía. Recuerdo que le preparamos un sagrario de flores para que descansara cuando llegó».

Mons. Cantero Cuadrado, el primer obispo de Huelva, autorizó a la Madre Luisa y a las Hermanas a vivir en comunidad el 2 agosto de 1955. Y le pidió que, mensualmente, le escribiera una carta dándole cuenta pormenorizada de todo. Se conservan estas cartas y suponen un tesoro, pues en ellas la Madre expresa lo que supone para ella tener a Jesús Sacramentado en casa.

Ya en la primera, de 2 de septiembre de 1955, además de contarle con todo detalle la vida de comunidad, el apostolado con las ancianas y las obras de caridad que llevaban a cabo, aprovecha para formularle su gran deseo de tener el sagrario en la casita donde vivía con las Hermanas: «Solo quiero deciros que cada día estamos más contentas, viendo realizado nuestro ideal de consagrarnos por entero al servicio de Dios Nuestro Señor y de sus pobres. Que vamos procurando adelantar en virtud y que pedimos al Señor que nos dé su gracia para no reparar en sacrificios por buscar su gloria, nuestra santificación y el bien de nuestros hermanos. También quiero decirle, señor, que sentimos mucho frío en nuestra casita porque nos falta en ella el Señor. El día que V.E. se digne concedernos el sagrario, seremos intensamente felices. Él lo caldeará todo con su amor y lo llenará con su gracia».

En la siguiente, de 19 de octubre, salta de alegría al pensar que ya está próximo el Santísimo: «No podría expresar a V.E.R. la alegría que hemos sentido al recibir vuestra carta con la esperanza del sagrario. No cesamos de dar gracias a nuestro Señor y a la Santísima Virgen, que nos miran con tanta misericordia». Y le adjunta la solicitud oficial para recibir a Jesús sacramentado en aquella casita tan pobre:

            «Que, disponiendo de una habitación, aunque humilde, decorosamente preparada para recibir a Jesús sacramentado y estando dispuestas a adquirir lo necesario en el momento oportuno, desean ardientemente tener en su casa a Nuestro Señor, para que la llene de luz, de gracias y bendiciones y al amparo de Su amor, adelantar en perfección e incrementar en las ancianas la vida eucarística con frecuentes visitas a la Parroquia que, por sus achaques, no pueden hacer.      Por lo que Suplican de V.E.R. se digne concederles la gran merced de tener el Reservado en su casa, comprometiéndose a atender a Jesús en el Sagrario con amor y cuidados, aun a costa de sus propias vidas.»

Lamentablemente, el día 2 de noviembre la Madre recibe la triste noticia del Sr. Obispo de que aún deben esperar a tener a Jesús Eucarístico en casa. Es sorprendente la sumisión y la aceptación en obediencia de la voluntad de Dios, que se manifiesta en ella a través de las circunstancias. Dice así: «Es verdad que sentimos ardientes deseos de tener a Jesús en nuestra casa; más que nada en el mundo lo deseamos. Mas por encima de todo esto —con ser más fuerte el deseo que nuestra propia vida— deseamos y anhelamos con toda nuestra alma cumplir la voluntad de Dios, que se ha de reflejar en la vuestra. Y así, con toda la sencillez de mi alma, digo desde el fondo de mi corazón: “Hágase vuestra voluntad, señor y padre mío, ahora y siempre”, en la seguridad de que la aceptaremos resignadas y gozosas, bendiciendo al Señor que, en alegrías y penas, siempre quiere para nosotras lo mejor. Sólo le pido humildemente se digne tener en cuenta nuestro deseo y en el momento oportuno se acuerde de estas hijas vuestras que suspiran anhelantes por tener a Jesús en su casita, para rodearle de toda la ternura de sus corazones».

Tuvieron que esperar hasta el 24 de marzo de 1956, tras de más de seis meses de la primera solicitud, para tener a Jesús sacramentado en casa. Exultante de alegría, la Madre explica lo que supuso para ella recibir al Santísimo en casa:

            «¡Qué momento, Dios mío! ¿Cómo pude resistirlo? Al llegar aquí, de verdad que no me es posible decir nada de lo que sentí. Ahora, como entonces, solo puedo caer de rodillas y llorar de gratitud, de alegría de emoción. Jesús Sacramentado con nosotras, bajo nuestro mismo techo… Un sitio más donde adorarle y darle gloria… ¡Para volverse loca!

            Entonces cambió mucho mi vida interior. Ya tenía a quién contarle mis cosas, mis penas, mis alegrías, mis preocupaciones. A sus pies trazaba mis planes de todos los días. A sus pies escribía todo lo que me parecía importante, porque pensaba que él no consentiría que me equivocase. A sus pies tomaba las determinaciones necesarias. Allí cerquita de mi Jesús, muy cerquita siempre. También en mis hermanas influyó profundamente su presencia. Muchas veces, sobre todo en los momentos de apuro, nos levantábamos a las 3:00 de la madrugada, muchas noches seguidas, —y eso que había que atravesar un patio para llegar a la capilla—, y hacíamos oración y siempre, siempre, rezábamos el Trisagio a la Santísima Trinidad.

            Él lo era todo para nosotras. Todo lo arreglábamos yéndonos allí con él y exponiéndole nuestras dificultades, que fueron tantas».

Aparte de estas cartas tan clarificadoras a Cantero Cuadrado, hemos podido acceder a sus anotaciones de los retiros, de los que entresacamos esta, referente a la Eucaristía: “La Meditación de las 5 de la tarde, con el Señor expuesto, ha sido sobre la Eucaristía. ¡Algo maravilloso! Yo no puedo expresar la impresión que me ha hecho. Ha sido como una respuesta a mis comuniones, en las cuales yo siempre doy gracias dirigiéndome a las Tres Divinas Personas y esto me preocupaba, a veces, pensando que si no debería hacerlo así. Pero no me es posible dar gracias de otra forma” (31 de mayo de 1985).

Terminamos con esta breve Canción para la Primera Comunión que la Madre Luisa compuso, letra y música, para una persona muy allegada:

Rompe los cielos, Señor

caigan de ángeles legiones

brote en la tierra la flor

canten nuestros corazones.

Porque en el cáliz de un lirio

blanco, puro, inmaculado

vas a colmar el delirio

de tu amor, Verbo humanado.

Hija, el lirio eres tú

tu inocencia, su hermosura

pídele al Niño Jesús

que te guarde siempre pura

que en tu almita nunca caiga

nada que manche su albor.

Pídelo, hija, mi vida

pídelo con mucho amor.

La Madre Luisa Sosa falleció el 25 noviembre de 2017, y ya se ha iniciado el proceso de beatificación en la Diócesis de Huelva.

Celia Hierro Fontenla
Postuladora de la Causa de beatificación de la Madre Luisa Sosa Fontenla

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