“María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”
En el día primero del año celebramos la Octava de la Natividad del Señor, y lo hacemos con la solemnidad de la maternidad divina de la Virgen María. De María nace el Hijo de Dios hecho hombre y, por ello, María recibe el título de Madre de Dios. La liturgia de la Palabra de este día se impregna de la bendición de Dios sobre su pueblo. Esta bendición, que tiene su punto álgido en el rostro visible de Dios hecho hombre, es el mejor deseo en el comienzo de un nuevo año civil.
En esta solemnidad, al contemplar la Iglesia la maternidad de la Madre de Dios, la entiende como el modelo de su propia maternidad para todos nosotros. San Lucas nos presenta el encuentro de los pastores con el Niño, que estaba acompañado de María, su Madre y de José. El evangelista nos habla de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un encuentro personal con el Señor no se da la fe. Sólo este encuentro, que requiere ver con los propios ojos, y casi tocar con los dedos, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar testimonio de lo que se les había comunicado sobre aquel Niño.
Veamos ahora dos frutos importantes de este encuentro con Dios encarnado. Un primer fruto del encuentro con Jesús: «Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores». Es necesario pedir la gracia de saber suscitar esta admiración en aquellos a quienes anunciamos la Buena Noticia.
El segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído». La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce a la alabanza, a la acción de gracias, a la glorificación del Señor.
Pero es María, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» la que nos aporta la clave esencial. Es necesario un encuentro personal con Jesús y este encuentro transforma nuestra vida y nos convierte en testigos del amor de Dios en el mundo. El papa Benedicto XVI decía sobre este pasaje evangélico que: “san Lucas describe a María como la Virgen silenciosa, en constante escucha de la Palabra eterna, que vive en la palabra de Dios. María conserva en su corazón las palabras que vienen de Dios y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas. En su escuela queremos aprender también nosotros a ser discípulos atentos y dóciles del Señor”.
De María aprendemos que entre el encuentro con Jesús y el “ser sus testigos” tiene que haber un tiempo de meditación y profundización. La fe crece y se fortalece mediante la oración serena, sosegada y contemplativa. Pidamos por intercesión de María el don de guardar y meditar las cosas de Dios en nuestro corazón, allí comenzarán a madurar los frutos.
Francisco José Feria Reviriego,
Sacerdote diocesano y delegado diocesano para la Liturgia