La Sociedad Centro Cultural de Nerva, segunda sociedad más antigua de España, daba a conocer el pasado 21 de enero el reconocimiento al sacerdote diocesano y misionero en Perú Antonio Fidalgo Viejo como “Nervense del Año 2021, en la categoría de Solidaridad y Valores Humanos”.
Foto: En el centro de la imagen, Antonio Fidalgo atendiendo las necesidades de la familias en la Prelatura de Chuquibamba (Perú) durante la crisis sanitaria del Covid-19.
Hijo de la localidad minera, su pueblo natal reconoce de este modo la labor que desarrolla, y en especial en la complicada situación pandémica, como delegado de Cáritas en la Prelatura de Chuquibamba (Perú), donde se encuentra actualmente como misionero de nuestra diócesis.
El propio sacerdote, en una carta escrita a la Sociedad ha querido agradecer al pueblo de Nerva este reconocimiento: “Bien sabe Dios, que es quién en verdad conoce lo más profundo de mi ser, que no soy digno de tal distinción. Aún asi, la acojo porque se que es expresión del afecto que me otorgan mis paisanos. […] Si hay que acoger la distinción, la acepto en nombre de tantas personas de nuestro Pueblo y de tantas otros lugares que, gracias a sus actitudes solidarias, están haciendo realidad todo aquello de lo cual yo soy la mano de obra, el peón albañil ( que no es nada indigno) Pero todo, absolutamente todo, es gracias a vosotros. Así pues, vaya esta distinción para tantas buenas personas diseminadas por el orbe que día tras día, se esfuerzan por hacer este mundo un poco más humano”.
El sacerdote nervense ha querido recordar también en este escrito su cuna, el hogar familiar, en el que ha aprendido a ser como es: “siempre he alardeado y me he enorgullecido de haber tenido una familia que me supo transmitir que había que amar a los demás aunque en ocasiones nos hicieran daño. Es ahí, en mi hogar, donde fui aprendiendo que es mejor servir que ser servido, convencer con el testimonio de la vida que imponer, tener siempre las puertas abiertas, no solo las de casa, sino también las del corazón para acoger a quién necesiten unos oídos que escuchen sus alegrías o penas, una palabra de aliento, un humilde consejo o parecer o un simple estar en silencio compartido.”
Finalmente, se ha dirigido “al Buen Dios”, para que “me encuentre donde me encuentre, nunca permita que me vuelva insensible al clamor de la humanidad y que mi alabanza sea siempre una humilde oración hecha servicio”.