Las lecturas de este III domingo de Cuaresma relacionan al lector u oyente con
el Bautismo y, por medio de este, con toda la historia de la salvación. En la primera de
ellas (Ex 17,3-7) se relata el episodio en el que el pueblo de Israel, tras haber sido
liberado de la esclavitud del faraón, comienza su caminar por el desierto. Este caminar
por un lugar inhóspito como es el desierto, lleva a los israelitas a murmurar contra el
Señor cuando sienten sed. Su sed de agua material los lleva a olvidar al Dios que con
brazo poderoso los sacó de Egipto para guiarlos hasta una tierra que mana leche y
miel. Más esta sed, no provoca el alejamiento de Dios, sino que Él se vale de ella para
volver a mostrar que está con su pueblo, «el rebaño que Él guía» (Sal 94) haciendo salir
agua de «la roca de Horeb».
Mediante la temática del agua, el texto del Éxodo conecta con el Evangelio de
Juan (Jn 4,5-42). Esta perícopa del Evangelio cuenta el episodio del encuentro de Jesús
con una mujer samaritana en el pozo de Jacob. Esta vez no es el pueblo de Israel el que
murmura contra Dios teniendo sed, sino que es el mismo Dios en la persona de su Hijo,
Jesucristo, quien manifiesta tener sed. Y este querer agua lleva a pedírsela a la mujer
samaritana. Mediante la sed de agua del Hijo de Dios, Jesús hará conducir a la mujer a
tomar conciencia de que también ella está sedienta, pero de una sed mucho más
profunda que la del agua del pozo. Por eso Jesús le dice: «el que beba del agua que yo
le daré nunca más tendrá sed» (Jn 4,14). Ella tiene sed profunda de Dios, y en ella,
todos nos vemos reflejados, pues también tenemos nosotros tenemos una sed
profunda del Señor. Una sed que solo calmará el agua del Espíritu (cf. Jn 7,37-39), por
medio del cual el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5).
Agua y Espíritu que hacen referencia al Bautismo.
En este domingo de Cuaresma, a todos se nos invita contemplar las maravillas
que Dios no solo ha ido haciendo a través de toda la historia de la salvación, sino las
que sigue haciendo hoy por medio del sacramento del Bautismo. A través de este
sacramento, se nos regala la vida divina, se nos limpia del pecado original y de los
pecados personales, y somos hechos «hijos en el Hijo». El bautismo, que muchos
hemos recibido ya, pero que otros recibirán en la noche de Pascua, sacramento que
nos abre las puertas de la salvación mediante el agua y el Espíritu Santo.
Juan José Feria Toscano
Sacerdote Diocesano y Delegado Diocesano de Pastoral Universitaria