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Solemnidad de Santa María Madre de Dios

Publicado:
1 enero, 2024

Comienza el año y los buenos propósitos bajo la mirada complaciente de la Madre de Dios. El evangelio nos presenta en este día el encuentro de los pastores con el niño y la admiración que despertó en ellos; y a María, con los ojos bajos, meditando en su corazón todo lo que estaba ocurriendo. Los primeros testigos del nacimiento, unos humildes pastores, dan gloria y alabanza a Dios por lo que han visto y oído. Y, como colofón, la circuncisión y la imposición del nombre: Jesús, Dios salva; o como se le anunció a José: Enmanuel, Dios con nosotros. Con la fuerza de la Navidad en nuestro corazón, nos ponemos en camino hacia la Pascua, sabedores de que no hay nacimiento sin muerte.

Pero, en este día de comienzo, te ofrezco dos motivos de reflexión.

Como decía antes, muchos empiezan con buenos propósitos que luego no cumplen. Con razón, el santo de Loyola advierte sobre los propósitos que no son suscitados por Dios [EE 336,5]. Por eso, al empezar el año bajo la mirada ensimismada de la Virgen, pienso que es un regalo escuchar a los grandes maestros y, a este propósito, creo recordar que, en cierta ocasión, le preguntaron al Maestro Eckhart en qué consistía la sabiduría y su respuesta fue algo así: En hacer lo que uno tiene que hacer con diligencia, en hacerlo lo mejor posible y disfrutar haciéndolo. Creo que es una buena enseñanza para empezar el año: saber cuál es nuestra tarea y asumirla con responsabilidad sin posponerla; hacerla bien y, para ello, poner atención y, sobre todo, poner en ella el corazón —bondad y amor se llama esto—; y, finalmente, disfrutar, hacerlo con agrado, sin esperar reconocimiento ni recompensa, sólo la satisfacción de haber hecho lo que teníamos que hacer.

Esta reflexión me la inspira la figura de María que, en medio de los hechos que se suceden uno tras otro, se recoge en su interior para meditar y buscar el sentido de lo que Dios está haciendo con ella. En todo el evangelio de la infancia —según el relato de Lucas—, María sólo habla en la anunciación y cuando visita a Isabel. Luego guarda silencio. Sólo lo rompe para recriminarle a Jesús en el templo lo que ha hecho. La respuesta les dejó desconcertados y la Virgen la guardó en su corazón. Y es que el misterio de la Navidad no es para ser reflexionado, sino para ser contemplado en silencio. Sólo así nos abrimos a la luz que nos da “poder de ser hijos de Dios”.

El segundo motivo es una propuesta de oración en tres tiempos. El primero es la gratitud. La vida es el mejor de los dones que hemos recibido. Pero no es el único. A lo largo del año que ha pasado habrás experimentado también momentos de una gran dicha. Puede haber sido un acontecimiento que te ha llenado de felicidad, o tal vez un encuentro, o la solución de un problema… ¿Qué ha sido lo mejor del año que acaba? ¿Qué es lo que despierta en ti un fuerte sentimiento de gratitud a Dios? Dedica un tiempo a darle gracias por ello. Puedes hacerlo con las palabras de María en casa de Isabel. Que tu alma proclame su grandeza, que tu corazón sienta la alegría porque te ha mirado y ha hecho grandes obras en ti.

El segundo tiempo es el perdón. Eres un ser humano y, por tanto, imperfecto. A lo largo del año que termina habrás cometido muchos errores y hasta es posible que, en tu vida, se haya hecho presente la maldad. ¿Qué es lo que, en este momento, pesa más en tu conciencia? ¿Qué es lo que más te duele, lo que más te remuerde, lo que, si pudieras, borrarías de tu pasado? Deja que venga a tu conciencia, sin justificarte, sin darle una explicación a lo ocurrido. Limítate a sentir el peso de tu debilidad y el pesar que eso conlleva. Y limítate a pedir perdón con la súplica que,  espontáneamente, brote en tu interior. Siente en torno a ti los brazos del Padre que abraza, con lágrimas en los ojos, al hijo que vuelve arrepentido. Acepta humildemente su perdón. Y luego, lo que Dios hace contigo hazlo tú con otros. Deja que venga a tu mente y a tu ánimo la mayor ofensa recibida. Deja que venga la persona que te ofendió y no te niegues a sentir el dolor que sentiste en aquel momento. Sintiendo ese dolor, repite en tu interior las palabras de Jesús: ¡Padre: perdónalo. No le tengas en cuenta su falta! Si notas resistencia en tu corazón, pide al menos la gracia de llegar a perdonar.

El tercer tiempo es la súplica. Mirando al año nuevo, conecta con tus deseos más profundos y sinceros. Deja que venga a tu ánimo aquello que más deseas, lo que vives como una necesidad auténtica. No te avergüences de tus deseos ni te juzgues a ti mismo por ellos. Tal vez se trate de algo que consideras un bien para ti y puede que se trate de un bien para otra persona. Siente en tus manos, abiertas, ese deseo y conviértelo en plegaria, en súplica. No necesitas decir nada. Basta que lo presentes al Padre en un gesto de confianza. Y, una vez que lo has hecho, repite en tu interior las palabras de Jesús en Getsemaní y en la oración que nos enseñó: “Pero que no se haga, Padre, mi voluntad sino la tuya, porque sé que me amas y en tus brazos me siento seguro”.

Que el amor, la alegría y la paz —las tres primeras manifestaciones del Espíritu según San Pablo en Gálatas—, nos acompañen en el año que empieza.

Francisco Echevarría Serrano

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