En tiempos de Jesús la lepra se curaba difícilmente, se aislaba a los enfermos para evitar contagios, lo que suponía discriminación y marginación.
Hoy sigue presente en 114 países, pero se cura fácilmente, aunque puede provocar discapacidades. Jesús sintió lástima ante la llamada del leproso, alargó la mano y lo sanó. Ante la llamada de Manos Unidas no podemos quedarnos quietos. El Papa lo explicaba en Madagascar: “mirar a nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios”.
Y proponía:
-Levantar la mirada: cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social ‘no puede ser mi discípulo’.
-No manipular el Evangelio con tristes reduccionismos: sino construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; vivir el diálogo; la colaboración; el conocimiento recíproco.
-Renunciar al individualismo: recuperar la memoria agradecida y reconocer que, nuestra vida y capacidades son fruto de un regalo tejido entre Dios y muchas manos silenciosas.
-Así podremos dar gloria a Dios en todo lo que hacemos.
Un afectuoso saludo
Pilar Jiménez