“El amor cuida la vida” es el lema con el que se celebra el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, la Jornada por la Vida. La Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, dentro de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, elabora los materiales para celebrar esta Jornada.
Los obispos de esta Subcomisión, firman un mensaje en el que recuerdan que “la Iglesia es consciente de que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras, ya que repetir palabras de amor sin que de verdad cambie algo en la vida es un modo de falsearlas”.
Unidos en un único amor
Creer en el amor que Cristo nos tiene y al que nos llama implica una «lógica nueva» que necesariamente hemos de asumir y enseñar. Es verdad. Como dice el papa Francisco: «El amor mismo es un conocimiento, lleva consigo una lógica nueva. Se trata de un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro, o visión común de todas las cosas»; de hacer nuestro un amor incondicional, anterior a las circunstancias concretas y a los estados de ánimo por los que podemos pasar.
La universalidad de la experiencia del amor requiere un aprendizaje. En esto observamos grandes carencias en nuestra cultura actual que inunda a las personas de reclamos emotivos, pero no las acompaña en ese camino de crecimiento en el amor verdadero. El papa Francisco llama la atención acerca del pernicioso emotivismo ambiental que puede disfrazar el egoísmo en la pretendida sinceridad de las emociones. Es verdad: «creer que somos buenos solo porque “sentimos cosas” es un tremendo engaño».
Amantes de la vida
Sólo es posible ver en verdad la vida humana desde la luz de ese amor primero de Dios, donde encuentra su verdadero origen. Esto es lo que hace proclamar a la Iglesia con fuerza: «la vida es siempre un bien». Ha nacido de ese amor primero y por eso pide ser acogida y reconocida como digna de ser amada. No hay vidas humanas desechables o indignas que puedan ser, por eso mismo, eliminadas sin más. Reconocer la dignidad de una vida es empeñarse en conducirla a su plenitud que está en vivir una alianza de amor.
La Iglesia, consciente de ello, se empeña con las personas de buena voluntad en la construcción de una sociedad del cuidado de la vida en todas sus manifestaciones, cuidado que nace de la conciencia de la verdadera responsabilidad ante el otro.
Ante las amenazas y los peligros contra la vida
No es sencillo recibir el don de la vida y acompañarlo. Ese amor completo a la vida supone sacrificio y pasa por la prueba del dolor. La compasión que sabe participar del dolor ajeno es en verdad una muestra de humanidad. Somos capaces de vivir una especial solidaridad en medio del sufrimiento. Por ello, sufrir no es simplemente un absurdo que debe ser eliminado, sino que, entre otras dimensiones, es una llamada a una respuesta de amor que puede encontrar un sentido más grande. La respuesta del amor frente al sufrimiento es un gran bien porque la misericordia no es solo compadecer, sino que tiende a establecer una alianza con el otro. De otro modo, sería una falsa compasión que puede poner en juego la dignidad humana.
En el fondo, el testimonio de nuestra alegría es la respuesta verdadera al Dios amante de la vida. Un gozo que nace de la certeza de la fe en un Dios que es amor, de que: «Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable».