En la tarde de este Viernes Santo, la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Merced acogió, a las 17.00 horas, la celebración de la Pasión del Señor, presidida por el Obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra. Fieles procedentes de distintos puntos de la diócesis se congregaron para participar en esta solemne liturgia, centro espiritual del Triduo Pascual y expresión profunda del misterio redentor de Cristo.
La celebración, marcada por el recogimiento y la contemplación del sacrificio de Cristo en la cruz, constó de tres momentos esenciales: la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la Sagrada Comunión. Durante la proclamación del Evangelio, el silencio de la asamblea y la intensidad del relato pusieron de manifiesto el carácter único de este día santo.
Uno de los momentos más destacados fue la adoración de la Cruz, llevada a cabo por miembros de la Hermandad de los Judíos de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced. La sagrada imagen del Cristo de Jerusalén y Buen Viaje fue portada en hombros por los hermanos, mientras el diácono entonaba el tradicional canto: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Este gesto solemne invitó a todos los presentes a acercarse con reverencia y fe, venerando el símbolo del amor redentor de Jesús.
Numerosos fieles, con gran recogimiento, se acercaron al presbiterio para adorar la Cruz de forma individual, manifestando su devoción al misterio pascual. El altar, despojado de ornamentos como signo visible del luto por la muerte del Señor, fue dispuesto con sencillez. El Santísimo Sacramento fue trasladado desde el lugar donde se había reservado tras la liturgia del Jueves Santo y distribuido en un clima de profundo silencio y adoración.
En su homilía, Mons. Gómez Sierra pronunció las siguientes palabras:
HOMILÍA DE MONS. SANTIAGO GÓMEZ SIERRA EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
En la Misa de este primer día del Santo Triduo Pascual, que celebramos en la víspera como memorial de la última Cena, la lectura de la pascua hebrea, conmemorando la liberación de la esclavitud de Egipto, nos invitaba a mirar a Jesús como el verdadero Cordero Pascual. Hoy, en esta liturgia del Viernes Santo es el profeta Isaías quien nos ha anunciado la pasión del Siervo de Yahveh, que también es comprendido como cordero.
Si tenemos la gracia de descubrir un poco más a Jesús en esta imagen del Cordero, entonces cada vez que nos acerquemos a la Sagrada Comunión, seremos más conscientes de que participamos del Misterio Pascual de Jesus, su Muerte y Resurrección; y que cada Eucaristía es verdaderamente el memorial que actualiza de forma incruenta el sacrificio del Calvario. Por esta razón, antes de la Comunión oímos estas palabras: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”.
En el profeta Isaías hemos leído un anticipo de la pasión del Señor en la figura del siervo de Yahvéh, que también es presentado como cordero: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no habría la boca: como cordero llevado al matadero … enmudecía y no habría la boca” (Is 53, 7).
Ayer la lectura del Éxodo nos orientaba a ver en Jesús el cordero que se sacrificaba y comía en la cena pascual; hoy la lectura de Isaías aplica la comparación del cordero al siervo de Yahveh que, muriendo para expiar los pecados de su pueblo, aparece “como cordero llevado al matadero”. Así, subrayando la humildad y la resignación del Siervo, anuncia de la mejor manera el destino de Cristo en su pasión y muerte.
Asimismo, el relato de la Pasión según San Juan que hemos escuchado, también hay múltiples detalles que nos invitan a contemplar a Jesús como Cordero. Si prestamos atención a la temporalización que hace de los hechos, el acontecimiento mismo de la muerte de Jesús habría ocurrido la víspera de la fiesta de la Pascua judía: “Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua” (Jn 18,28); “Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía” (Jn 19,14); “como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran”(Jn 19, 31). Así, a la misma hora en que, según las prescripciones de la ley judía, se sacrificaban en el templo los corderos que iban a ser comidos en la cena de pascua, es cuando Jesús era inmolado en la cruz.
También están aludiendo a la condición de Jesús como Cordero, cuando en la narración de la Pasión se recalca que “Jesús callaba”delante del sanedrín (Mt 26,63) o no respondía a Pilato “Jesús no le dio respuesta” (Jn 1,29).
Pero hay otro hecho después de su muertede Jesús, que también habla de Él como cordero, cuando dice que no le rompieron las piernas como a los dos malhechores ajusticiados con Él. “Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso” (19,36), y en esto ve el evangelista san Juan la realización de una prescripción ritual concerniente al cordero pascual: “Se ha de comer en una sola casa: no sacarás fuera nada de la casa y no le romperás ningún hueso” (Éx 12,46).
La imagen de Jesús como cordero sirvió a los primeros cristianos para mostrar todo el contenido salvador que tiene la muerte de Cristo. Así lo hace el diácono Felipe en elcamino de Jerusalén a Gaza, cuando se encuentra aquel funcionario de la reina de Etiopía (Act 8, 26-39). Éste iba leyendo: “Como cordero llevado al matadero” (Hech 8, 32), y pregunta a Felipe: “Por favor, ¿de quién dice esto es profeta?, ¿de él mismo o de otro?”. Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús” (Hech8, 34-35).
En este Viernes Santo, pidamos la gracia de comprender mejor que Jesús es el Siervo doliente que se deja llevar en silencio como cordero al matadero: “él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron” (Is 53, 5).
Por la muerte de Cristo hemos sido redimidos del pecado y de la muerte eterna, porque Jesús es el «Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), y así devuelve al hombre a la comunión con Diosy a la esperanza de la vida eterna.
Además, Jesús mismo nos invita a aprender su mansedumbre y humildad significadas en la imagen del cordero, como talante de vida del discípulo, cuando nos dice: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 29)
Y en esta tarde del Viernes Santo no podemos dejar de fijarnos en que “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre… dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la recibió como algo propio” (cf Jn 19, 25-27). Jesús llama a su madre Mujer, porque en esta hora es la nueva Eva, la verdadera “madre de los que viven”. (cf CEC 2618). Es nuestra Madre, acojámosla abriéndole nuestro corazón, que Ella nos recibe en el suyo como a hijos, que su Hijo crucificado le entrega.
La ceremonia concluyó con un profundo momento de oración en silencio, dejando espacio para la meditación personal y comunitaria. El templo catedralicio, adornado con sobriedad, fue testigo de una liturgia que, un año más, ha congregado a la comunidad diocesana en torno al misterio central de la fe cristiana.
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