«María y el Rostro de Dios», comentario al Evangelio de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios – C

Publicado:
31 diciembre, 2021
Foto: Theotokos de Vladimir [Conocido también como Virgen de la Ternura o de las Caricias], Icono anónimo de estilo bizantino (s. XII, en torno a 1130). Capilla de San Nicolás, Galería Tretyakov. Museo Estatal de Bellas Artes, Moscú.

Nuestra sociedad está atravesando un periodo de cambio y de transformación que afecta a todo y a todos. Sería ingenuo pensar que se trata solo de un conflicto entre culturas o generaciones, o de un proceso que afecta a un nivel superficial de la comunicación y de las relaciones. Es posible que se trate de un modo nuevo de concebir el ser humano, el mundo y la creación. Efectivamente, en esta novedad hay un lugar para lo trascendental, sabiendo que en muchos casos el lugar es pequeño, reducido o casi inexistente. Así pues, ahora, en el inicio de un nuevo año, donde la fe pretende transmitirse en este contexto, el cristiano está llamado a pensar, a creer y a renovarse. Veamos, a continuación, cómo el rostro de un Niño y el Amor de su madre pueden transformar este mundo.

La bendición recogida en la primera lectura (Nm 6,22-27) se centra en el rostro de Dios: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». Es siempre un atrevimiento pintar el Rostro de Dios, pero el texto nos ofrece los colores: bendición, protección, luz y paz. Con estos tonos y muchos matices se puede contemplar el Rostro de Dios, que nunca será inaccesible del todo. Al mismo tiempo, es posible descubrir el rostro del hermano contemplando a Dios. En realidad, la frase anterior tiene sentido si donde dice “hermano”, se dice “Dios”, y viceversa.

El rostro de Dios se perfila con los rasgos de un Niño. Así, el evangelista Lucas (Lc 2,16-21) dibuja los rostros de la escena utilizando una nueva paleta: contemplación, admiración y meditación. Estos tonos caracterizan a María, José y a los pastores, proyectando sobre los creyentes unos rasgos propios de la vida cristiana. No se puede contemplar la vida sin capacidad de admiración; no se puede admirar el Misterio sin pararse a meditar estas cosas en el corazón.

María, Madre de Dios, «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). El verbo griego traducido habitualmente por «meditar» significa literalmente «tener junto». De esta manera, la meditación tiene un sentido amplio, es decir, en el corazón de María ‒también en el de la Iglesia y en el de cada cristiano‒ caben al mismo tiempo cosas admirables y acontecimientos inexplicables; los interrogantes del hombre y el Misterio de Dios; las incertidumbres humanas y la esperanza de Jesucristo.

Dios se fija en cada uno de nosotros de manera única, de modo que no se puede olvidar que la mujer ocupa un lugar central, único e insustituible en la existencia de los humanos. Una mujer, de nombre María, abrió una puerta sellada, la puerta de los tiempos mesiánicos. Como un pórtico ‒el de la Gloria‒ merece también hoy ser contemplada, precisamente aquella que ha enseñado a los hombres a contemplar y a meditar.

El año que ahora comienza ofrece la oportunidad de contemplar, es decir, de tener juntos, el amor de una Madre y el dolor de las familias rotas; la concepción cristiana del ser humano, del mundo y de la creación y las posturas extremistas que dividen, derrumban y destruyen. Sin duda, María ayuda a comprender el Rostro de Dios, que se muestra como bendición, protección, luz y paz; que se contempla, admira y medita ayer en un pesebre de Belén; hoy y siempre en el corazón de la Madre, de la Madre de Dios.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano

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