Artículo de D. José Vilaplana Blasco, obispo de Huelva, aparecido en el diario Huelva Información, el Jueves Santo (09.04.20)
He tenido la suerte de peregrinar muchas veces a Tierra Santa, la tierra que pisó Jesús. Los paisajes, los santuarios, las ruinas…, todo habla y provoca sentimientos y emociones inolvidables. Entre estos lugares santos está el Cenáculo, austero, vacío, con una historia variada, dramática, que ha dejado en él huellas de cruzados, de presencia franciscana, de ocupación musulmana y, ahora, de control israelita.
Hoy, Jueves Santo, quiero peregrinar espiritualmente a ese lugar, pobre y grandioso a la vez, testigo de palabras sublimes de Jesús: “amaos como yo os he amado” guardián de una lección estremecedora del Maestro: “si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” santuario sagrado de la primera Eucaristía: “mi cuerpo entregado por vosotros, mi sangre derramada por vosotros” refugio humilde donde se encerraron los Apóstoles por miedo a los judíos; estancia luminosa en la que se hizo presente el Resucitado en el primer domingo de la historia; sala superior donde María con los discípulos esperó el don del Espíritu Santo y lugar que se llenó de fuego y viento el día de Pentecostés.
¡Cuántas maravillas han sucedido en este Cenáculo ahora vacío, en el que los cristianos no podemos rezar en voz alta! El año pasado, cuando los sacerdotes de Huelva estaban renovando sus promesas sacerdotales, un guardia, a gritos, nos hizo callar. En voz baja continuamos, con disgusto pero con fe, compartiendo la historia turbulenta de este lugar tan santo para nosotros los cristianos.
Sí, deseo volver espiritualmente a esta “sala superior” como describe el libro de los Hechos de los Apóstoles, para contemplar de nuevo dos piedras que, a pesar de tantas peripecias históricas han quedado como testigos de lo que allí ocurrió. Una clave de bóveda con el Cordero pascual y un capitel con un pelícano. Quizás los grupos diferentes que “conquistaron” el Cenáculo no conocían su significado, por eso los dejaron. Las dos piedras se refieren a Cristo: el cordero representa a Cristo, nuestra Pascua, sacrificado y resucitado para darnos vida; el pelícano evoca a Cristo Eucaristía porque, según una antigua tradición, el pelícano si no encontraba comida para sus polluelos, se picaba el pecho para alimentarlos con su sangre. En muchas puertas de nuestros sagrarios está también representado. En estas dos piedras el Cenáculo nos habla, no se ha borrado de él esta historia del “amor más grande”, del amor “hasta el extremo”, que en él sucedió.
El Cenáculo, en su sobriedad y sencillez, se convierte en una escuela para aprender a ser cristiano: lo que en él ocurrió es una llamada a lo que la Iglesia debe ser. Toda comunidad cristiana, toda parroquia, debe tener sabor a cenáculo. Cada Jueves Santo estamos invitados a entrar en esa cátedra para redescubrir que no hay amor auténtico sin servicio humilde; que no hay alegría sin la presencia y la experiencia del encuentro con Jesús resucitado que disipa los miedos y envía a los discípulos a continuar su misión, a pesar de sus temores y de sus patentes limitaciones; que no hay fuerza si no la regala el fuego del Espíritu Santo; que la comunidad está huérfana sin la compañía de la Madre que ora con ella y espera “contra toda esperanza”.
Quisiera entrar hoy otra vez en el Cenáculo acompañado por todas las personas que viven la angustia y la desazón por esta pandemia que afecta a nuestro mundo. El Cenáculo es un hospital de campaña para el espíritu humano abatido y herido. Admiramos y agradecemos el trabajo impagable de todos los que están esforzándose y arriesgándose para curar los cuerpos afectados por el virus; pero necesitamos también mirar y reanimar nuestro interior, nuestro espíritu. Esta situación que estamos viviendo y que afecta al mundo entero nos obliga a repensar nuestra vida, nuestra sociedad “tan fuerte y tan débil a la vez”, como nos recordaba el Concilio Vaticano II.
Debemos replantearnos los valores que necesita nuestro mundo para fundamentar una sociedad que sepa atender ante todo a los últimos, a los más vulnerables. El Papa Francisco nos lo recordaba en la impresionante celebración del día 27 de marzo: “Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela, se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.