No son muchos los relatos, en la sagrada Escritura, de los acontecimientos posteriores al Nacimiento de Jesús. Como en tantas ocasiones sucede, la imaginación, la devoción y la piedad popular, no siempre incorporadas en la misma proporción, pueden llegar a suplir lo que los evangelios no nos ofrecen. Los relatos de San Mateo y San Lucas ofrecen dos imágenes complementarias en el nacimiento de Jesús: los pastores y los Magos. En ambos casos destacan la adoración, el asombro y la esperanza de Israel y de toda la humanidad. En este II Domingo de Navidad, las lecturas ofrecen una mirada mucho más allá, mucho más profunda, que podría definirse como una mirada teológica. Adentrémonos despacio en esta mirada al Rostro de Dios a través del Prólogo del Evangelio de Juan (Jn 1,1-18)
El prólogo del Evangelio de Juan es una introducción a toda su obra. Se puede encontrar los temas importantes que después desarrollará. Y utiliza un hilo conductor, una expresión que se va repitiendo, sobre todo al comienzo: el “verbo”, la “palabra”. Esta expresión puede confundir, pero pensemos un momento: el “verbo” estaba junto a Dios y era Dios. En teología se suele decir que se trata de la segunda persona de la santísima trinidad; del Hijo, que después se encarnó. Pues bien, de ese Hijo se nos dice que es “verbo”, “palabra”. Se nos dice que quiere comunicarse, o más bien que es comunicación. Que quiere entrar en diálogo. Esa intención de comunicarse es tan fuerte, que no solo nos llega por los oídos, no solo es luz para guiar nuestros pasos, sino que toma carne y quiere acampar entre nosotros.
Jesucristo es la encarnación del deseo, anhelo y compromiso de comunicarse que tiene Dios. Lo expresa atinadamente el último versículo: El Hijo único nos ha dado a conocer al Padre. Con Jesús ha llegado a nosotros la totalidad de la Revelación: no tenemos que esperar ya nada más, tampoco nada menos. Al mismo tiempo se prende la Esperanza de una manera espectacular y nueva: tenemos a Dios de nuestra parte, quiere hablarnos y señalarnos el camino para volver a Él sin pérdida
Como sucede en la vida, en el prólogo de Juan hay un reconocimiento de cierto “fracaso” de comunicación: algunos no recibieron esa Palabra, esa luz, no acogieron este mensaje de salvación, como tampoco ahora. Esto nos debe tranquilizar y animar al mismo tiempo: ni viéndolo a Él en persona se convencieron de que Dios quería hablar con ellos; pero hay otra mucha gente que se esfuerza en responder a esa Palabra creadora y dadora de Vida, como entonces también ahora.
En este año jubilar, de una manera especial, los cristianos nos encontramos porque buscamos ser de la luz, seguimos caminando como peregrinos de Esperanza. Cada uno de nosotros tendrá que descubrir ‒si no lo ha hecho todavía‒ cuál es su función en este acto de comunicación.
El texto del Evangelio señala a una persona en particular, que recibió la luz y que tenía su función: Juan Bautista, cuya misión especial era ser testigo. Juan no es la luz, algo en lo que insiste particularmente el texto. Es interesante esto, porque a veces creemos que somos nosotros los que tenemos que brillar con luz propia ¡nada más lejos de la realidad! Nuestra misión es ser reflejo de la luz, el origen de la luz es ese niño pequeño, esa Palabra encarnada. La continua contraposición en el texto de luz y tinieblas tampoco ha de confundirnos: la luz es más poderosa que la oscuridad. No podemos descartar la presencia de la oscuridad, pero debemos ser positivos: la luz (que es Dios) es mucho más fuerte que la tiniebla.
En definitiva, la Esperanza, que nos sirve tanto de vela, como de ancla, que se encuentra en el mascarón de proa y en el corazón del creyente, señala que navegamos a esa Luz vamos por mar cierto y seguro. Abramos el corazón a la luz, a la vida, a la “Palabra”, para que descubramos nuestra función y nos pongamos manos a la obra: tenemos que ser testigos de la luz del Señor, que nos da vida y nos capacita para ser hijos en el Hijo. Alimentémonos ahora de la carne de aquel que sin dejar de ser Verbo quiso ser uno de nosotros ¿Hay alegría y esperanza más grande?
Isaac Moreno Sanz
Profesor de Sagrada Escritura
Párroco de Rociana del Condado