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La Presentación de Jesús en el Templo (1606)

Publicado:
18 enero, 2024
Juan Martínez Montañés (1568-1649) || Madera dorada y policromada. 175 x 155 cm. || Moguer. Monasterio de Santa Clara

Este bello relieve cristífero, en madera de cedro policromado, fue gubiado por Montañés en 1606, para presidir el retablo mayor de la iglesia de San Francisco, de Huelva. La policromía, como se sabe, corrió a cargo de Francisco Pacheco. Tan admirable y valiosa escultura, destrozada en 1936, fue recompuesta, bajo la dirección del profesor Francisco Arquillo Torres en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, en 1985[1].

Los personajes de la escena se distribuyen en cerrado círculo alrededor de una mesa, cubierta con tapete de rico damasco rojo y ancha fimbria alistada en oro. En ella va a depositar el anciano Simeón al pequeño Jesús, acunado en sus brazos, sobre blancos lienzos de sentido latréutico. El Niño Dios, de serenidad olímpica, muestra su hermoso desnudo en equilibrado escorzo. El sacerdote de largas barbas, viste los ornamentos sacerdotales que Moisés había prescrito para majestad y esplendor de los hijos de Aarón (Ex. 28, 1-43; Lev. 8, 1- 13). En la tiara hay una luna en cuarto menguante, símbolo del Antiguo Testamento, que se retira y palidece con la aparición del “Sol que nace de lo alto” (Lc. 1, 78).

María, arrodillada ante la mesa, con rica indumentaria concepcionista, escucha atentamente las profecías del anciano Simeón. Detrás aparece José, apuesto y juvenil, con ropa de caminante, bastón y sombrero apretado sobre el pecho por la mano derecha. En el último plano un mancebo porta el cirio que hace referencia a las palabras del pontífice: “Luz para alumbrar a los gentiles”, y a la litúrgica procesión de las candelas[2].

En el flanco opuesto se postra una doncella destocada. Su amplia túnica, de abigarrados pliegues, dulcifica su valiente escorzo. Sostiene entre las manos una bandeja con la ofrenda de los pobres, dos palomas. De pie, con empaque de gran matrona, está la profetisa Ana, que conversa con otra joven, de belleza lisípea, glosándole los misterios que se verifican en aquel instante.

Esta composición manierista, cristocéntrica, está concebida a modo de mandorla. Es el antecedente inmediato del retablo mayor del monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla). En este relieve onubense se sientan las tesis que serán desarrolladas con fecundidad en los de la Epifanía y Adoración de los Pastores, del referido cenobio jerónimo. En efecto, el Niño Jesús, con ligeras variantes, se repite en los tres relieves. Simeón nos recuerda al Melchor de la Epifanía, y la figura juvenil de José reitera el mismo modelo de ampulosa indumentaria. Los ropajes, por influjo de Rojas y Ocampo, se pliegan minuciosamente, resaltando en el conjunto no sólo la calidad de los tejidos en su táctil materialidad, la piel tersa y tostada, músculos, venas y tendones de palpitante vitalidad, sino también toda la fuerza expresiva e ideológica de la escultura sevillana. Y concluimos, conforme al parecer de Camón Aznar, subrayando que dichas imágenes aúnan en sí mismas, por un lado, el ímpetu sacral impuesto por la plástica de la divinidad; y por otro, la belleza corpórea y la perfección formal de las estatuas griegas[3].

Juan Miguel González Gómez


[1]. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel: “El relieve de la Purificación, de la antigua iglesia de San Francisco de Huelva, obra de Martínez Montañés” en Actas del I Congreso de Conservación de Bienes Culturales. Sevilla, 1976

[2]. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel y CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús: Escultura Mariana Onubense, p. 167.

[3]. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel: La Navidad en las Artes Plásticas de Huelva, ps. 116- 118

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