Ya próximos a la celebración del día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre, la Iglesia recuerda a aquellos que ya han fallecido y ofrece oraciones por los que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.
La Madre Luisa Sosa siempre rezaba, durante mucho tiempo, por las almas de sus difuntos más próximos y ofrecía misas por ellos. Decía que la misa es lo que más valor tiene. Y me sorprendía sobremanera que rezase ¡durante años! por las almas de las Hermanas de Comunidad que habían fallecido. Ella me decía que no había que dar por hecho que ya estuvieran en el cielo. ¡Y se trataba de las Hermanas que habían llevado una vida de entrega a Dios y a los demás!
Por el contrario, es llamativo cómo hoy día, en muchos funerales, es bastante común escuchar que el difunto recién fallecido ya está en el cielo, privándole así de las oraciones que necesita para salir del Purgatorio. Para mí, mi tía Luisa siempre fue un referente en todo, y siempre recuerdo qué diferente era su criterio, que para mí era ley.
La Madre Luisa escribe en su escrito autobiográfico cómo, desde bien joven, le obsesionaba la salvación de su propia alma. ¿Qué experiencias espirituales tuvo desde su juventud, antes de que le hablara el Nazareno en el año 1939? Eso no nos lo ha contado, pero solo quien ha gustado mucho de algo puede tener miedo a perderlo. Lo cuenta así en el Origen de la Obra:
“Todos los días, antes de irme, dedicaba un rato a estar delante de Él […] Y ya me iba tan contenta. Entonces –claro, en plena juventud– no tenía problemas de ninguna clase, todo sonreía a mi alrededor. Pero yo tenía una obsesión que me dominaba por completo: la salvación de mi alma. Yo quería ir al Cielo cuando muriera. Y pensaba – porque pensaba mucho– que, en medio de aquel mundo, pese a sus lisonjas y sonrisas, dadas mis condiciones, se me iba a hacer muy difícil mi salvación”.
Más adelante, a propósito de hacerse monja para salvar su alma, a pesar de no tener vocación, como fue el caso de Santa Teresa, dice así: “El Señor a ella la hizo santa, y a mí me llevaría al Cielo, que era mi única ilusión. Bueno, más que nada por el miedo que tenía al infierno. ¡Era temor!”
Y sigue diciendo: «A mí me obsesionaba, con una pena enorme, que la gente muriera sin recibir los sacramentos. Como me daba tanto miedo del infierno, me daba mucha pena que algunos pudieran caer en él. Yo hubiera querido, lo deseaba de verdad, que todas las almas se salvaran, que todos nos reuniéramos en el cielo».
Recuerdo que, siendo yo una niña, me decía: “Celia, no sabemos ni el día ni la hora, así que tenemos que estar siempre preparadas”. A mí esas palabras me resultaban entonces muy extrañas, porque con esa edad, te parece que la muerte está muy lejana. Pero ahora comprendo la importancia que ella le daba a estar siempre preparados para el cielo, y que no nos podemos jugar la salvación.
Tanta importancia tenía para ella salvar almas, que todo su afán era ofrecer continuamente sacrificios y oraciones para salvarlas: «Siempre que se me presentaba un dolor, le decía al Señor con toda mi alma: “¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma, que el dolor me va a redimir”. Y en verdad que él me dio fuerzas para nunca cansarme de padecer. […] También me acordaba, en mi padecer, de los demás, de la salvación de las almas, de ofrecer para gloria de Dios y para reparar las ofensas que se hacían —y yo hacía— al divino Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen».
Siguiendo con esta idea de salvar almas, entresacamos estas palabras del Tríptico Vocacional que D. Juan Ordoñez le pidió escribir: “…Promover, con el auxilio de la divina gracia, la salvación de las almas, principalmente en las clases menesterosas, por medio del ejercicio de la caridad con el prójimo”.
A modo de ejemplo del valor que la Madre daba al ofrecimiento de misas por los difuntos, anexamos una carta de 1966 de D. Antonio Tineo a la Sierva de Dios, incluyéndole una carta del Sr. Obispo, D. José María García Lahiguera, el cual le dice a D. Antonio: “Dios le premie la caridad que tiene con esas almas tan buenas (refiriéndose a las Hnas. del Asilo de Nerva) y que bien merecen que se les pague un poco el bien que ellas hacen”. Asimismo, hace referencia a la transferencia que ha hecho a nombre de Luisa de mil pesetas para las cuarenta misas que la Madre le encargó.
También adjuntamos un testimonio precioso de una de las Hermanas de la Comunidad sobre la especial devoción que la Madre tenía de ofrecer misas por las ánimas benditas del purgatorio.
Por último, añadimos un fragmento de una poesía que la Madre Luisa le dedicó a Julia, su madre, cuando al final de su vida le detectaron un cáncer de colon que le producía unos dolores terribles:
Celia Hierro Fontenla,
sobrina de la Madre Luisa y Postuladora de la Causa de beatificación de la M. Luisa Sosa




