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Domingo XXVIII Tiempo Ordinario – C

Publicado:
6 octubre, 2022
Imagen: "Curación del leproso", Cosimo Rosselli (1481-82).Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.

«La lepra y el extranjero; la salvación y la fe» (Lc 17, 11-19)

El Evangelio del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario presenta la relación entre la fe y la salvación. El planteamiento de Jesús, que rompe los esquemas de quienes lo escuchan, muestra que no se obtiene la salvación por la cultura religiosa ‒judía o cristiana‒ sino por la respuesta voluntaria a la iniciativa de Dios, mediante la fe. Veamos, a continuación, las implicaciones del evangelio de este domingo.

El relato de San Lucas (Lc 17,11-19) presenta a Jesús en camino. No se trata más que un recordatorio de la decisión que toma en Lc 9,51: «Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». Lucas se esfuerza por retratar a Jesús Mesías como un profeta, de una manera más evidente que los demás evangelistas. Las palabras, acciones, milagros, incluso las parábolas de Jesús enlazan de manera general con el profetismo de Israel. Para Lucas, Jesús es un profeta, no por casualidad, sino como parte del proyecto de Dios, que a lo largo de la historia de la salvación se ha servido de sus mensajeros para que Israel escuche y cumpla sus palabras.

«Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos» (Lc 17,12). La lepra, más que cualquier otra enfermedad, representa el mal del cual es necesario ser purificado más que curado. Dentro de las cuestiones rituales (Lev 13−14), la lepra era causa de impureza ritual. Los afectados por ese tipo de erupciones quedaban excluidos de la convivencia comunitaria y tenían que vivir fuera de las ciudades (cf. Éx 4,6), por eso se paran a lo lejos y no se acercan a Jesús, aunque Jesús no tiene inconvenientes en tocarlos (Lc 5,12-16). El escenario («en una ciudad») no es definido, como también permanecen en el anonimato los diez leprosos. Posiblemente, de esta manera sea más fácil la identificación del lector que en cualquierlugar, con cualquier nombre, con cualquier enfermedad o necesitado de salvación se acerca al Maestro.

Jesús envía a los leprosos a que se presenten a los sacerdotes sin, aparentemente, hacer nada más. De esta manera se invierte el orden considerado habitual: la fe provoca la curación y no la sanación propicia la fe. En efecto, es necesaria la fe en los leprosos que van a presentarse a los sacerdotes. El Templo y el sacerdocio levítico son realidades que permanecen solo en una determinada etapa de la historia de la salvación. No tienen la exclusividad de la presencia de Dios, menos aún, en el ámbito de la comunidad lucana, donde no existen ni el Templo ni el sacerdocio vinculado a él. Por el contrario, la fe permanece y se convierte en la puerta de reingreso a la comunidad.

Por si fuera poco, el individuo que regresa era un samaritano, que da al lector un mensaje universalista, pero es también una advertencia para los llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios, porque los que están ahora fuera, pueden estar después dentro, y en primera fila; y los que ahora están dentro tienen el riesgo de quedar fuera. El retorno del samaritano significa, además, la reincorporación en la comunidad. El individuo solo vive plenamente a partir del momento en que se reintegra a la comunidad. Es necesario que se construyan comunidades capaces de acoger ‒una y otra vez‒ a los que caen, a los que están al borde del camino o a aquellos, que por cualquier motivo, en algún momento de su vida se alejaron un poco, aunque Dios nunca los dejó solos.

La presentación de los leprosos ante los sacerdotes los convierte en sanos, pero el regreso del samaritano y su acción de gracias lo constituye testimonio. El ex-leproso llega a ser el modelo del creyente, que no se queda únicamente en el milagro, sino que entra en una relación personal con Jesús. Para el samaritano, Jesús no es solo el Maestro, ni siquiera únicamente el Sanador; con su actuación demuestra que es el Señor. La Iglesia está necesitada, ahora y siempre, de personas que reconozcan a Jesús como Maestro, pero la Iglesia de Cristo se manifiesta de manera plena cuando los creyentes muestran y demuestran; viven y testimonian que Jesús es el Señor.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano

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