Este Domingo celebramos la Jornada del Migrante y Refugiado, con motivo del Jubileo del Migrante y del Mundo Misionero. A la luz del jubileo, el tema destaca el coraje y la tenacidad de los migrantes y refugiados, que dan testimonio diario de esperanza en el futuro a pesar de las dificultades. Es la esperanza de alcanzar la felicidad incluso más allá de las fronteras, la esperanza que los lleva a confiar totalmente en Dios.
Los migrantes y refugiados se convierten en «misioneros de la esperanza» en las comunidades que los acogen, contribuyendo a menudo a revitalizar su fe y promoviendo un diálogo interreligioso basado en valores comunes. Ellos recuerdan a la Iglesia el fin último de la peregrinación terrenal, es decir, alcanzar la patria futura.
En el evangelio se nos habla de la fe como semilla de transformación. La fe de quienes migran, a pesar del desarraigo y la inseguridad, es muchas veces una fe radical, confiada, capaz de mover montañas. Una fe que se nos ofrece como una oportunidad de revitalizar nuestra comunidad.
¡Qué importantes son las señales en las diferentes etapas de la vida de las personas! En la infancia, a base de luces y colores; en la adolescencia, músicas y superhéroes; en la juventud somos atraídos por las masas de gentes y por las nuevas conquistas; en la adultez es el acompañamiento de generaciones más jóvenes y la búsqueda de seguridades; en la madurez nos llama la soledad sonora y los pequeños grupos y comunidades afines; y en la ancianidad, los cuidados gratuitos y la salida de uno mismo.
Así es también el itinerario de la fe personalizada en el seguimiento de Jesús de Nazaret a lo largo de nuestra vida. Siempre atentos a las señales y a las personas que caminan con nosotros.
Bastantes de las prácticas religiosas que vienen de épocas pasadas están cayendo en desuso o se están convirtiendo en ritos puntuales de un tiempo en el que sobre todo se fomenta el turismo y el folclore exhibicionista de hábitos y músicas de cornetas y tambores. Lo apreciable y lo inapreciable. «Servir y ser servido». Cuando las actitudes religiosas se viven en unas comunidades vivas que te ayudan a personalizar la fe, a convertirla en experiencia importante de la existencia y a compartirla de corazón con las personas que tienes alrededor, es entonces cuando conseguimos construir entre todos un mundo más humano, ecológico y solidario. Por eso, el mundo de lo religioso hecho de prácticas rutinarias, de viejos rituales y de modelos encerrados en templos grandiosos con ricos ceremoniales nada tiene que ver con el servicio a los demás, con el diálogo con la Palabra de Dios y con el descubrimiento de su proyecto de Reino.
«Auméntanos la fe». No se trata entonces de almacenar méritos, medallas u honores para ser bien vistos por los que nos miran y tenidos en cuenta a la hora de ser admirados por lo que hacemos y premiados con buenos puestos por ello.
El «auméntanos la fe», por parte de los discípulos, está precedido en el evangelio de Lucas por una amonestación al que escandaliza a los más pequeños y por una exhortación a la corrección fraterna y al perdón de los hermanos. Sin una fe adulta y personalizada esto no es posible.
Hoy Jesús nos anima a crecer en la Fe y poner toda nuestra confianza en Dios, que es nuestro Padre. El Padre de todos: los de acá y los de allá.
José Antonio Sosa Sosa
Delegado Diocesano de Pastoral Social y Promoción Humana