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Homilía del obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra, en la fiesta de San Sebastián

D. Santiago en S. Sebastián
Publicado:
22 enero, 2023
"La tarea de la Iglesia comporta entre otras cosas hacer una propuesta moral, para contribuir a construir una sociedad honesta, justa y solidaria. Particularmente, es preciso anunciar el Evangelio de la vida, campo ineludible para el testimonio cristiano en nuestros días."

“Este santo luchó hasta la muerte en defensa de la ley de Dios y no temió las palabras de los malvados: estaba cimentado sobre roca firme” (Antífona de entrada para un mártir). Así se introducen las oraciones en la fiesta de un mártir en el Misal Romano.

Efectivamente, san Sebastián, el patrón de nuestra ciudad de Huelva, que hoy nos reúne, luchó hasta la muerte en defensa de la ley de Dios. Las actas de su pasión nos trazan el perfil de este joven, nacido en Milán de padres cristianos, como un modelo de soldado que, sin sentirse atraído por la carrera militar, se había enrolado en la guardia del emperador Maximiano (cogobernante del imperio con Diocleciano) en Roma, para ayudar a los cristianos arrestados en la persecución desatada contra ellos. Y también llegó la hora para este capitán defensor de los mártires. Condenado en el tribunal del emperador, fue martirizado herido por las flechas y dado por muerto. Sin embargo, fue recogido por una viuda que, curándolo en su casa, logró que se restableciera de las heridas. Pero el valiente militar, conociendo las palabras de Jesús, que hemos escuchado en el Evangelio, “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28), se presentó de nuevo al emperador para echarle en cara su crueldad persecutoria, sufriendo así un nuevo y definitivo martirio. Su cuerpo fue enterrado el 20 de enero del año 288 en las catacumbas.

La historia de san Sebastián y la realidad del martirio a lo largo de los siglos nos permite tomar conciencia de que es difícil que puedan darse las circunstancias necesarias para una relación armoniosa y sin dificultades entre la Iglesia y el mundo. Con frecuencia, el anuncio del Evangelio no puede efectuarse sin conflictos, como tampoco pudieron evitarlos San Sebastián y todos los mártires a lo largo de la historia del cristianismo. Hemos escuchado en la primera carta del apóstol Pedro: “Si, (además,) tuvierais que sufrir por causa de la justicia, bienaventurados vosotros. Ahora bien, no les tengáis miedo ni os amedrentéis (…) dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia” (1 Pe 3, 14-16).

San Sebastián fue testigo de la fe en el siglo III ante los emperadores de Roma. El tiempo y las circunstancias de nuestro testimonio son las de hoy. La descristianización de nuestra cultura, de las formas de entender la vida, comporta también un oscurecimiento del sentido moral (cf. Veritatis Splendor, 106). Los desbarajustes de la vida pública proceden del desorden del alma.

Cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento más importante, responde el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Mc 12,29-31; Mt 22,34-40; Lc 10,25-28). Y los Diez Mandamientos de la Ley de Dios (cf. Ex 20p,2-17; Dt5,6-21), enuncian y concretan las exigencias del amor a Dios y al prójimo, señalando no solo actitudes generales sino también comportamientos y actos concretos.

La tarea de la Iglesia comporta entre otras cosas hacer una propuesta moral, para contribuir a construir una sociedad honesta, justa y solidaria. Particularmente, es preciso anunciar el Evangelio de la vida, campo ineludible para el testimonio cristiano en nuestros días. En el contexto del debate sobre el aborto recientemente intensificado, cuando también se cambia la ley estatal para hacerlo todavía más fácil, restringir la objeción de conciencia de los médicos e impedir la información a las madres gestantes sobre otras propuestas para afrontar el embarazo y la problemática de todo tipo que estas mujeres pueden estar viviendo; en estas circunstancias ni los pastores ni los fieles podemos mirar para otro lado, como si esto no fuera con nosotros.

Por esta razón quiero recordar hoy la doctrina moral de la Iglesia sobre el aborto. Leo del Catecismo de la Iglesia Católica, enunciado cabal de la identidad cristiana, explicando el quinto Mandamiento: No matarás, dice:

La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 1, 1). (2270)

Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral. (2271)

La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. (…) Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido (…). (2272)

El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación (2273). Hasta aquí el texto del Catecismo.

El movimiento abortista tiene especial interés en relegar los descubrimientos científicos referidos al inicio de la vida humana. Desde la aprobación del aborto en 1985, los conocimientos sobre el ADN, las ecografías 3D, 4D y 5D permiten afirmar aún con más contundencia que negar que existe una nueva vida en el seno de una mujer embarazada desde la concepción es irracional, y afirmar un supuesto «derecho a decidir sobre el propio cuerpo» es una falacia.

Como decimos en el Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad, que los Obispos españoles acabamos de ofrecer a la Iglesia y a la sociedad, la ideología proaborto genera una praxis ultra individualista basada en el poder absoluto del individuo. La proclamación del aborto como derecho es una reivindicación del «yo» como único criterio. El aborto no es derecho a elegir, sino poder de prevalecer. Contra la filosofía de la persona como ser-en-relación, el aborto refuerza la vieja doctrina del ego individualista que, en círculos más amplios, contribuye también a provocar la precarización laboral, el debilitamiento de las comunidades humanas y la destrucción medioambiental. (nº 42, Cf. 46, 63, 77, 79, 90-93).

Pero no basta solo la queja por lo que ocurre alrededor, es preciso hablar también con los hechos para transformar y mejorar lo que está a nuestro alcance:

Es ineludible el compromiso público de los seglares cristianos ante los grandes desafíos actuales provocados por las leyes referidas a la vida, a la persona y a la familia.

Es necesario implementar políticas públicas para atender las condiciones laborales y las dificultades de acceso a la vivienda, que generan incertidumbre respecto al futuro de muchas mujeres y familias.

También, es imprescindible acompañar esa acción pública con compromisos a favor de las personas directamente afectadas, sobre todo de las mujeres embarazadas que sufren alrededor nuestro. Hemos de conjugar la acción institucional contra leyes injustas con la acogida de cada persona y la afirmación de su dignidad, sea cual sea su condición o situación.

Es necesario trabajar por una cultura política en la que sean posibles los pactos, especialmente un «pacto por la natalidad y la repoblación».

Es preciso buscar el diálogo racional para llegar a acuerdos posibles, buscando el bien común.

Es imperioso comprometerse a no usar estos temas tan graves y trascendentales para el presente y el futuro de la sociedad como arma arrojadiza, expuestos ante los medios de comunicación para conquistar adeptos, votantes o consumidores.

Pidamos al Señor que, celebrando a nuestro patrón san Sebastián, nos mantengamos siempre unidos en el amor de Dios, y con la ayuda de su intercesión caminemos a la luz de la fe en una vida personal, familiar y social renovada.

Santísima Virgen María, reina de los mártires, ruega por nosotros.

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