«Tiempo y eternidad» (Lc 12, 32-48)
Tras dejar claro que el hombre no conserva la vida gracias a sus bienes, sino con la ayuda de Dios, Jesús pasa a tranquilizar el ánimo de sus discípulos por la preocupación que puede generar la carencia de bienes materiales. Con gran realismo y conocimiento del corazón humano, después de advertir que, para el rico, los bienes son un gran peligro porque pueden inducirle a olvidarse de Dios y vivir sólo para conservar y acrecentar su riqueza, Jesús señala que también el pobre está amenazado ya que su preocupación es el sustento diario. Uno y otro –el rico y el pobre– están expuestos al peligro de dejarse absorber por las cosas de la tierra y dejar a un lado el cuidado más importante: buscar el reino de Dios. A los discípulos que han de compartir su misión les dice que esto es lo único importante y que todo lo demás se les dará por añadidura (12,31). En cuanto a las riquezas, su única utilidad es lograr, gracias al bien que con ellas puede hacerse, una incorruptible herencia en el cielo.
Quien ha comprendido el verdadero valor de las cosas está preparado para recibir la llamada en cualquier momento. El discípulo no puede bajar la guardia. En todo momento debe estar equipado moralmente –ceñida la cintura y encendida la lámpara–– para acudir prontamente a recibir a su Señor cuando éste aparezca. Vienen estas palabras de Jesús a aclarar otro asunto a veces olvidado o mal entendido: el valor del tiempo presente. En el pasado se nos ha acusado a los cristianos de tener el corazón tan centrado en el cielo que nos hemos desentendido de los asuntos de la tierra y se ha tachado a la religión de ser como opio que adormece los sentidos y suprime el dolor, con lo cual se impide al pueblo levantarse contra las situaciones y las estructuras injustas. Puede que la acusación esté justificada atendiendo a ciertos momentos de la historia. Pero no es ésa la enseñanza de Jesús.
El maestro de Nazaret tenía muy claro que el Reino es lo único definitivo y que el tiempo es un lugar de paso. En la lógica de su mensaje es un error pensar que el tiempo y el mundo son la única realidad y el único absoluto. Pero eso no significa que carezcan de valor y de significado. El futuro de plenitud en el que creen sus discípulos empieza a construirse en el presente porque saben bien que ya disfrutan de los bienes que esperan. No es que el tiempo se meta en la eternidad. Es más bien que la eternidad se ha metido en el tiempo. La fe abre la mente a la verdad completa, la esperanza descubre el sentido y la caridad sumerge en el compromiso. Creer en el mundo futuro no lleva a menospreciar el mundo presente, sino todo lo contrario. A lo que sí lleva es a no apegarse a él de tal manera que se pierda de vista el horizonte. El hombre es un navegante que dirige su barco a buen puerto, bregando cada día en bonaza o en tempestad, de noche o bajo el sol. No es un navegante con el timón roto a merced del viento y de las olas.
Francisco Echevarría Serrano,
Ldo. en Sagradas Escrituras y vicario parroquial de Punta Umbría