Después de haber reflexionado en los domingos anteriores sobre el tema del perdón, nos encontramos con una parábola de esas que rompen un poco los esquemas. Después de mucho tiempo escuchándola, es normal que efecto sorpresa se haya perdido, pero imaginen que la escuchan por primera vez. El resultado de la misma, una vez llegada la conclusión, generaría un debate bastante intenso sobre lo injusto del planteamiento. Porque el eso de que todos reciban el mismo salario a diferentes tiempos y volúmenes de trabajo y esfuerzo, no es justo. No lo es según nuestros criterios y en el día a día si nos pasara, estaríamos más que enfadados y protestando por ello. Y la frase final ya va contra el sentido común, ¿cómo es que algunos primeros serán últimos y algunos últimos primeros? Entonces, ¿qué sentido tiene esforzarse, llegar puntual, hacer las cosas bien, aguantar lo duro del trabajo?
Pero es obvio que Jesús no está hablando del trabajo cotidiano, que el ejemplo quiere provocar que volvamos nuestra atención por una parte a la soberanía de Dios. No somos nosotros quienes decidimos ni tenemos papel en eso, el dueño de la “viña” es quien actúa con poder y generosidad yendo más allá de las expectativas, aunque eso pueda parecer injusto a algunos. Porque al fin y al cabo se está hablando de la salvación y del Reino. No hay una salvación de primera para quienes llegaron antes y tuvieron que sufrir mucho tiempo las dificultades y la cruz del seguimiento y otra de segunda o tercer para quienes llegan más tarde en la vida. Sino que hay una misma salvación para todo el que responde a la llamada con el corazón y con la vida. Nunca es tarde, nunca es pronto. Es más, añade Jesús, pueda ser que los que llegaron a última hora entren los primeros, fundamentalmente porque les ha tocado el momento en que ser realiza la consumación de la obra redentora y ellos podrán verlo y vivirlo. No es que sea injusto, es que las cosas son así.
¿En qué momento fuiste llamado a la viña? Pues en ese en que respondiste yendo al “tajo” empezó tu salvación, agradécelo y deja que Dios sea generoso. Es más, colabora compartiendo la experiencia para que otros encuentren el camino hasta dónde espera el Dueño de la viña.
Rafael Benítez Arroyo.