La fiesta del Corpus Christi nos sitúa en el centro de la espiritualidad cristiana. El seguidor de Jesús no es hombre y mujer de ritos vacíos, lo que celebra sacramentalmente ha de traducirse en la vida cotidiana.
El evangelio de Marcos nos narra cómo Jesús en la cena pascual inaugura la Eucaristía a través de gestos y palabras, con los que ahora ritualmente simboliza lo que va a ocurrir después: la entrega de su cuerpo y el derramamiento de su sangre, en definitiva, la entrega de sí mismo por toda la humanidad. A los seguidores se nos invita hoy a actualizar sus gestos en nuestra vida diaria, partirnos y repartirnos por nuestros hermanos, especialmente los más vulnerables.
La Eucaristía nos invita a convertirnos en la comunidad de los conmovidos que, como Jesús, ante el dolor, “siente compasión”. Queremos hacer visible y poner en el centro de esta celebración la realidad de tantas personas que un día han perdido el rumbo o el sentido de su vida. Sabemos que se puede recalcular la ruta, solo hace falta estar ahí, al lado de quien lo necesita, ofreciendo AMOR en forma de escucha, acogida, tiempo, oportunidad o invitación a participar en un proyecto común.
Lleguemos a las personas, allí donde están, logrando, ante todo, reconocerlas realmente, para hacerlas “parte de nuestra vida”. Comparte tiempo, ideas, habilidades, para mejorar la vida de quienes menos oportunidades tienen. Las relaciones solidarias son aquellas en las que el amor recíproco nos ayuda a llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. La gratuidad y generosidad que se comparte haciendo voluntariado nos enseña a mirar a los demás como hermanos y hermanas.
Allí donde nos necesitan, abrimos camino a la esperanza.
José Antonio Sosa Sosa
Delegado episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana.