«Curaste la herida que ardía en mi corazón»

Publicado:
29 mayo, 2025
Artículo de Celia Hierro, congregante mariana y postuladora de la Causa de beatificación y canonización de la M. Luisa Sosa.

Ya se han publicado anteriormente en esta web dos artículos sobre la Madre Luisa Sosa, en proceso de beatificación en esta Diócesis. En este tercer artículo, en el mes de María, queremos hablar de su amor a la Santísima Virgen.

¿Cómo formular con palabras la relación tan especial de la Madre Luisa con la Santísima Virgen? No podemos ni tan siquiera vislumbrarla. Más allá del vínculo de una hija con su madre, Luisa vio en la Santísima Virgen un ejemplo de todas las virtudes, y en especial, la pureza de aquella que no conoció mancha.

Efectivamente, la Madre siempre le concedió una especial importancia a la virtud de la pureza, a imitación del Corazón Inmaculado de María. No solo con respecto a la castidad, que guardaba de forma exquisita, sino más en profundidad, a la pureza de corazón que ella tanto anhelaba, como expresa en algunas de sus poesías:

“Quiero estar en tu presencia / tu presencia noche y día / y así yo conservaría / siempre limpia mi conciencia…”[1]

“Quiero ver limpia mi alma, / ¡purifícame, Señor!”[2]

Podemos decir que esta estrecha unión de Luisa con su querida Madre del Cielo le infundía una pureza y un candor extraordinarios, que se manifestaban incluso exteriormente: esa paz que irradiaba, fruto de su pureza interior; su castidad perfecta; su continencia, su modestia, según los testimonios de las Hermanas.

“Se sentía realmente como una hija en brazos de su Madre y en esta confianza vivía y así lo transmitía. ¡Cuánto amor sintió la madre Luisa por su Madre del Cielo! La invocaba constantemente, dejándonos como legado el rezo diario de las tres partes del Santo Rosario. Fue fiel a esta práctica hasta el final de sus días y, si por motivos de enfermedad no podía rezarlo, llegaba a decirnos que se lo grabáramos y así lo rezaba”, siguen diciendo las Hermanas.

Comienza el Origen de la Obra con estas palabras: «Procurando cobijarme bajo el manto de la Santísima Virgen, voy a comenzar esta historia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». De principio a fin, el Origen de la Obra está impregnado de la presencia mariana: cita a la Santísima Virgen en dieciocho ocasiones y el manto de la Virgen lo nombra cinco veces en cuarenta y tres páginas. Y termina con estas palabras: «Que la Santísima Virgen nos cubra a todas con su manto y se digne presentarnos al Padre celestial, a su divino Hijo y al Espíritu Santo, disculpando nuestros pecados con el amor de su Inmaculado Corazón, al cual tengo encomendada la Obra y yo misma me tengo encomendada: al amor del Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen».

«Siempre me había preocupado mucho por las jóvenes que habían perdido o estaban en peligro de perder su pureza»[3], declara en ese mismo escrito autobiográfico. La pureza, la castidad, las trabajó muchísimo en las niñas que recogió en el Asilo.

«Virgen Stma, cúbrenos con tu manto» es la inscripción en el parasol de la furgoneta.

Nada más trasladarse a la nueva casa, la Madre consagró al Inmaculado Corazón de María tanto a las Hermanas como a las ancianas, las niñas, la casa y a ella misma, mediante esta preciosa oración compuesta por ella:

«Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra:

Humildemente, pero con sincero amor, nos postramos ante la imagen de tu Inmaculado Corazón. Somos tuyas y tuyas queremos ser siempre, y con el fin de permanecer más unidas a ti, cada una en particular y todas unidas con un solo corazón y una sola alma, nos consagramos hoy y consagramos toda nuestra casa, con nuestras ancianas y niñas y cuanto hay en ella, a tu Inmaculado Corazón. Acepta, Madre querida, esta consagración hecha desde lo más hondo de nuestro pobre corazón. Toma las riendas de nuestra casa y de nuestros corazones y condúcenos al puerto feliz.

Queremos, dulce Madre nuestra, reparar las ofensas que se hacen a tu Inmaculado Corazón, principalmente las de nuestras ancianas y niñas. Queremos amarte y alabarte por los que no te aman ni te alaban, especialmente por el desamor y la falta de alabanzas de nuestras ancianas y niñas. Queremos, en una palabra, que, de nuestra casa, que te pertenece más totalmente desde este momento, se eleve continuamente un canto de alabanza, de amor y de reparación a tu Inmaculado Corazón.

Sabemos, Madre, que esta consagración es agradable a los ojos de tu divino Hijo. Por eso te pedimos, Reina y Señora de nuestra casa y de nuestros corazones, que nos cubras con tu manto y te dignes bendecirnos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.»

Las hermanas en la capilla con D. José Lozano, Visitador de las religiosas. (1970)

La reparación al Inmaculado Corazón de María fue una constante en la Madre. Estaba dispuesta a cualquier sacrificio con tal de que la Santísima Virgen no sufriera, especialmente en esa materia que era lo que más le dolía a la Santísima Virgen: la impureza. De hecho, se mortificaba mucho para reparar las ofensas que se hacían a la majestad infinita de Dios y a la Santísima Virgen.

La Madre Luisa escribió poesías muy bellas a su querida Madre del cielo: Violeta; Humildad; Dolor; A María. Romero y yo; Jamín; Azucena; Dolorosa; Virgen del Mayor dolor; Virgen gloriosa y bendita. Algunas, para ensalzar sus virtudes, principalmente su humildad, pero, sobre todo, para contemplar a la Virgen Dolorosa, que sufrió unida a la Pasión de su querido Hijo, Jesús Nazareno.

¿Tuvo la Madre Luisa experiencias místicas con la Santísima Virgen? No lo sabemos, porque ella nunca hablaba de estas cosas, por humildad. Lo que sí sabemos, por dos testigos es que, en una ocasión, Luisa enfermó gravemente; tendría unos 30 años. Los médicos no llegaron a saber el diagnóstico ni pudieron aplicarle ningún tratamiento eficaz. Estando a punto de morir, la Virgen de Fátima, cuya imagen fue traída en peregrinación en 1948 desde Portugal hasta la provincia de Huelva, la curó de forma milagrosa, según dichos testigos.

A menudo, a la Madre Luisa le gustaba dirigirse a la Virgen con el título de “La Omnipotencia Suplicante”, animando así a encomendarse a ella.

Al final de su vida, en 2015, le dedicó una poesía a la Virgen del mayor dolor, en la que recuerda con gratitud una gracia muy especial que obtuvo del Señor, a través de la Santísima Virgen, curándole la herida que ardía en su corazón.

Virgen del mayor dolor,

yo no podría olvidar

tus desvelos y el amor

de venirme a consolar.

Yo temblaba de dolor

y más de arrepentimiento

me pusiste ante el Señor

que vio mi remordimiento.

El Señor te miró a ti

y en aras de tu belleza

se compadeció de mí

y perdonó mi vileza.

Madrecita de mi vida

yo te quiero con pasión,

que así curaste la herida

que ardía en mi corazón.

Celia Hierro, congregante mariana
Postuladora de la Causa de beatificación y canonización de la M. Luisa Sosa
En Madrid, a 25 de mayo de 2025
Memoria de María Auxiliadora


[1]Quiero estar en tu presencia, Señor” (poesía mística de la Madre Luisa)

[2]Me visitaste, Señor” (poesía mística de la Madre Luisa)

[3] La Madre Luisa Sosa, testigo y apóstol de Jesús Nazareno, p. 184

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