Hace un año ya que el Archivo Diocesano de Huelva reabrió sus puertas tras dos importantes acontecimientos: por un lado, las restricciones llevadas a cabo por el Estado motivadas por la COVID 19 y, por otro, las obras que se comenzaron en el archivo para mejorar las instalaciones, tanto en sus depósitos como en sus zonas comunes.
Parece una paradoja hablar de vida en una Institución cuya función es conservar, reunir y custodiar la documentación que pierde su valor administrativo y de gestión, para pasar a un valor de consulta e investigación y, sin embargo, el archivo no ha estado más en movimiento que en este año tan diferente para todos.
Mi incorporación al trabajo el lunes, 4 de mayo, dio paso al cierre del Archivo al público, tal como se dio a conocer en los diferentes medios de comunicación diocesanos, junto con las medidas pospuestas para el retorno de la Normalidad Pastoral de la Diócesis de Huelva (9 de mayo), estableciendo la reapertura del Obispado al público en general, pero no para los usuarios del Archivo. A ellos les tocó esperar hasta el mes de septiembre del 2020, para ser testigos, in situ, de los cambios que se habían realizado en el servicio de Archivos de la Diócesis.
Se han comunicado los depósitos entre ellos, ganando metros lineales y dándole continuidad a los mismos. Se ha incorporado un nuevo depósito, que ya recoge la documentación referente a Patrimonio y que, por su gran volumen documental, nos ha llevado a tener que incorporar más metros lineales de estanterías, para poderlos albergar de una manera segura y eficaz. Se ha dotado de un nuevo espacio para su personal técnico, más funcional y luminoso. Y, lo más importante, se ha dotado al Archivo de una correcta ubicación de sus fondos documentales, imprescindibles para cualquier estudio de la ciudad, de la propia institución y de la realidad de la villa Onubense desde el s. XIII, donde comienzan nuestros primeros expedientes hasta la actualidad.
Sobre unos cuatro investigadores diarios comienzan a retomar sus estudios en sala. He atendido una media de 155 peticiones en sala y eso que hay que tener en cuenta que, en un principio, por causa de los cierres perimetrales, las consultas en el Archivo solo podían realizarla los usuarios de la capital. He visto cómo la solidaridad nacía entre ellos y la búsqueda de información no se limitaba solo a sus propios campos de investigación, sino que resolvían consultas de compañeros con los que comparten tantas horas de estudio dentro del Obispado.
Se han multiplicado las peticiones reprográficas, hay que trabajar desde casa y las consultas se resuelven a través del envío de imágenes digitales. Las cuestiones planteadas por los diversos organismos diocesanos ante la nueva etapa que estamos viviendo, han necesitado de la consulta de expedientes ya transferidos para sus trabajos actuales. Y todo, mientras reestructuramos espacios, ubicamos nuevas estanterías, transferimos documentación parroquial, como ha supuesto la incorporación de dos importantes fondos parroquiales, imprescindibles para el estudio de la vida eclesiástica Onubense, como son los Libros Sacramentales de la Iglesia Mayor de San Pedro Apóstol de Huelva, los únicos anteriores al siglo XX que se conservan de la capital, y los de la parroquia de la Sagrada Familia, que nos ofrecen una muy valiosa información sobre la actividad parroquial y todos los comienzos de construcción y formación del barrio del Torrejón, imposible de haberse desarrollado sin la actividad y el esfuerzo de ésta parroquia.
El fondo documental de la vida pastoral de D. José Vilaplana, obispo emérito, que personalmente lo transfiere al Archivo para su puesta en valor, siendo consciente de la importancia que tienen ya los documentos generados en su labor pastoral. Los de la Delegación Diocesana de Hermandades, que de la mano de Daniel Romero ha llegado al archivo con una descripción y un inventario detallado de sus expedientes, que ha hecho muy fácil la labor de transferirlos al mismo.
El balance en este año ha sido muy positivo a pesar de las circunstancias vividas. Parece como si el tiempo que nos ha tocado de estar encerrados en casa al archivo le hubiera dado vida. Ha sido un año de carreras, de solventar dificultades que se nos presentaban, de trasladar, mover, limpiar, e incorporar al depósito nuevas fuentes documentales, que son la base del conocimiento y de lo que se escriba sobre una parte importante de la historia de Huelva. Ha sido un año de despedidas importantes a compañeros y a jefe, no quiero dejar de manifestar mi agradecimiento más sincero al que para mí siempre será mi maestro y archivero de la Diócesis de Huelva, Manuel Jesús Carrasco Terriza, para dar paso a tanto nuevo. Un año en que se ha dignificado el Archivo, y donde más que nunca, los principios archivísticos han estado presentes en mi trabajo, los documentos de archivos son únicos, originales e irrepetibles, nos cuentan historias a medida que trascurre el tiempo sobre ellos, pasando por diferentes edades, administrativos, intermedios e históricos, hasta llegar a sus depósitos definitivos engrandecidos por el valor del tiempo. Un año dónde solo me queda dar gracias, porque he visto crecer este Archivo que a mí me ha visto crecer, y que me ha dado la oportunidad de verlo mejorado, engrandecido y equipado de nuevas y eficientes instalaciones que ya dignifican este espacio tan importante para la Diócesis de Huelva y para su historia en general, siendo consciente, desde la Diócesis Onubense, del papel que el Archivo Diocesano cumple ya en beneficio de la sociedad.
Macarena Tejero Rioja,
técnica del Archivo Diocesano