El centro Naim cumplió el pasado martes, 20 de abril, 30 años de ayuda a la superación de adicciones. Tal y como expresa su director –también vicario general de la diócesis- este tiempo ha sido “como la parábola del grano de mostaza, porque realmente esa es la historia de Naim. Surgió como algo muy sencillo, sin grandes pretensiones y, a partir de la experiencia, el estudio y el esfuerzo, es lo que actualmente es: un programa muy eficaz de cara a ayudar a las personas en ese despertar interior que supone la superación de una adicción”.
El camino recorrido ha pasado por varias etapas de las que especialmente difícil está siendo esta de pandemia, en la que el confinamiento está haciendo que, mientras el proceso de recuperación de los usuarios se desarrolla según lo establecido, el contacto con el exterior está limitado, puesto que en este momento no se permiten visitas del exterior e incluso quienes ingresan deben hacerlo con una prueba PCR negativa. Por esta razón, la celebración de estas tres décadas se desarrolló de forma sencilla el pasado martes en la intimidad de quienes en este momento residen en el centro.
También la pandemia ha incidido en la economía del centro Naim que, para subsistir, ha tenido que acudir a unos donativos guardados para casos de emergencia. “Ha sido muy duro”, comenta Francisco Echevarría, que recuerda que solo reciben lo que cada familia pueda aportar –algunas nada- y lo que llega de donativos y de colectas en verano de la parroquia de Punta Umbría, porque no es un centro subvencionado.
El director del centro ha querido agradecer “a todas las personas que han hecho posible estos 30 años”, entre las que destaca al fallecido sacerdote Pepe García, iniciador del proyecto. “Gracias a ellos esto ha sido posible”, concluye.