La Santa Iglesia Catedral de Huelva se llenó de fe y devoción la mañana del domingo, 24 de marzo, con la celebración de la Misa de Ramos en la Pasión del Señor. El obispo de Huelva, Santiago Gómez, presidió la solemne ceremonia que marca el comienzo de la Semana Santa, un periodo de profunda significación para la comunidad cristiana.
La misa contó con la concelebración de varios sacerdotes diocesanos y la presencia de notables figuras de la ciudad, incluyendo a la alcaldesa Pilar Miranda, miembros del Ayuntamiento de la capital, del Cabildo Catedral, así como representantes del Consejo de Hermandades y Cofradías de Huelva y hermanos mayores, entre otras autoridades.
Durante su homilía, monseñor Gómez enfatizó que la Semana Santa trasciende la mera representación teatral, convirtiéndose en una participación sacramental y existencial en la Pascua de Jesús. Citando las Escrituras, recordó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la posterior reflexión de san Pablo sobre la humildad y sacrificio de Cristo, que culminó en su exaltación divina. “Para la Iglesia el Domingo de Ramos no es una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del pollino, también la Iglesia –nosotros en esta Santa Misa- lo vemos llegar siempre de nuevo bajo la humilde apariencia del pan y el vino. Por eso antes de la Consagración cantamos el Benedictus: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.”
El obispo también hizo eco de las palabras de Jesús sobre la conversión y la inocencia infantil como requisitos para entrar en el reino de los cielos, y concluyó su mensaje instando a los fieles a dejar de lado la soberbia y los prejuicios para acompañar verdaderamente a Jesús en su camino pascual.
“Jesús ha querido entrar en Jerusalén de manera solemne, rodeado por una manifestación popular, que le acoge y le aclama como el Mesías, enviado por Dios para salvar al pueblo. Sin embargo, incluso esta entrada triunfal presenta una forma que da a entender de la salvación que trae, no triunfalista, no de orden militar o político, sino en la línea anunciada por el profeta Zacarías: humilde y pacífico, montado en un pollino.”
Puede leer la homilía íntegra a continuación:
La Eucaristía del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, precedida por la evocación de la entrada solemne de la procesión de las palmas nos introduce en la Semana Santa. No es un espectáculo, es la celebración –memorial- de nuestra salvación, que debe incidir en nuestra vida personal, no como una emoción puntual al contemplar las estaciones de penitencia (posibles o no según las condiciones meteorológicas), sino como acontecimiento que nos ofrece un sentido y una esperanza cierta para vivir.
La liturgia de estos días nos invita a participar de verdad en la Semana Santa. Para la Iglesia el Domingo de Ramos no es una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del pollino, también la Iglesia –nosotros en esta Santa Misa- lo vemos llegar siempre de nuevo bajo la humilde apariencia del pan y el vino. Por eso antes de la Consagración cantamos el Benedictus: “Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”. La Iglesia saluda al Señor en la Santa Misa como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Como peregrinos, vamos hacia Él; y como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su entrada en Jerusalén, que es camino hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén del cielo. Cuando recibimos el Cuerpo de Cristo en la sagrada comunión, ya estamos viviendo sacramentalmente unidos al Señor en medio de este mundo su camino hacia el Padre.
En esta mañana se ha proclamado dos veces el Evangelio. La primera al comenzar la procesión de las palmas, la segunda el relato de la Pasión según san Marcos, que acabamos de escuchar.
Jesús ha querido entrar en Jerusalén de manera solemne, rodeado por una manifestación popular, que le acoge y le aclama como el Mesías, enviado por Dios para salvar al pueblo. Sin embargo, incluso esta entrada triunfal presenta una forma que da a entender de la salvación que trae, no triunfalista, no de orden militar político, sino en la línea anunciada por el profeta Zacarías: humilde y pacífico, montado en un pollino. La salvación que manifiesta Aquel que viene en nombre de Dios no corresponde al éxito, a la fama o a la popularidad, no es una manifestación grandiosa de poder seguida de aplausos del público.
Acompañando a Jesús en este Domingo de Ramos, podemos preguntarnos: ¿Cuál es el camino que deseo para mí, para mi vida, que sueño para mi futuro? ¿Es el éxito económico, el poder sobre otros, el aplauso de los demás? ¿O el camino del servicio humilde y desinteresado, el camino de quien no se cansa de amar, el camino del perdón, confiado de que este es el camino de la vida auténtica y verdadera que me enseña Jesús, y el modo de dar testimonio del amor de Dios en el mundo?
Jesús nos salva amando hasta el extremo, hasta dar la vida. Por eso, el relato de la Pasión se ha de interpretar como la historia real, los acontecimientos concretos en los cuales Jesús manifiesta al máximo el amor de Dios, ofreciéndonos el perdón y la vida divina.
En esta Semana Santa estamos invitados a redescubrir que la cruz de Jesús no es una derrota ni un fracaso de un proyecto o de una persona –el Reino de Dios que Jesús proclamó y encarnó-. Por el contrario, la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Señor, que celebramos esta Semana Santa, es la manifestación definitiva y permanente del amor de Dios, “porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Que la Virgen María, que participó con la intensidad única de una Madre en el camino de la Muerte y Resurrección de su Hijo, nos ayude a vivir con verdadera devoción cristiana los Misterios que celebramos estos días santos.