Para la mayoría de las personas las vacaciones son días para romper con la aburrida rutina diaria, romper las inercias de los días y hacerse dueños del tiempo sin esas interferencias de lo cotidiano, el trabajo, las obligaciones… Quitarse, en definitiva, la fatiga de la vida, nuestros cansancios acumulados (des-cansar) y recuperar el aliento y el ánimo para continuar con nuestros afanes y responsabilidades.
Sin embargo, la vida creyente no entiende de paréntesis. Para los cristianos las vacaciones, el descanso, supone también otros muchos elementos que no se dan en quienes no son creyentes. La vida cristiana se entiende como tiempo de Dios y para Dios, mientras que para el no creyente su tiempo es suyo y él es su único dueño y administrador. Ahí radica la gran diferencia y, por otro lado, la tentación de confundir el sentido cristiano del descanso dedicando este tiempo a distanciarnos más de Dios que aprovechar para volverse a Él y encontrar el verdadero descanso.
No encontramos en la Biblia ninguna referencia a las vacaciones, que es un concepto más moderno. Sin embargo, sí el concepto descanso como respuesta a los agobios y dificultades de la vida que nos separan de Dios y, por tanto, ocasión para volverse a Él. Así nos lo enseña la institución del “shabat” en el Antiguo Testamento: «Pero el séptimo día es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios» (Éxodo 20,10). El “día de descanso” siempre está unido al tiempo concebido como “consagrado al Señor”. Y en el Nuevo Testamento también lo vemos en numerosas ocasiones contemplando la vida de Jesús. El Señor también busca el descanso humano y nos ofrece el descanso espiritual a cada uno de los que le seguimos. Es Él quien se convierte en respuesta a los agobios, inquietudes y cansancios de la vida: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Por tanto, el descanso es también, para los discípulos de Jesús, una recompensas a su seguimiento.
Dedicar un tiempo de retiro para ponerse a la escucha del Espíritu reordenar la vida según Dios; elegir alguna lectura que cultive el espíritu o que nos pertreche para la misión; visitar museos o templos en los que el arte nos acercan, por el camino de la belleza, a nuestras claves identitarias; frecuentar los sacramentos, hacer alguna peregrinación; vivir con intensidad los encuentros en la familia, con los amigos, y compartir algún tiempo con los necesitados… Hay muchas formas de “descansarse en Él”.
Pero cuidado con otras cosas que, cuando no se toman en su justa medida, pueden, más que descansarnos, embotar nuestra mente. «Tengan cuidado de ustedes, no sea que se emboten sus corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se les eche encima de repente aquel día…» (Lucas 21,34)
Aunque el verano es un tiempo para el reposo, la calma, el sosiego, el alivio…, no caigamos en la trampa de creer que en este tiempo también Dios se toma sus días de descanso, porque Él jamás se va de vacaciones. Y sigue ofreciéndose y “primereando”, haciéndose el encontradizo en cualquier tiempo y lugar. Tal vez este verano sea la ocasión que necesitas en tu vida para encontrarte con Él. No la desaproveches. Que cuando termine el estío no vuelvas a lo cotidiano sólo bronceado por fuera, si no que, con San Juan de la Cruz puedas decir “que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste”. O si vuelves con algún kilillo de más sea porque tu corazón también se ha hinchado de su Amor.
¡Feliz y creyente verano!
Delegación para las Comunicaciones Sociales