La escena compendia los relatos del nacimiento de Jesús, de la anunciación a los pastores, y de la adoración de María, José y los pastores al Niño, narrados en el evangelio de San Lucas (Lc. 2, 1-20) y en la tradición del apócrifo Pseudo Mateo (cap. XV), que completa la escena con la presencia de la mula y el buey, como el cumplimiento de la profecía de Isaías: “El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su señor” (Is 1,3) y la de Habacuc: “Te darás a conocer en medio de dos animales” (Hab 3, 2).
Sobre un espacio abierto se levanta el portal, formado por tres ámbitos, articulados por cuatro pilastras cajeadas, rematadas en capitel corintio. Dos de los tres espacios del edificio se cubren con una techumbre de madera y haces vegetales, a dos aguas. En el central, se abre una especie de venera sobre un arco rebajado, que descansa sobre las referidas pilastras. A la derecha, el cobertizo se cubre con el mismo sistema de vigas y ramaje, mientras que el espacio de la izquierda queda destechado, lo que aumenta el aspecto ruinoso del lugar. El artista ha situado la escena evangélica en medio de ruinas clásicas, para expresar la superación del paganismo por el evangelio de Jesucristo.
Al fondo se abre un paisaje simplificado de rocas, árboles y arbustos. En el ángulo superior izquierdo, dos pastores, vestidos con túnicas cortas y cubiertos con caperuzas, danzan de alegría, mientras otro, sentado, toca la flauta, celebrando la noticia dada por el ángel.
Ya en el portal, vemos en un segundo plano, bajo el arco de medio punto, a un pastor, vestido con gabán rojo y tocado con la caperuza, que sonríe gozoso ante el Niño. El asno y el buey, tras el pretil, asoman sus testas y dan calor al Niño con su aliento.
En el centro del primer plano, el Niño recién nacido, desnudo, reposa sobre un pesebre en forma de gran cesto redondo, de mimbre trenzado y lleno de pajas. El cuerpo del pequeño, muy alargado, y algo desproporcionado, se mueve con naturalidad. La Virgen Madre, arrodillada y con las manos juntas, adora a su divino Hijo. Con todo recogimiento, los ojos bajos, viste traje jacinto y manto azul, y se cubre con un velo blanco, bajo el que se prolonga una ondulada guedeja de dorado cabello. San José, a la izquierda de la escena, abre los brazos, en un gesto de admiración, mientras contempla fijamente al Niño. Viste ropa de caminante, túnica larga de color rojo y mantelete sobre los hombros; de la correa pende una bolsa de cuero. Se cubre con media gorra de fieltro con la vuelta bajada, al uso de la época.
Es evidente que esta obra depende de la misma escena que aparece en el retablo mayor de la catedral de Sevilla, situada en la calle central del primer cuerpo realizada por Jorge Fernández Alemán, entre 1505 o 1508 y 1526. La similitud de las figuras principales de ambos retablos -Sevilla y Puerto Moral- no puede ser más estrecha, tanto en los rostros y en el cabello, como en la indumentaria. La Virgen, delicada y contemplativa, de cabello dorado y ondulado; San José, rudo y fuerte, de pelo y barba de guedejas negras y abultadas. María, con túnica, manto y velo; José, con ropón, mantelete, correa, bolsa y gorra en José. Las diferencias estriban en las figuras secundarias y en los detalles de fondos arquitectónicos y paisajísticos.
El relieve, junto con el retablo de la Virgen de la Cabeza, del que forma parte, fue restaurado por Miguel Ángel Mercado Hervás en 2005-2006.
Manuel Jesús Carrasco Terriza