El IV Domingo de Cuaresma nos presenta la parábola del hijo pródigo, una de las más conmovedoras del Evangelio. En ella, Jesús nos revela el corazón misericordioso del Padre, que siempre espera el regreso del pecador y lo acoge con amor infinito. Esta parábola es una imagen perfecta de lo que nos dice san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo» (2 Cor 5,18). Así como el padre abraza al hijo que regresa arrepentido, Dios nos acoge por medio de su Hijo, quien nos devuelve la dignidad perdida y nos reconcilia con el Padre.
La actitud del padre en la parábola muestra que Dios no exige explicaciones ni condiciones; simplemente corre al encuentro del hijo y lo restaura en su dignidad de hijo amado. Dios no se cansa de perdonarnos, sino que siempre nos espera con los brazos abiertos. El apóstol Pablo nos recuerda que Cristo es quien nos ha reconciliado con el Padre. El pecado nos separa de Dios, pero Jesús, por su cruz y resurrección, nos devuelve la amistad con Él.
Por eso, la Cuaresma es un tiempo propicio para la reconciliación, para volver a Dios mediante el sacramento de la Confesión. Dios ofrece el perdón, pero espera nuestra respuesta sincera.
En este tiempo cuaresmal, contemplemos la grandeza del amor del Padre que nos espera con los brazos abiertos. Acerquémonos con confianza a su misericordia y convirtámonos en signos vivos de su reconciliación para el mundo. Que esta Cuaresma sea un tiempo de gracia para experimentar y compartir la misericordia divina. Amén
Juan José Feria Toscano
Rector del Seminario Diocesano ‘María Inmaculada’
Delegado de Pastoral Vocacional
Canónigo Visitador de Enfermos y Maestro de Liturgia