La tarde del jueves 17 de abril, la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Merced acogió la solemne celebración de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, presidida por el obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra, dando así inicio al Triduo Pascual.
La liturgia, que comenzó a las 17:00 horas, reunió a numerosos fieles que se congregaron para conmemorar la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Durante la proclamación de la Palabra, se leyeron dos pasajes especialmente significativos: la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11, 17-26.33), en la que se recuerda el mandato del Señor sobre la celebración de su Cena; y el evangelio según San Juan (13, 1-20), que narra el gesto del lavatorio de los pies, donde Jesús, sabiendo que había llegado su hora, manifiesta con claridad el sentido de su entrega y el mandamiento del amor-servicio.
En su homilía, Mons. Gómez Sierra destacó que, con esta santa Misa, se daba comienzo al Triduo Pascual, concluyendo así el tiempo de Cuaresma. A continuación, pronunció íntegramente la siguiente reflexión:
HOMILÍA DEL OBISPO DE HUELVA, MONS. SANTIAGO GÓMEZ SIERRA
El Cordero pascual
Con esta santa Misa comenzamos el santo Triduo Pascual. La Cuaresma ha terminado con el rezo de la hora nona. Esta tarde pertenece al Triduo Pascual (viernes-pasión y muerte, sábado-sepultura y domingo-resurrección). Es la Misa de vísperas del primer día.
Conmemoramos aquella última cena en la que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, nos amó hasta el extremo, se ofreció al Padre y se entregó a los Apóstoles bajo las especies del pan y vino (Eucaristía), y les ordenó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio que lo ofrecieran (Orden sacerdotal). Por eso uno de los nombres del Sacramento de la Eucaristía es Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión (CEC 1329).
La primera lectura del Triduo Pascual: libro del Éxodo: la Pascua hebrea. Detalla cuándo y cómo se celebraba.
Particularmente, se detiene en detalles del cordero pascual. Me gustaría fijarme por unos momentos en este tema: el cordero pascual.
Cuando decidió Dios liberar a su pueblo esclavo en Egipto, ordenó a los hebreos inmolar por familia un cordero “sin defecto, macho, de un año” (Ex 12, 5), comerlo al anochecer y marcar con su sangre el dintel de su puerta. Gracias a este “signo”, el ángel exterminador pasaría de largo cuando viniera a herir de muerte a los primogénitos de los egipcios.
Gracias a la sangre del cordero pascual fueron los hebreos rescatados de la esclavitud de Egipto y pudieron en consecuencia venir a ser una “nación consagrada”, “reino de sacerdotes” (Éx 19, 6), ligados con Dios por una alianza y regidos por la ley de Moisés.
La historia, que leemos en el Éxodo, como toda la historia de la salvación previa a la Encarnación, que repasamos en el Antiguo Testamento, revela su significado pleno y claro sólo después de su cumplimiento final en Jesucristo. San Agustín decía que el Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, y que el Antiguo está revelado en el Nuevo.
Así, la tradición, que ve en Cristo al verdadero cordero pascual, se remonta a los orígenes mismo del cristianismo. San Juan Bautista lo señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) (cf CEC 523), aludiendo al cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (cf CEC 608).
También se describe a Cristo y su misión redentora, ampliamente, en la catequesis bautismal de la 1ª carta de Pedro: Jesús es el cordero sin tacha, es decir, sin pecado, que rescata a los hombres al precio de su sangre (1Pe 1, 18-19). Así los ha liberado del mundo entregado a la perversión moral “para vivir el resto de su vida no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios. Pues ya es bastante el tiempo transcurrido llevando una vida de gentiles…” (1Pe 1,4.18; 4,2s), de manera que en adelante puedan ya evitar el pecado (1Pe 1,15s) y formar el nuevo “reino de sacerdotes”, la verdadera “nación consagrada” (1Pe 2, 9), ofreciendo a Dios el culto espiritual de una vida irreprochable (1Pe 2,5). Han abandonado las tinieblas de la incredulidad pasando a la luz del reino de Dios (1Pe 2,9).
Este es nuestro éxodo espiritual. Cristo, el Cordero de Dios, nos ha liberado de la esclavitud del pecado, para poder vivir como hijos y hermanos.
Esto es lo que estamos celebrando. San Pablo dice: “Haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía” (1 Cor 11, 25). En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los hechos del pasado, sino que en la celebración litúrgica estos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales, a fin de que los creyentes conformen su vida a estos acontecimientos (CEC 1363). “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que “Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3).
Entremos en el santo Triduo Pascual con un corazón lleno de gratitud, estamos implicados en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Él ha sufrido hasta la muerte para que la muerte no tenga la última palabra sobre nuestra existencia, este es el gran don del amor de Dios. Además, nos ha enseñado el camino de la vida: “os he dado ejemplo, para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13, 15). Así, asistamos ahora al lavatorio de los pies, que rememoramos en esta celebración; y viendo a Jesús a tus pies, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ¿qué le dices? Pensémoslo.
Tras la homilía, el obispo llevó a cabo el gesto del lavatorio de los pies a varios fieles, siguiendo el mandato del Señor y recordando el ejemplo de humildad y servicio que Cristo dejó a sus discípulos.
La celebración concluyó con la reserva del Santísimo Sacramento, invitando a los fieles a la adoración y al recogimiento en este día en que se recuerda la entrega total de Jesús por la humanidad.
Con esta celebración, la comunidad diocesana se adentra en los misterios centrales de la fe cristiana, viviendo con intensidad los días santos que culminarán con la Pascua de Resurrección.
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