El 2 de octubre se celebra la festividad del Ángel Custodio o Ángel de la Guarda, una tradición profundamente arraigada en el catolicismo que conmemora la protección y guía que los ángeles custodian brindan a cada persona. Esta era una devoción muy querida y una fiesta muy celebrada en la Casa de Jesús Nazareno.
La Madre Luisa fue siempre muy devota del Ángel de la Guarda. Su madre, Julia, fue la que le enseñó esta sencilla y conocida oración que ella recitaba todos los días: “Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes sólo, que me perdería”. Dicha oración la rezaba la Madre Luisa todos los días con sus ancianitas y sus niñas.
Recordemos que, en el año 1939, el Nazareno le habló (“Has de fundar”), aunque por el momento, no le desveló más detalles. Seis años más tarde, sin haberle sido aún revelada su misión, la joven Luisa de 26 años escribió una poesía que mantuvo secreta, como todas sus poesías místicas, en la que nos desvela cual era el más profundo anhelo de su alma: Ser un tosco, un pobre, un miserable pincel en las manos del Señor (“Oh, Señor, Señor, quiero ser en tu mano un tosco, un pobre, un miserable pincel”).
La respuesta a este deseo parece que pudo llegarle a través de un ángel[1]. El Señor, quizás pudo servirse de un querube para presentarle a la Madre Luisa cómo iba a ser el plan de su vida. Y el Señor, como un fino caballero que respeta siempre nuestra libertad, nos muestra su misión, pero nos deja libertad para elegir.
“Hermana, mi hermana, para pincel ser
niégate a ti misma, deja lo terreno
y bebiendo el cáliz del Rey Nazareno
ya puesta en sus manos, déjate correr.”
¿No podría tratarse de una alucinación, o simplemente una bella historia inventada? Puestos a imaginar una aparición de un ángel, uno podría pensar en algo etéreo, bonito, y hasta con música celestial. Pero la Madre Luisa no lo describe así. Por el contrario, el ángel le trajo un mensaje muy duro, creo que nadie podría inventarse nada similar. Por otra parte, quien hizo lo más, ¿no pudo hacer lo menos? Pero, sobre todo, el indicio de veracidad supremo es su respuesta a la petición del ángel.
Esto nos recuerda a lo sucedido a San Maximiliano Kolbe. Un día, mientras rezaba, le pidió a Nuestra Señora le mostrara lo que sería de él. Entonces, la Virgen se le apareció sosteniendo en sus manos dos coronas, una blanca (representando la pureza) y otra roja (el martirio), y le preguntó si estaba dispuesto a elegir alguna de ellas. Él, sin dudarlo, respondió que aceptaba ambas.
Lo que el ángel le propuso a la Madre Luisa fue un auténtico martirio en vida, viviendo toda su vida totalmente entregada a Dios, completamente unida a él, y ha aceptado y soportado enormes sufrimientos ofreciéndolos a Dios, en unión con la cruz de Cristo. Es lo que se ha dado en llamar un “martirio blanco”, es decir, una persona que ha sido testigo de Cristo, pero sin derramamiento de sangre.
¿Cuál fue la respuesta? Queda patente su fiat a través de estos versos: “Quedé silenciosa y en la soledad de mi alma hice una cálida, una tierna promesa que dejóme atada cual si fuera presa con dulces cadenas de amor y de calma…”.
¿A qué promesa se pudo referir? No lo sabemos, porque la Madre nunca hablaba de sus experiencias místicas. Lo que sí sabemos con certeza es que hizo un 4º voto de no negarle nunca nada al Señor, firmándole una carta en blanco para lo que el Señor le quisiera mandar. De hecho, toda su vida estuvo marcada por sus dolores, sufrimientos, tribulaciones y, por si fuera poco, hasta mortificaciones voluntarias.[2]
En el Origen de la Obra, muchos años después, la Madre Luisa expresa aquel anhelo de hacer, siempre y en todo, la voluntad de Dios. Dicho con sus propias palabras, de ser un tosco, un pobre, un miserable pincel en las manos del Señor, acaso recordando aquella aparición del ángel: «A la distancia de tantos años, ¡qué bien lo veo!, conocí, al fin, mi verdadero papel en esta Obra: el de simple, débil y miserable instrumento. Como el pincel en mano del artista, pero yo era un pincel sucio y encima, rebelde».[3]
ESTA TARDE
Yo he visto esta tarde un paisaje ideal
de viñas, choperas y alcornocales,
un bosque de pino, grandes matorrales
y una era pequeña y más allá un zarzal.
Y allí ante aquel cuadro
jamás dibujado por el arte humano,
sentí un sobresalto,
me vi tan pequeña… miré hacia lo alto…
superaba al sueño en mi mente forjado.
Instintivamente busqué en derredor
el diestro pincel que por la augusta mano
movido, pintara en aquel solo plano
bello paisaje, reverbero de amor.
Y lo encontré puesto, muy puesto el pincel
que tosco, muy tosco y bajo, muy bajo
sin más de su parte y no es que le rebajo
que fue dócil, muy dócil en manos de él.
Prodújome asombro y quedé pensativa…
Un burdo pincel ha llegado a lograr
una obra maestra y a no malograr
los dones de arriba. Es ley positiva,
sin otra virtud que dejarse llevar.
Y allá desde el fondo de mi alma brotó
un grito amoroso, potente y vibrante
que una dulce brisa recogió al instante
y en alas de mi fe hasta el cielo llevó.
Oh, Señor, Señor, quiero ser en tu mano
un tosco, un pobre, un miserable pincel
que dócil, ligero, siendo siempre fiel
hace un bello paisaje en el surco humano.
Como desprendida de una blanca nube
que ocultaba tierna, su figura hermosa,
velada sentida, dulce y cadenciosa,
llegó a mis oídos la voz de un querube:
“Hermana, mi hermana, para pincel ser
niégate a ti misma, deja lo terreno
y bebiendo el cáliz del Rey Nazareno
ya puesta en sus manos, déjate correr.”
Quedé silenciosa y en la soledad de mi alma
hice una cálida, una tierna promesa
que dejome atada cual si fuera presa
con dulces cadenas de amor y de calma,
en esta tarde fantástica, ideal,
entre viñas, choperas y alcornocales
un bosque de pinos, grandes matorrales
y una era pequeña, y más allá, un zarzal.
1944
Celia Hierro Fontenla. Médico.
Postuladora de la Causa de beatificación de la M. Luisa Sosa
Memoria de la solemnidad festividad de los Santos Ángeles Custodios
[1]La palabra «ángel» procede del latín angĕlus, que a su vez deriva del griego ἄγγελος ángelos, ‘mensajero’.
[2] Ver el artículo publicado en esta Diócesis: «¡Gracias, Jesús mío, bendito seas! Yo sé que por el dolor vas a salvar mi alma».
[3] Origen de la Obra. La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 211